capítulo 9

El día amaneció con el cielo cubierto, las nubes teñidas de gris claro, como si el mar estuviera tomando un respiro. La luz se filtraba de forma tenue, como una promesa de calma. Me desperté antes que los demás, tal vez por costumbre, o quizás porque algo dentro de mí estaba inquieto.

Me puse una chaqueta ligera y salí a caminar por la orilla. La arena estaba fría bajo mis pies, y el viento soplaba con la suavidad de un susurro. Caminé sin rumbo, dejando que mis pensamientos se mezclaran con el sonido de las olas.

Fue entonces cuando la vi.

Estaba sentada sobre una roca, con una libreta en las manos y el cabello castaño recogido en un moño desordenado. No parecía haber notado mi presencia. La observé a distancia, dudando si debía acercarme. Había algo en ella que me resultaba familiar, como si ya la conociera de algún sueño.

Finalmente, me animé a hablar.

—Bonito lugar para escribir —dije, sin querer sonar invasivo.

Ella levantó la vista, y sus ojos, de un verde suave, se posaron en los míos. Me sonrió con una mezcla de sorpresa y cortesía.

—Lo es. El sonido del mar… ayuda a pensar mejor.

—¿Puedo? —señalé la roca cercana.

—Claro.

Me senté a su lado, manteniendo una distancia prudente. Durante unos segundos, solo escuchamos el vaivén del océano.

—¿Eres de aquí? —pregunté.

—No. Solo vine por unos días. Necesitaba alejarme un poco de todo —dijo, cerrando su libreta.

—¿Problemas?

—Más bien… decisiones. Y tú, ¿también escapando de algo?

Sonreí. Qué fácil era hablar con ella. Como si supiera exactamente qué preguntar sin presionar.

—Algo así. Vine con dos amigos. Estamos… intentando arreglar cosas del pasado.

Ella asintió. —A veces hace falta mirar atrás para poder avanzar. Soy Lara, por cierto.

—Yo soy Mateo.

Nos dimos la mano y la conexión fue inmediata, sutil, pero real. De esas que no se pueden explicar, solo sentir.

Durante más de una hora, hablamos. Sobre libros, sobre música, sobre las cosas que a veces duelen sin razón aparente. Lara tenía una forma de hablar pausada, clara, con una serenidad que contrastaba con el torbellino en mi cabeza. Me contó que vivía en la ciudad, que trabajaba como ilustradora freelance y que su corazón había sido roto recientemente por alguien que no supo valorarla.

—No vine buscando a nadie —me confesó, mirando el horizonte—. Solo quería reencontrarme conmigo misma.

—Y tal vez… encontrar algo inesperado —dije sin pensar demasiado.

Ella me miró, divertida. —¿Tú sueles ser así de directo?

—Solo cuando lo siento de verdad.

Lara se rió, una risa que sonaba a brisa marina, y yo supe en ese instante que estaba empezando algo. Algo que ni siquiera sabía que estaba esperando.

Volvimos juntos hacia la casa. Ella se hospedaba unas calles más abajo, en una pequeña cabaña junto a su hermana menor. Nos despedimos con la promesa tácita de vernos de nuevo.

Cuando llegué, Lucas y Javier estaban en la cocina. El primero leyendo un libro en voz baja, el segundo haciendo café con aire concentrado.

—¿Dónde estuviste? —preguntó Lucas.

—Caminando. Conocí a alguien —dije, casi sin darme cuenta de lo que estaba revelando.

Javier alzó una ceja. —¿Alguien interesante?

—Sí. Se llama Lara. Es… distinta.

No insistieron. Me conocían lo suficiente como para saber que hablaría cuando estuviera listo.

Esa tarde, fuimos todos a dar un paseo por el bosque cercano. El clima se mantuvo fresco pero agradable. Lucas nos habló de una chica que había conocido en una galería hace unos meses, pero que había dejado ir porque pensó que no tenía tiempo para el amor.

—Tal vez fue una excusa —admitió—. Tal vez tenía miedo de complicarme.

—¿Y si la buscaras? —pregunté.

—¿Y si ya me olvidó?

—¿Y si no?

Nos reímos los tres. Había algo liberador en imaginar posibilidades, en permitirnos sentir otra vez.

Por la noche, mientras la casa se llenaba de música suave y olor a leña, recibí un mensaje. Era de Lara.

“¿Te gustaría cenar mañana en mi cabaña? Cocino bien. O al menos eso dice mi hermana.”

Sonreí, el corazón latiéndome más rápido.

“Acepto. Pero solo si me dejas llevar el postre.”

“Hecho. A las siete.”

Guardé el teléfono con una sonrisa. Lucas me miró.

—¿Ya tienes cita?

—Parece que sí.

—Ten cuidado —dijo Javier—. No estás en tu mejor momento.

—Justo por eso —respondí—. Quizás es hora de abrirme a algo nuevo.

Esa noche no dormí del todo. Me quedé despierto pensando en Lara, en cómo sus ojos parecían ver más allá, en cómo su voz me había envuelto con una calma que no conocía. Me sentí como un adolescente, con el estómago revuelto y la mente llena de “¿y si?”.

La idea de enamorarme otra vez no me daba miedo. Me daba esperanza.

Y en un lugar donde habíamos ido a sanar, parecía que algo más comenzaba a florecer.