Capítulo 2 - Sombras del pasado

El timbre del instituto sonó como una campana de funeral. Luna caminaba por los pasillos de techos altos sin prestar atención a las risas, las conversaciones o los pasos apresurados. Desde aquella noche en el cementerio, no podía dejar de pensar en él. En Valentín. En sus ojos, su voz, la forma en que simplemente desapareció entre la niebla como una sombra viva.

Nadie le creyó cuando contó lo que sucedió. Su amiga Nerea pensó que lo había soñado. La policía registró la zona, encontró sangre y un cuchillo, pero ningún agresor, ningún testigo. Un archivo más entre cientos.

Pero Luna sabía la verdad. Valentín era real. Y no era un hombre común.

Tomás, su mejor amigo desde la infancia, la observaba con preocupación desde la mesa del almuerzo.

—No has probado bocado desde el lunes —dijo, señalando la bandeja intacta—. Y no me digas que no tienes hambre. No duermes, no hablas. ¿Qué pasa, Lu?

Ella alzó la mirada, dudó unos segundos y luego susurró:

—Creo que conocí a alguien… alguien diferente.

Tomás arqueó una ceja.

—¿"Diferente" en plan músico depresivo o "diferente" como… "podría matarte con la mirada"?

—Más bien lo segundo —dijo ella, forzando una sonrisa.

Tomás se quedó en silencio. Sabía que Luna no solía exagerar. Había aprendido a detectar cuándo hablaba en serio.

—¿Quieres contarme más?

Luna se lo pensó, pero luego negó con la cabeza.

—Aún no. Necesito entenderlo primero yo.

Después de clase, tomó el autobús hacia el centro. Bajó frente a la vieja biblioteca de la ciudad, un edificio antiguo que olía a humedad y pergaminos olvidados. Había estado soñando con símbolos que no comprendía: lunas invertidas, cruces de hierro, rosas negras. Y nombres… nombres que nunca había oído.

Se sumergió entre los estantes hasta encontrar la sección de ocultismo. Buscaba sin saber qué, solo dejándose llevar por una intuición extraña. Entonces, un libro se cayó solo. No lo había tocado.

Era un volumen grueso, de tapas de cuero gastado, sin título en la portada.

Lo abrió.

En la primera página, una frase manuscrita:

“El amor verdadero sobrevive incluso a la muerte. Pero toda eternidad tiene un precio.”

Sintió un escalofrío. Pasó las páginas hasta encontrar un capítulo titulado "Los Hijos de la Noche: historia y símbolos del linaje vampírico".

Sus dedos se detuvieron.

El símbolo en la página… una luna invertida sobre una rosa negra.

El mismo que había visto en su sueño.

Antes de que pudiera seguir leyendo, sintió una presencia detrás de ella. Se giró.

Era Valentín.

—Te dije que no debías buscarme —dijo, con voz baja, pero firme.

Luna lo miró, sin moverse.

—Y tú dijiste que solo pasabas por ahí… pero me salvaste. Me mentiste. Y después desapareciste.

—Porque así debía ser —susurró él, los ojos fijos en los suyos—. No sabes lo que soy, Luna.

—Estoy empezando a entenderlo.

Silencio.

El aire se volvió más denso, como si el tiempo se hubiera detenido entre las estanterías. Valentín dio un paso hacia ella. Su presencia era abrumadora, pero no por miedo… sino por la intensidad con la que lo sentía todo cuando él estaba cerca.

—Si sigues por este camino, ya no habrá vuelta atrás.

—No quiero volver —dijo ella.

Valentín cerró los ojos, como si esas palabras le dolieran.

—Entonces te lo contaré todo. Pero prométeme que no huirás cuando conozcas mi verdad.

—No pienso huir —dijo Luna, sin vacilar.

Él la miró por un largo instante, y en su mirada había una mezcla de deseo, tristeza… y algo más oscuro.

—Ven mañana al cementerio, justo antes del anochecer. Hay cosas que solo pueden contarse entre los muertos.

Y sin más, se desvaneció entre los pasillos como si el aire mismo lo absorbiera.

Luna se quedó sola con el libro abierto y el corazón latiendo como un tambor de guerra.

La oscuridad se había despertado. Y ella no pensaba mirar hacia otro lado.