La ciudad se despertaba con una mezcla de ruido metálico, luces brillantes y el constante zumbido de drones que sobrevolaban las avenidas. En ese paisaje urbano dominado por rascacielos cristalinos y pantallas gigantes, la cultivación se había transformado en algo mucho más complejo que los antiguos mitos y leyendas.
Luo Zheng caminaba con paso firme entre la multitud, su mente repasando el torrente de información que había acumulado en su vida anterior. Ahora lo entendía con claridad: las sectas tradicionales habían mutado. Ya no eran simplemente grupos ocultos practicando artes marciales ancestrales en templos remotos. Eran conglomerados internacionales, fusionados con corporaciones tecnológicas y financieras, que controlaban recursos, información y el flujo del qi a través de dispositivos digitales.
En esta era, la cultivación ya no era solo una habilidad espiritual sino un negocio global. Existían aplicaciones que permitían medir, distribuir y optimizar el flujo de qi en tiempo real, analizado por algoritmos de inteligencia artificial. Los cultivadores se equipaban con smartphones especiales, dotados de sensores capaces de detectar concentraciones de qi en el ambiente y en otros seres, permitiendo duelos y alianzas a través de torneos virtuales camuflados como simples eventos sociales.
Mientras recorría la avenida principal, Luo observó un grupo de estudiantes en la escuela, cada uno con dispositivos holográficos que proyectaban sus niveles de qi y estadísticas de combate en tiempo real. En la cafetería, un joven alto y delgado deslizaba un dedo sobre la pantalla de su teléfono mientras la pantalla mostraba mapas de densidad de qi en distintas zonas de la ciudad.
—Así que esto es el Qi 2.0 —pensó Luo—. Más allá del cuerpo, más allá de la mente. Ahora el qi es datos, es información, es poder en la red.
Pero no todo era tecnología y superficialidad. Luo sabía que en las sombras se escondían los verdaderos peligros. Sectas antiguas que rechazaban esta modernización, considerándola una profanación. Y otros que aprovechaban la red para manipular el qi, infectar a cultivadores con malwares espirituales y corromper sus almas.
Su primer objetivo era claro: integrarse en el “Club de Esgrima”, una fachada para una de las sectas juveniles más influyentes de la escuela. Allí conoció a Xue Lin, una chica que sonreía con la calma y confianza de quien sabe que puede destruirte con una sola mirada.
—¿Tú eres el nuevo? —le preguntó, mientras se cruzaban de brazos—. Espero que tengas algo más que sarcasmo para sobrevivir aquí.
Luo devolvió la sonrisa, una mezcla de desafío y humor.
—Veremos si puedo sobrevivir más que la última vez —respondió con tono irónico—. Pero por ahora, me conformo con no morir atropellado.
Antes de que pudiera responder, un destello carmesí llamó su atención. Mao Mao, el gato espiritual, saltó sobre una mesa cercana, sus ojos brillando con un fulgor sobrenatural.
—No es sólo una escuela —dijo Luo en voz baja—. Es una guerra disfrazada de rutina.
El gato maulló suavemente, como aprobando la idea.
Entre clases, entrenamientos y secretos, Luo Zheng se preparaba para el próximo paso en su renacer. El Camino Carmesí del Loto esperaba ser dominado, y con él, las respuestas sobre quién lo había condenado en su vida pasada y por qué el destino parecía empeñado en que fracase.
Porque esta vez no solo quería sobrevivir... quería ganar.