Espada De Guerra

Dos días después, al terminar su gran entrenamiento, Robin salió de su territorio hacia un lugar lejano...

Las Montañas del Caracol.

Un sitio envuelto en rumores y temor. Se dice que una criatura ataca a los humanos que se atreven a escalar hasta la cima. Al menos, eso cuentan los pueblerinos cercanos. Pero yo sé lo que realmente se oculta aquí...

Si mi memoria no falla, en el volumen 8 de la novela Amor Prohibido, lo que yace en lo alto de esta montaña no es una bestia, sino el legendario enano Morgan, un herrero inmortal que forjó las armas de los siete héroes de la mitología imperial.

Estoy subiendo esta montaña, empinada y rocosa, con el cuerpo tenso. Aunque da miedo, valdrá la pena. Mi objetivo: convencer a Morgan de forjar armas para mí... y, lo más importante, de construir armas de fuego como las de mi mundo.

Morgan desapareció hace 700 años, codiciado incluso por su propia raza. Pero ahora, yo —Robin— intentaré reclutarlo para un propósito mayor.

Mientras escalaba con pura fuerza bruta, sentía los nervios invadiéndome.

Yo, el hombre que fue temido en su vida pasada por su poder descomunal, ni siquiera me atrevía a mirar hacia abajo. Pero nada de eso me detendrá. No puedo fallar.

De pronto, una avalancha de rocas cayó desde lo alto. Las esquivé por poco, pero al moverme a otro saliente, resbalé y me salvé por centímetros al aferrarme a una roca clavada en la pendiente.

Desde esa posición, vi una silueta pequeña corriendo entre la niebla.

No lo dudé. Subí lo más rápido que pude.

Al llegar a la cima, me encontré con un terreno sombrío: niebla densa, árboles muertos, suelo fangoso... El ambiente estaba cargado de tensión.

Desenvainé mi espada al oír ecos de pasos. Algo —o alguien— me estaba acechando.

Corrí hacia el sonido, pero al atravesar la niebla, vi venir un hacha enorme desde lo alto con la intención clara de partirme en dos.

¡Zas!

Esquivando por reflejo, me oculté tras un árbol. Pero el hacha se desvió y volvió a atacarme. Esta vez me rozó la mejilla, dejándome una herida leve.

Cerré los ojos y activé una habilidad de percepción: podía "ver" el terreno sin mirar. Analicé... sí, era él. Sin duda, el enano Morgan.

Me preparé. Me agaché, listo para impulsarme.

El hacha voló de nuevo a una velocidad sobrenatural, y yo respondí con igual violencia.

¡PUM!

Un temblor sacudió el lugar.

¡CLIAASHHH!

Mi espada... se hizo trizas por el golpe brutal del hacha.

—¿Quién eres tú? —preguntó una voz grave.

—Soy Robin Ludenword III.

Frente a mí había un hombre de 1.50 metros, con una larga barba y cabello vinotinto. Su aspecto parecía el de un hombre de 50 años.

—Un niño como tú no debería estar en un lugar tan peligroso. ¿Acaso estás loco? —gruñó Morgan.

—Jeje, puede que sí. Pero vine aquí porque necesito tu ayuda.

—Primero, dime: ¿cómo encontraste este lugar? ¿Y cómo sabes quién soy?

Su voz cargaba una amenaza. Podía matarme en cualquier momento.

—Vamos, Morgan, tú sabes que no vengo con malas intenciones.

Tienes el Ojo Místico, ¿cierto? Ya sabes por qué estoy aquí.

Ojo Místico: una habilidad rarísima, nacida en uno entre un millón.

Permite ver a través de la mentira... y también revelar las verdaderas intenciones de alguien.

Morgan me observó por unos segundos. Luego bajó lentamente su hacha.

—Muy bien. ¿Para qué quieres que trabaje para ti?

—Quiero que forjes armas y armaduras para mí y mi ejército. Pero también necesito que me ayudes a construir máquinas... algo que beneficiará a los dos.

—Te escucho —dijo Morgan, interesado.

Le conté mis planes. Lo que crearíamos juntos. Su rostro cambió... los ojos le brillaron.

—Muchacho... esos proyectos me interesan mucho. ¡Jajajaja!

Morgan, contento, me invitó a su casa para hablar mejor.

Avanzamos entre la niebla, y al cruzarla, me encontré con un paraíso oculto.

Un oasis creado por el legendario herrero del mundo.

—Te llamas Robin, ¿cierto? Esa velocidad, tus reflejos, esa habilidad que usaste... casi parecías el nuevo héroe del imperio. Pero tú no tienes su aura.

Me analizó... y lo que vio fue un aura roja oscura, parecida a la de un demonio.

Sin embargo, no sintió energía demoníaca. Lo que sintió fue culpa y odio.

Entramos a su cueva. Había armas, armaduras y objetos extraños por todos lados.

En el centro, una gran forja de lava.

Morgan entró a su almacén y sacó una espada plateada con un aura sombría.

—Aquí está, muchacho. Una espada que forjé hoy mismo. Tienes suerte, jeje.

La llamo...

Gerios, nombre del dios de la guerra.

—¿Por qué no la pruebas?

Emocionado, tomé la espada. Pero al sostenerla, me caí al suelo por su peso brutal.

Intenté levantarla, pero no pude, ni con toda mi fuerza.

—¡Jajaja! Si quieres que trabaje para ti, demuéstrame que puedes levantarla en menos de un día. Te dejo con ese reto. Estaré ocupado forjando mientras tanto.

Se fue riéndose... pero no sabía que me encantan los desafíos imposibles.

Apreté los músculos, clavé los pies en el suelo y comencé a levantarla con todas mis fuerzas. El suelo tembló...

Las Montañas del Caracol vibraron con mi determinación.

Próximo capítulo: Espada de guerra - Parte 2