—¿Qué carajos es esta basura? ¿Cómo que un sistema?
—Hola, anfitrión. Este es tu día de suerte. Fuiste seleccionado entre millones de humanos para poseer este sistem...
—¡Cállate, cállate, cállate! —gruñó Cameron, llevándose las manos a la cabeza. Apretó los dientes mientras el dolor le martillaba las sienes—. Aaaah... creo que me excedí de nuevo con el whisky. Mi cabeza parece que va a estallar.
Tambaleándose, comenzó a buscar algo en la habitación desordenada.
—¿Dónde están mis cigarrillos?... Ah, aquí están. Y el mechero... no, ¿dónde lo dejé? Ese mechero era edición limitada... Aaaah, ¿dónde quedaste? —removió papeles y botellas vacías, hasta dar con él—. Ah, acá estás, desgraciado... escondiéndote de mí.
Encendió el cigarro con un chasquido y dejó escapar una bocanada de humo espeso.
—Nada como un buen cigarro por la mañana... —suspiró con sarcasmo, dejando que el humo se enroscara alrededor de su cabeza.
—Anfitrión, como iba diciendo...
—Sí, sí, sí... algo del sistema... —replicó, con fastidio—. Ya le pagué a esos bastardos del gobierno, ¿por qué aún me molestan?
—No soy del gobierno, señor. Soy un sistema enviado por los dioses para apoyarlo en la lucha que se avecina a la humanidad. Por eso debería...
—¡Que sí, que sí! Basta de tanta mierda. El único problema que se les avecina a la humanidad es que terminarán sin trabajo y solos con tanta IA por ahí haciendo todo mejor... —bufó, exhalando humo hacia el techo grisáceo.
Se acercó a la ventana, donde apenas se filtraba la luz plomiza del sol matinal. Los suburbios de valdimont, más allá, se extendía como un páramo gris cubierto de niebla y edificios ruinosos. Los ecos de disparos y cristales rotos se escuchaban a lo lejos.
—Esos malditos piratas... —murmuró—, que van por ahí matando personas y robando piezas para revender.
Bajó la mirada a su inexistente brazo y Suspiró, el cigarro colgando de sus labios.
—Desde que el ser humano empezó a adaptar piezas robóticas a su cuerpo, se perdió el corazón y el amor por las cosas...
—Señor Cameron —insistió la voz—, como su sistema debo brindarle la información para que usted haga su primera misión y reciba la recompensa...
Cameron soltó una risa seca y amarga.
—Jajaja... ¿por qué no te largas mejor? Seguro eres una de esas IA que te meten en el cerebro y empiezan a venderte productos y recompensas por comprar...
Se frotó la frente, los ojos vidriosos.
—Me duele la cabeza... Necesito dormir un rato...
La habitación quedó en silencio, interrumpida solo por el zumbido eléctrico de las máquinas apagadas y los ecos lejanos de disparos.
Era el año 3027. La humanidad había evolucionado a pasos agigantados. Con la IA, en unas pocas décadas se exploró la galaxia, se crearon curas para enfermedades que antes parecían imposibles, y la Tierra se regeneró del daño causado por el hombre.
Pero con cada avance vino una pérdida. La felicidad, el amor, la bondad... todo se esfumó.
Organizaciones, naciones, mercenarios... todos entraron en guerras y conflictos por poder. Las aleaciones se traficaban como oro, y los criminales parecían imparables.
La exploración de nuevos planetas trajo descubrimientos impresionantes. Pero también horrores. Los primeros grupos enviados jamás regresaron. De los pocos mensajes que se recibieron, uno mostraba criaturas grotescas con cuerpos deformes, y seres con cabezas de insecto devorando a los humanos. Desde entonces, no se enviaron más misiones.
Hace poco, la IA descubrió un problema crítico: la gravedad de la Tierra disminuía peligrosamente. Si eso continuaba, la humanidad desaparecería. Así nació un programa para enviar guerreros, esta vez mejor preparados.
Cameron, ex militar de 50 años, vivía solo en los suburbios de Valdimont. Tras retirarse, trabajó como ingeniero de armas tecnológicas... hasta que una IA más rápida y eficiente lo dejó sin trabajo. Desde entonces, sobrevivía con su pensión y contrabandeaba armas para los mercenarios.
Después de una siesta pesada, se levantó con desgana, abrió una cerveza del refrigerador y caminó tambaleante hacia la ventana. La ciudad gris parecía aún más sombría bajo la luz mortecina. Al fondo, la gran ciudad de Mistek brillaba con luces de neón, edificios altos y cambiantes, hologramas flotantes y anuncios publicitarios que parpadeaban sobre el horizonte.
Cameron giró hacia una puerta vieja al final del pasillo. Se acercó poco a poco, iluminado solo por la fría luz de la luna llena. Al abrirla, descendió unas escaleras hacia un taller desordenado. Al encender las luces, se reveló un caos de computadoras, piezas de armas, estantes de chatarra y monitores parpadeantes.
Aquí era donde creaba las mejores armas para los mercenarios: un grupo que luchaba contra los piratas.
Se acercó a un viejo estante, sacó un antiguo traje militar y una katana japonesa. Con el paso del tiempo, muchas tradiciones se perdieron... pero esas espadas eran reliquias del viejo mundo.
—Cameron, debe cumplir su misión del sistema para recibir su recompensa... o la perderá —insistió la voz, ahora algo molesta.
Cameron bufó con desdén, se colocó unos audífonos, encendió su vieja música rock y encendió el volumen.
—Jajaja... esos malditos piratas. Si me los encuentro otra vez, los partiré en dos... —dijo mientras tarareaba, empezando a modificar su katana.
—Señor Cameron, señor, escúcheme... no puede ignorar el sistema... se perderá algo valioso, señorrr...
—Jajaja... —rió, ignorando por completo al sistema.
En su taller iluminado por pantallas parpadeantes, con la música antigua resonando y el humo del cigarro mezclándose con el olor a aceite, Cameron se sumía en su mundo.
El velo del primer acto caía sobre nuestro protagonista.
Fin del capítulo