Capítulo 5 - El pacto de Helena

El viento soplaba más fuerte al día siguiente. Luna caminaba sola por el sendero del bosque que bordeaba el cementerio, repitiendo mentalmente lo ocurrido. El beso. La sangre. La mirada salvaje de Valentín. Su voz cuando gritó que se fuera… y lo peor: no había vuelto a saber de él.

Intentó llamarlo en su mente, soñarlo, incluso escribirle cartas que nunca enviaría. Pero la noche lo había tragado igual que la niebla.

Y fue ahí, entre los árboles torcidos y el crujir de las hojas, donde la encontró.

—Buscabas respuestas, ¿no es así? —dijo una voz detrás de ella.

Helena.

Vestía un largo abrigo rojo sangre, sin máscara esta vez. Su cabello oscuro caía como un velo sobre sus hombros, y sus labios sonreían… pero no sus ojos.

—¿Qué quieres? —preguntó Luna, erguida, sin retroceder.

—Ofrecerte lo que Valentín jamás podrá darte: libertad. Protección. Poder.

—No confío en ti.

—No necesitas confiar, solo escuchar.

Helena alzó una mano, y el viento pareció detenerse. El bosque quedó en un silencio sobrenatural.

—Tú no lo entiendes, niña —dijo con suavidad venenosa—. Valentín no es un héroe romántico. Es un ser maldito. Y tú te estás convirtiendo en su debilidad. ¿Sabes lo que hacen los clanes cuando un vampiro se enamora de una humana? Lo castigan. A él. O a ti. O a ambos.

Luna tragó saliva.

—¿Y tú? ¿Qué eres tú?

—Yo soy su igual. Lo amé mucho antes de que tú nacieras. Lo vi matar. Lo vi llorar. Lo vi arrodillarse ante el dolor. Y, sin embargo, tú… tú haces que olvide todo. Por eso me odias —dijo Luna.

Helena sonrió, con una mezcla de admiración y rabia.

—No te odio. Te envidio. Porque lo haces sentir humano otra vez. Y eso… eso es peligroso.

Del bolsillo de su abrigo, Helena sacó un pequeño frasco de cristal. En su interior, un líquido plateado brillaba con una luz tenue.

—Esto es una gota de mi sangre. Si la bebes, estarás protegida. Nadie del linaje oscuro podrá tocarte. Ni siquiera Valentín. Pero también cortarás tu lazo con él. Para siempre.

Luna la miró, sin tomar el frasco.

—¿Por qué me das esto?

—Porque si él muere por ti, yo no sabré si llorar o reír. Y porque, tal vez, en el fondo… sé lo que es amar a alguien que no puedes tener.

El frasco tembló entre los dedos de Helena. Luna lo tomó. Estaba frío como el hielo. Pesado como una decisión que no se deshará jamás.

—Tómate tu tiempo —dijo Helena, girando sobre sus talones—. Pero decide pronto. Las sombras se están moviendo, y Valentín no podrá protegerte de todas ellas.

Y se fue, dejando a Luna sola con el frasco en la mano… y el corazón dividido.