Capítulo 1 - Encuentro en la oscuridad

La lluvia caía con una persistencia melancólica sobre la ciudad de Ávalon. Las farolas parpadeaban como luciérnagas cansadas, y el viento arrastraba hojas húmedas por las calles desiertas. Luna caminaba sola, sin paraguas, con el abrigo empapado pegado al cuerpo como una segunda piel de tristeza. No sabía a dónde iba exactamente, solo sabía que no podía volver aún a casa. No mientras el aire oliera tan parecido al hospital donde su madre exhaló su último suspiro.

El viejo cementerio de los Sauces se alzaba como una sombra viva a su izquierda. Las rejas oxidadas crujían con el viento, y entre los cipreses, la niebla comenzaba a levantarse. No tenía miedo. Había crecido entre ausencias y silencios, y había aprendido que el verdadero terror vivía en la memoria, no en los cementerios.

Fue entonces cuando lo sintió.

No lo escuchó llegar. No vio su silueta emerger. Solo lo sintió… como un susurro que se clava en el pecho, como un escalofrío que no nace del frío.

—No deberías estar aquí tan tarde —dijo una voz profunda, aterciopelada, a su espalda.

Luna giró en seco. El corazón le dio un vuelco. Frente a ella, de pie bajo la lluvia, había un hombre vestido de negro. Alto, de semblante pálido y ojos tan oscuros que casi no parecían reales. No llevaba abrigo, pero no parecía afectado por el frío.

—¿Quién eres? —preguntó, dando un paso atrás.

—Solo alguien que pasa por aquí… como tú —respondió, con una leve sonrisa que no alcanzó sus ojos.

La desconfianza se mezcló con una curiosa fascinación. Había algo en él… algo antiguo. Como si el tiempo se hubiera detenido a su alrededor.

—¿Qué haces en un cementerio a esta hora? —insistió ella.

Él no respondió. En cambio, alzó la mirada hacia la reja, como si buscara algo. O a alguien.

De pronto, un grito rompió el silencio. Desde el callejón detrás del cementerio, dos figuras aparecieron corriendo: un hombre y una mujer, drogados o ebrios, vociferando obscenidades. Se dirigían hacia Luna, rápido, tambaleándose.

Ella retrocedió. El miedo fue un rayo helado recorriéndole la espalda.

—¡Eh, belleza! ¿Vas sola? ¿Quieres compañía?

Los pasos se acercaban. Luna giró para correr… pero el extraño ya no estaba a su lado.

Estaba delante de ellos.

No lo vio moverse. Un instante estaba a su lado, al siguiente bloqueaba el paso de los atacantes con la serenidad de un lobo.

—Den media vuelta —ordenó, su voz ahora más grave, cargada de una autoridad inhumana.

El hombre sacó un cuchillo.

Pero no llegó a usarlo.

Todo ocurrió demasiado rápido. Un golpe seco, un gruñido, un cuerpo en el suelo. La mujer salió corriendo, gritando. El otro gemía, con el rostro cubierto de sangre y la hoja del cuchillo arrojada lejos.

Luna miró al extraño. Sus ojos ahora brillaban… ¿rojos? No, debían ser un reflejo de la farola… ¿no?

—Estás a salvo —le dijo él, sin mirarla.

—¿Qué… qué hiciste?

—Lo necesario —respondió con calma.

La lluvia arreció.

—¿Cómo te llamas? —preguntó ella, aún temblando.

El hombre se quedó en silencio unos segundos. Luego murmuró:

—Valentín.

Y sin decir más, desapareció entre la niebla, como si nunca hubiera estado ahí.

Luna se quedó sola, empapada, con el corazón latiendo como nunca antes. Algo dentro de ella sabía que esa noche lo había cambiado todo.

Había conocido a alguien que no era… completamente humano.

Y, aunque no podía explicarlo, deseaba volver a verlo.