capítulo 2:Ecos del pasado

El amanecer llegó con un suave resplandor dorado que se filtraba a través de las cortinas de mi habitación. Me desperté con el canto de los pájaros y el murmullo del mar, una melodía que se había convertido en mi nueva alarma. A pesar de la belleza del paisaje, una sensación de inquietud me acompañaba. La conversación de anoche con Lucas seguía resonando en mi mente, como un eco persistente que no podía ignorar.

Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana. Desde allí, podía ver la playa vacía, el agua brillando bajo el sol naciente. Era un lugar hermoso, pero el misterio que lo rodeaba parecía más palpable que nunca. Después de un rato contemplando el océano, decidí que era hora de prepararme para mi primer día en la escuela.

Al bajar a la cocina, encontré a mi madre preparando el desayuno. Su sonrisa radiante me dio un poco de ánimo.

—¡Buenos días! —exclamó—. Espero que estés lista para tu primer día. ¡Es emocionante!

—Sí, emocionante —respondí, tratando de sonar más entusiasta de lo que realmente me sentía.

Mientras desayunábamos, mi madre me habló sobre las actividades de la escuela y los amigos que había hecho en su juventud. Sus historias eran alegres, llenas de risas y recuerdos entrañables. Sin embargo, yo no podía evitar preguntarme si tendría una experiencia similar. ¿Habría lugar para mí en este pequeño pueblo donde todos parecían conocerse desde siempre?

Después de terminar, me vestí y me miré en el espejo. Con un ligero toque de maquillaje y una blusa nueva, traté de darme confianza. No quería parecer fuera de lugar, aunque sabía que siempre sería la "nueva chica".

Salí de casa con una mezcla de nervios y emoción. El camino hacia la escuela era corto, pero cada paso se sentía como una eternidad. Mientras caminaba, mis pensamientos volaban hacia Lucas y su advertencia sobre los secretos del pueblo. ¿Qué tipo de cosas podría descubrir? ¿Y qué pasaría si esos secretos me involucraban a mí?

La escuela era un edificio antiguo con paredes de piedra y ventanas grandes que dejaban entrar la luz del sol. Al entrar, un grupo de estudiantes conversaba animadamente en el vestíbulo. Sus risas resonaban en el aire, pero al verme entrar, sus miradas se detuvieron por un instante. Sentí cómo la incomodidad se apoderaba de mí.

—¡Eh, mira! La nueva —susurró una chica a su amiga, y ambas comenzaron a reírse.

Mi corazón se hundió un poco. Intenté ignorarlas y me dirigí a la oficina del director para recoger mi horario. Allí conocí a la señora Martínez, una mujer mayor con un cabello canoso y una sonrisa cálida.

—Bienvenida a San Marín —dijo ella—. Espero que te sientas como en casa pronto. Aquí todos son muy amables.

Le agradecí con una sonrisa forzada mientras tomaba mis papeles. La señora Martínez me indicó cómo llegar a mi primera clase: Historia. Al salir de su oficina, traté de recordar las instrucciones mientras caminaba por los pasillos llenos de estudiantes.

Finalmente encontré el aula y entré. La maestra, la señora González, era una mujer enérgica con una voz firme. Nos dio la bienvenida y comenzó a presentar a todos los estudiantes. Cuando llegó mi turno, sentí todas las miradas sobre mí.

—Soy Valeria —dije, tratando de sonar segura—. Acabo de mudarme aquí desde la ciudad.

Las reacciones fueron variadas: algunas sonrisas amistosas, miradas curiosas y alguna que otra expresión desinteresada. Me senté al fondo del aula, sintiéndome un poco más tranquila al observar cómo los demás interactuaban entre sí.

La clase transcurrió sin incidentes significativos, aunque noté que algunos estudiantes se pasaban notas y se reían en sus asientos. Al final de la lección, la campana sonó y todos comenzaron a levantarse rápidamente.Decidí seguir a un grupo hacia el siguiente aula: Matemáticas. Allí conocí a un chico llamado Tomás, que parecía ser uno de los más populares del grupo. Su risa era contagiosa, y rápidamente comenzó a hablar conmigo.

—¿Eres nueva aquí? —preguntó con curiosidad—. Si necesitas ayuda para encontrar tus clases, avísame.

Agradecí su amabilidad y comencé a sentirme un poco más cómoda en ese entorno desconocido. Sin embargo, mientras hablaba con Tomás y otros compañeros durante el recreo, no pude evitar sentir que había algo más en juego. Las miradas furtivas hacia mí y los murmullos entre ellos parecían indicar que había más historias detrás de esa fachada amistosa.

Después de algunas clases más, finalmente llegó el almuerzo. Me dirigí a la cafetería con Tomás y su grupo. La sala estaba llena de risas y conversaciones animadas. Me senté con ellos en una mesa larga, sintiendo cómo las miradas se posaban sobre mí nuevamente.

—¿Qué te parece San Marín? —preguntó Tomás mientras abría su bandeja.

—Es… diferente —respondí honestamente—. Muy tranquilo en comparación con la ciudad.

—Eso es lo que nos gusta —dijo una chica llamada Ana—. Aquí puedes relajarte y disfrutar del aire fresco.

Mientras hablaban sobre sus actividades después de la escuela y planes para el fin de semana, noté que algunos seguían lanzándome miradas furtivas. Era como si estuvieran evaluándome, preguntándose si encajaría en su grupo.

Después del almuerzo, decidí explorar un poco más la escuela antes de mi próxima clase. Mientras caminaba por los pasillos vacíos, vi una puerta entreabierta al final del corredor. Curiosa, me acerqué y asomé la cabeza.

Dentro había un pequeño auditorio lleno de viejas sillas y un escenario polvoriento. La luz entraba por las ventanas altas, iluminando el espacio con un brillo nostálgico. Me senté en una de las sillas y dejé que mis pensamientos vagaran.

Fue entonces cuando escuché pasos detrás de mí. Me giré y vi a Lucas entrar por la puerta con una expresión relajada.

—No sabía que vendrías aquí —dijo sonriendo—. Este es uno de mis lugares favoritos para escapar del ruido.

—Es hermoso —respondí—. Me gusta cómo se siente este lugar.

Lucas se acercó y se sentó en la silla junto a mí. Su presencia era reconfortante, y por un momento olvidé mis inseguridades sobre ser nueva en la escuela.

—¿Qué te parece hasta ahora? —preguntó él.

—Es… complicado —admití—. Todos parecen conocerse tan bien. A veces siento que no encajo.

Lucas asintió comprensivamente. —Lo entiendo. Pero no te preocupes demasiado por eso; todos han pasado por lo mismo en algún momento.

Su voz era suave y tranquilizadora, como si supiera exactamente lo que necesitaba escuchar. Hablamos sobre nuestras materias favoritas y descubrimos intereses comunes en música y libros. Con cada palabra intercambiada, me sentía más conectada a él.

Sin embargo, algo en su mirada cambió cuando mencioné el diario que había encontrado en casa.

—¿Lo leíste? —preguntó él con seriedad.

—Solo algunos fragmentos —respondí—. Habla sobre amores perdidos y secretos del pueblo.

Lucas pareció pensativo por un momento antes de responder: —Ese diario tiene historia; hay cosas que deberías saber sobre lo que ocurrió aquí.

Su tono me intrigó aún más. —¿Qué tipo de cosas?

—Hay leyendas sobre personas que desaparecieron en el mar… amores prohibidos… cosas que han dejado huellas profundas en este lugar —dijo Lucas, su mirada fija en el horizonte—. Algunos creen que esas historias nunca se olvidan del todo.

Un escalofrío recorrió mi espalda mientras escuchaba sus palabras. Era como si las sombras del pasado estuvieran acechando justo detrás de nosotros.

—¿Tú crees en esas historias? —pregunté con curiosidad.

Lucas se encogió de hombros. —No sé si creo en fantasmas o cosas así, pero hay algo en este pueblo… una energía extraña que no puedo explicar.

Antes de que pudiera responderle, la campana sonó nuevamente, interrumpiendo nuestro momento. Nos levantamos y salimos del auditorio juntos, pero mientras caminábamos hacia nuestra próxima clase, no pude sacudirme la sensación de que había mucho más por descubrir sobre San Marín y sus secretos ocultos.

El resto del día pasó entre clases y conversaciones superficiales con mis nuevos compañeros. Sin embargo, mi mente seguía volviendo al diario y a las palabras de Lucas. Había algo fascinante en esa historia antigua que parecía entrelazarse con mi propia vida.

Al llegar a casa esa tarde, encontré a mi madre ocupada organizando algunas cosas en la sala de estar.

—¿Cómo te fue en tu primer día? —preguntó ella con entusiasmo.

—Bien… creo —respondí mientras me dejaba caer en el sofá—. Conocí a algunas personas interesantes.

Mi madre sonrió ampliamente. —¡Eso es genial! Estoy segura de que harás amigos rápidamente.

Mientras hablábamos sobre mi día, no pude evitar sentir una creciente curiosidad por el diario antiguo que había encontrado. Después de cenar y ayudar a mi madre con los platos, decidí buscarlo nuevamente en la caja donde lo había guardado.

Cuando finalmente lo encontré, me senté en mi cama con el diario abierto frente a mí. Las páginas amarillentas estaban llenas de palabras escritas con pasión y dolor; historias sobre amores perdidos entre las olas y promesas hechas bajo la luz de la luna llena.

Leí atentamente cada palabra mientras la noche avanzaba; cada frase parecía resonar dentro de mí como un eco del pasado. A medida que avanzaba por las páginas, sentía cómo ese amor trágico se entrelazaba con mi propia vida; como si los destinos estuvieran conectados por hilos invisibles.

De repente, escuché un golpe suave en mi ventana. Me levanté rápidamente y abrí las cortinas; allí estaba Lucas, sonriendo mientras hacía gestos para que saliera.

No pude evitar sentirme emocionada al verlo allí; era como si hubiera estado esperando ese momento sin darme cuenta. Abrí la ventana lentamente.

—¿Qué haces aquí? —pregunté entre risas suaves.

—Quería saber si estabas ocupada —dijo él—. Pensé que podríamos ir a dar un paseo por la playa antes de que oscurezca.

Miré hacia atrás para asegurarme de que mi madre no estaba cerca; luego asentí rápidamente. —Dame un segundo.

Me cambié rápidamente y salí por la puerta trasera para encontrarme con él afuera. La brisa fresca del mar me recibió mientras caminábamos juntos hacia la playa bajo el cielo estrellado.

La conversación fluyó fácilmente entre nosotros mientras caminábamos por la orilla; compartimos risas y anécdotas sobre nuestras vidas anteriores hasta llegar al punto donde las olas acariciaban nuestros pies descalzos.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en las historias del diario y en lo que Lucas había mencionado sobre los secretos del pueblo.

—¿Te gustaría saber más sobre las leyendas de San Marín? —preguntó Lucas repentinamente mientras miraba hacia el horizonte iluminado por la luna llena.

Asentí lentamente; había algo irresistible en su oferta.

—Sí… me gustaría saberlo —respondí finalmente—. Pero solo si estás dispuesto a contármelas.

Lucas sonrió mientras se acomodaba junto a mí en la arena fresca. Comenzó a relatar historias sobre antiguos naufragios y amores prohibidos entre familias rivales; relatos llenos de pasión y tragedia que habían marcado al pueblo durante generaciones.

A medida que hablaba, sentía cómo cada palabra tejía una conexión más profunda entre nosotros; era como si compartiéramos no solo historias sino también fragmentos de nuestras almas.

Pero mientras continuábamos hablando bajo las estrellas brillantes, una sombra oscura pareció moverse entre las olas nuevamente; esta vez era más clara y definida: una figura emergió del agua, observándonos desde lejos con ojos intensos y profundos como el océano mismo.

Mi corazón se detuvo por un instante mientras Lucas también notaba la figura extraña; ambos nos quedamos paralizados por la sorpresa e inquietud ante lo desconocido que se presentaba ante nosotros esa noche mágica pero aterradora al mismo tiempo.

La figura desapareció tan rápido como había aparecido; dejándonos preguntándonos qué significaba todo esto… ¿Era parte de las leyendas? ¿O simplemente nuestra imaginación jugando trucos?

Mientras nos quedábamos allí mirando hacia el mar oscuro e incierto, sabía que esta aventura apenas comenzaba; los secretos del pasado estaban listos para revelarse ante nosotros… si estábamos dispuestos a enfrentarlos juntos.