Capítulo 3 - Bajo la luna llena

El sol comenzaba a desvanecerse tras las copas de los árboles cuando Luna cruzó el arco de hierro del cementerio de los Sauces. El crepúsculo bañaba las lápidas en tonos violáceos, y la bruma volvía a ascender desde el suelo como si el lugar respirara.

No estaba segura de por qué había venido. Tal vez por respuestas. Tal vez por él.

Sus pasos crujían sobre la grava. El aire olía a tierra húmeda, a flores marchitas, y algo más... algo metálico, antiguo. Como si los siglos dejaran olor.

Cerca del mausoleo familiar de los Delacroix, lo vio.

Valentín estaba de pie junto a una estatua de un ángel roto. Vestía de negro, con una camisa ligeramente abierta en el cuello, y los ojos fijos en la luna que ascendía pálida en el cielo. No se volvió al escucharla; parecía sentirla.

—Viniste —dijo, sin mirarla aún.

—Dijiste que me contarías la verdad.

—¿Y estás segura de querer oírla?

—No. Pero prefiero una verdad que duela a una mentira que me consuele.

Entonces él giró. En sus ojos brillaba algo difícil de definir: ¿pena? ¿deseo? ¿hambre?

—Muy bien —dijo, dando un paso hacia ella—. Pero prométeme que, pase lo que pase, no gritarás.

—No soy de las que gritan —susurró Luna.

Valentín extendió la mano. Ella dudó un segundo... pero la tomó. Su piel estaba helada, pero no le soltó.

—Mírame —le dijo.

Y cuando ella lo hizo, sus ojos cambiaron.

Se tornaron de un negro absoluto a un ámbar ardiente, como brasas encendidas. Sus colmillos se alargaron, apenas visibles tras sus labios. Su belleza no disminuyó... pero ahora era aterradora, como la de un depredador que no necesita esconder lo que es.

—Soy un vampiro, Luna —dijo con voz grave—. Y no debería estar cerca de ti.

Ella tragó saliva, pero no retrocedió.

—Lo sabía… o al menos lo sentía. Desde esa noche.

—He vivido más de dos siglos. He visto imperios caer, lenguas desaparecer, amores apagarse como velas. Y sin embargo, tú… tú lograste inquietarme. Eso no pasaba desde hace demasiado.

—¿Por qué me lo cuentas ahora?

—Porque si me quedo cerca, estarás en peligro. Y si me alejo… me volveré una sombra. Una sombra que te observa desde lejos. Y no quiero eso.

Luna lo miró en silencio. La brisa movía su cabello como en cámara lenta.

—No te tengo miedo, Valentín.

—Deberías.

En ese instante, un cuervo graznó con fuerza desde una rama. Valentín alzó la cabeza.

—No estamos solos —dijo.

De entre las sombras del cementerio, una figura se acercaba. Alta, esbelta, con una capa roja que rozaba el suelo. Su rostro estaba cubierto por una máscara de porcelana blanca, y sus ojos brillaban con un fulgor azul.

—¿Quién es? —preguntó Luna, retrocediendo un paso.

Valentín apretó los dientes.

—Helena —dijo con un susurro envenenado—. Mi pasado… y quizá, nuestro mayor peligro.