Capítulo 2

Y, en su interior, Hiroaki supo que estaban frente a un peligro que aún no podían comprender.

 

Mientras Kenshiro no Oni avanzaba lentamente por la plaza central de la Aldea Élfica, Hiroaki y Hiroshi permanecían inmóviles, el corazón latiéndoles con fuerza.

—¿Qué hacemos...? —murmuró Hiroshi, con la voz apenas audible.

 

Pero entonces se dieron cuenta de algo extraño:

Kenshiro no Oni los ignoraba completamente.

 

Pasó junto a ellos como si no existieran, caminando con un paso lento pero seguro hacia los edificios principales de la aldea.

 

Y en ese momento, lo sintieron.

 

Una aura oscura y densa los envolvió.

El aire se volvió pesado.

Un dolor punzante estalló en sus sienes.

El estómago se les revolvió como si algo dentro de ellos quisiera salir huyendo.

 

Hiroshi apretó los dientes y susurró:

 

—¿Tiene... has sentido lo mismo que yo?

 

Hiroaki asintió, tenso.

 

—Sí.

Y me da a mí que esto...

esto no es parte del juego.

 

Ambos miraron a Kenshiro, que ahora levantaba su espada carmesí hacia los aldeanos.

Las casas, los árboles, todo parecía estremecerse bajo su simple presencia.

 

Iba a matar.

Iba a destruir.

 

—¡Eh, tú! —gritó Hiroshi, sin pensarlo demasiado—. ¡Nosotros somos tus oponentes!

 

Hiroaki tragó saliva, pero también gritó:

 

—¡Deja en paz a los aldeanos!

 

La figura encapuchada detuvo su avance.

Giró lentamente la cabeza hacia ellos.

 

Cuando habló, su voz era profunda, distorsionada, casi inhumana... pero clara.

 

—¿Vosotros...?

—Su voz sonaba cargada de desdén—.

Seres tan débiles no son dignos ni de mi atención.

 

El desprecio en su tono era palpable.

 

Hiroshi apretó el mango de su espada, frustrado.

—¿Y ahora qué hacemos...? —susurró a Hiroaki, sin dejar de mirar a Kenshiro.

 

Hiroaki, sin apartar la vista de aquella pesadilla andante, respondió con rapidez:

 

—Intenta evacuar a los aldeanos.

Yo lo distraeré.

 

Hiroshi dudó un segundo, pero asintió.

 

Mientras Hiroshi se movía hacia los elfos, tratando de hacer que huyeran, Kenshiro no Oni alzó lentamente su katana.

 

Con un simple gesto, un viento desgarrador sopló por la plaza, golpeándoles el rostro como cuchillas invisibles.

El suelo tembló ligeramente bajo sus pies.

Y entonces lo comprendieron del todo:

No era imaginación.

No era efecto especial del juego.

 

La presencia oscura de Kenshiro era real.

Era un poder peligroso, capaz de matarlos allí mismo.

 

Hiroaki sintió un nudo helado en el estómago.

 

Este ser...

Este ser no era un enemigo normal.

No era un jefe de misión.

Era otra cosa.

Algo ajeno a las reglas del mundo.

 

Aunque aún no podía asegurarlo...

en el fondo, Hiroaki empezaba a sospechar la terrible verdad:

Kenshiro no Oni era la anomalía de la que

hablaban los rumores.

 

Y si era cierto...

no estaban preparados para enfrentarlo.

 

 

Hiroaki, apretando los puños, dio un paso adelante.

 

—¿Quién eres...? —preguntó con voz tensa—.

¿Qué quieres...?

Y lo más importante... ¿qué eres?

 

La figura de Kenshiro no Oni se detuvo un momento.

Levantó la cabeza apenas, dejando que la luz mortecina de la niebla resaltara aún más su máscara de demonio.

 

Su voz, cuando respondió, era como un

eco en una caverna vacía:

 

—Soy... alguien con un propósito —dijo despacio—.

Un fin... inevitable.

 

Los ojos de Hiroaki se entrecerraron.

 

—¿Y cuál es ese propósito?

 

La respuesta llegó, fría como el acero:

 

—Dominar todo el mundo... de Calisthea.

 

Un silencio pesado cayó entre ellos.

 

Hiroshi tragó saliva.

Hiroaki sintió un escalofrío recorrerle la columna.

 

Esto era mucho más serio de lo que jamás

imaginaron.

 

Sin esperar más, Kenshiro volvió a avanzar hacia los aldeanos, su katana carmesí brillando con hambre.

 

—¡No lo permitiré! —gritó Hiroaki, lanzando una bola de fuego directamente hacia él.

 

El hechizo impactó en su kimono, pero Kenshiro ni siquiera se inmutó.

Giró la cabeza hacia ellos, sus ojos vacíos como la muerte misma.

 

Hiroshi desenfundó su espada temblorosa.

 

—¿Estás loco...? —murmuró, mirando de reojo a Hiroaki—.

¡No somos rivales para él!

 

—¡Confía en mí! —susurró Hiroaki—. ¡Sigue

el plan...!

 

Sin más opción, ambos se lanzaron al combate.

 

Durante tres eternos minutos, esquivaron tajadas imposibles, lanzaron golpes desesperados, conjuraron hechizos uno tras otro.

Pero era como intentar detener una tormenta con las manos.

 

Kenshiro bloqueaba, esquivaba, y a veces ni siquiera necesitaba moverse.

Era como pelear contra un muro inamovible.

 

Hiroaki sentía la frustración hervir dentro de él.

 

Es demasiado fuerte...

Nosotros somos demasiado débiles...

 

No importaba cuántas estrategias pensara.

Nada funcionaba.

El "plan" que había intentado improvisar se desmoronaba frente a la pura realidad de la fuerza de su enemigo.

 

—¡Tenemos que huir! —gritó finalmente, desesperado.

 

Abrió su menú rápidamente, buscando la opción de desconexión.

 

Nada.

No había salida.

 

Su mente se paralizó.

 

—¿Qué... qué demonios...? —murmuró, frunciendo el ceño.

 

Volvió a intentarlo.

Y otra vez.

Y otra.

 

Nada.

 

—¡¿Qué pasa?! —gritó Hiroshi, esquivando por los pelos un corte de katana que habría sido mortal.

 

—¡No podemos salir! —le gritó Hiroaki, la voz quebrada por el pánico—.

¡Te estoy diciendo que no podemos salir!

¡Estamos atrapados aquí!

 

Hiroshi lo miró con el horror reflejado en sus ojos.

 

Mientras tanto, Kenshiro no Oni levantaba su espada lentamente, apuntándolos.

Su aura oscura se intensificó, envolviéndolos como un sudario.

 

Y entonces, con un movimiento tan lento como aterrador, se dispuso a matarlos definitivamente.

 

 

Cuando la espada carmesí de Kenshiro no Oni descendió sobre ellos, Hiroaki cerró los ojos por instinto.

Pero algo surgió de su interior, como un latido de pura energía.

 

De repente, una barrera translúcida y brillante se materializó frente a ellos, bloqueando el golpe mortal.

 

Un choque brutal retumbó en el aire.

La barrera tembló... pero resistió.

—¡Corre! —gritó Hiroaki con todas sus fuerzas.

 

Hiroshi no lo pensó dos veces.

 

Ambos salieron disparados, corriendo como si sus vidas dependieran de ello.

Jadeaban, tropezaban, corrían hasta que el corazón les dolía en el pecho y las piernas amenazaban con fallarles.

 

Corrían sin mirar atrás.

 

No sabían cómo ni por qué, pero Kenshiro no los persiguió.

La figura oscura se giró lentamente y abandonó la aldea, perdiéndose en la niebla negra.

 

Sólo entonces, cuando se aseguraron de que no los seguía, se dejaron caer en el

suelo, exhaustos, con el cuerpo empapado en sudor.

 

El corazón de Hiroaki golpeaba como un tambor desbocado.

Hiroshi jadeaba con la boca abierta, intentando meter oxígeno en los pulmones quemados.

 

Durante un buen rato, sólo se escucharon sus respiraciones pesadas.

 

Finalmente, Hiroshi rompió el silencio:

 

—Tío... —murmuró, todavía temblando—.

Esto... esto no es normal.

 

Hiroaki asintió, su mirada perdida en el cielo oscuro que lentamente volvía a despejarse.

—No —dijo en voz baja—.

Lo que acaba de pasar... no tiene sentido.

 

Se quedaron allí, tirados en el suelo, hablando durante varios minutos, intentando procesarlo todo.

 

—¿Sentiste eso, Hiroaki? —preguntó Hiroshi—.

El... el aura.

El dolor de cabeza.

La náusea.

El miedo...

 

Hiroaki cerró los ojos un momento, recordando la sensación.

 

—Sí... lo sentí todo —susurró—.

Era como... como si la muerte caminara cerca.

Como si algo en lo más profundo de

nuestro ser nos dijera que no podíamos hacer nada.

 

La impotencia.

La desesperación.

 

Ambos callaron unos segundos, las palabras pesando en el aire.

 

—Hemos salvado a los aldeanos... —dijo Hiroshi, casi como si no pudiera creérselo—.

De milagro.

 

—De puro milagro... —asintió Hiroaki.

 

Pasaron unos segundos más en silencio antes de que Hiroaki hablara de nuevo.

 

—Tengo una sospecha... —dijo en voz baja.

Hiroshi se giró hacia él.

 

—¿Qué sospecha?

 

Hiroaki inspiró hondo.

 

—Creo que ese samurái... ese tal Kenshiro... podría ser la anomalía de la que hablaba el vendedor.

 

Hiroshi abrió los ojos como platos.

 

—¿Estás seguro?

 

Hiroaki negó despacio.

 

—No... no del todo.

Pero todo encaja.

No era un jefe de zona, no era un evento normal...

Y además, el aura que desprendía... era

diferente a todo lo que hemos sentido aquí.

 

Hiroshi se quedó pensativo, procesándolo.

 

—¿Y... y por qué no podemos salir del juego? —preguntó de repente.

 

Hiroaki bajó la mirada, su voz cargada de incertidumbre.

 

—No lo sé...

 

Hiroshi apretó los puños.

 

—¿Tendrá algo que ver ese samurái...?

 

—Puede que sí —dijo Hiroaki—.

Puede que haya afectado al sistema del juego...

Puede que haya bloqueado la salida...

O puede que sea algo aún peor.

 

Hiroshi agachó la cabeza, apretando los dientes.

 

—Nunca... nunca me había sentido así, tío —murmuró—.

Nunca había sentido tanto miedo...

Tanta frustración...

Tanta impotencia...

 

Hiroaki lo miró de reojo.

 

Los dos lo sabían.

Este mundo ya no era un juego.

Era algo mucho más real... y mucho más peligroso.

 

Y estaban atrapados dentro.

 

 

Todavía jadeando y con las piernas

temblorosas, Hiroaki y Hiroshi se sentaron finalmente junto a un viejo árbol, ya a salvo de la oscuridad que había invadido la aldea.

 

Durante unos minutos, ninguno de los dos dijo nada.

 

El miedo, la tensión, la impotencia... todo se agolpaba en sus pechos.

Pero también algo nuevo: una determinación firme.

 

Tenían que volverse más fuertes.

 

Ya no era solo por sobrevivir.

Ahora sabían que en el mundo de Calisthea existían amenazas peores que ellos podían imaginar.

Y si Kenshiro no Oni era solo el principio, no podían quedarse de brazos cruzados.

 

Se miraron y, sin necesidad de palabras, supieron que pensaban lo mismo.

 

 

 

 

Decidieron regresar a la Aldea Élfica.

 

Allí, los elfos los recibieron como héroes.

Había lágrimas en sus ojos, sonrisas agradecidas.

 

—Gracias... —dijo uno de ellos, el de mediana edad con el que ya habían hablado—.

Nos habéis salvado.

 

El jefe de la aldea se acercó, solemne.

 

—Queremos compensaros. Decidnos qué

deseáis.

 

Hiroshi iba a decir algo, pero Hiroaki se adelantó, agotado.

 

—Lo primero que queremos es... descansar.

 

El jefe sonrió.

 

—Por supuesto.

Nuestra mejor posada está a vuestra disposición.

 

—Gracias —dijeron ambos al unísono.

 

Hiroshi, riendo cansado, añadió:

 

—Y mañana... ya hablaremos de lo que nos podéis ofrecer.

Ahora mismo... solo queremos caer

rendidos en una cama.

 

Los elfos asintieron, y los acompañaron a una pequeña pero acogedora posada de madera, con camas blandas y mantas perfumadas.

 

Esa noche, durmieron como nunca antes.

 

 

 

 

Cuando Hiroaki despertó al día siguiente, la cama junto a la suya estaba vacía.

 

Frunció el ceño, algo alarmado.

 

Se levantó rápido, se puso las botas, y salió de la posada, todavía adormilado.

 

Escuchó golpes de martillo a lo lejos.

 

¿Martillazos...? —pensó, confundido.

 

Siguió el sonido hasta la tienda de armas.

 

Cuando abrió la puerta, una ráfaga de calor y el sonido metálico de los golpes lo envolvieron.

 

Allí, en medio del taller improvisado, estaba Hiroshi, riendo y charlando animadamente con el vendedor.

 

—¡Oh! ¡Ya estás despierto, Hiroaki! —saludó Hiroshi con una enorme sonrisa—.

¡Me están fabricando un arma tocha como agradecimiento por lo de ayer!

 

Hiroaki se acercó, todavía medio adormilado.

—¿Un arma...?

¿Aquí también hay un herrero?

 

El vendedor, un elfo robusto con delantal de cuero, asintió.

 

—Por supuesto.

La tienda no solo vende armas... también las forjamos.

¡Especialmente para héroes como vosotros!

 

Hiroaki miró a su alrededor, todavía impresionado.

 

El vendedor se acercó, sonriendo.

 

—¿Y tú?

¿Te gustaría que también te fabricáramos algo especial?

Hiroaki pensó un momento.

Sus ojos se posaron en la Vara de Nitrilo que había admirado el primer día.

 

Se acercó a ella, acariciando su superficie azul oscuro.

 

—¿Podrías hacerme esta... pero mejorada?

 

El vendedor asintió con entusiasmo.

 

—¡Por supuestísimo!

La haremos mucho más resistente, aumentaremos su poder mágico, y quizás... le añadamos una sorpresa extra.

 

Hiroaki sonrió.

 

Por primera vez desde que todo había empezado, sintió un rayo de esperanza.

Tal vez... tal vez aún podían hacerse fuertes en Calisthea.

 

 

Mientras el vendedor elfo terminaba de ajustar los últimos detalles del arma de Hiroshi, Hiroaki se acercó curioso.

 

—Disculpe... —dijo—, ¿cómo funciona exactamente lo de fabricar armas?

¿Podemos hacerlo nosotros mismos también?

 

El elfo sonrió, dejando el martillo sobre el yunque.

 

—Claro que sí —respondió, limpiándose las manos en el delantal—.

Solo necesitáis materiales.

Los conseguiréis matando monstruos: pieles resistentes, colmillos, garras...

También podéis encontrar minerales raros en cuevas o zonas especiales.

Con esos materiales, podéis encargar armas nuevas o reforzar las existentes.

 

Hiroaki abrió mucho los ojos, emocionado.

 

—¡Eso se nos va a dar de lujo! —exclamó, con una sonrisa genuina.

 

El vendedor rió suavemente.

 

—No lo dudo.

Después de sobrevivir al encuentro con ese... ser oscuro,

creo que estáis destinados a lograr grandes cosas.

Aprovechad todo lo que Calisthea puede ofreceros.

Este mundo... es tan cruel como maravilloso.

 

Hiroshi, que escuchaba mientras se apoyaba en el mostrador, asintió, serio.

 

—Tendremos que darlo todo, ¿eh?

 

Hiroaki sonrió de lado.

 

—Siempre.

 

El vendedor, viendo la conexión entre ellos, se apartó con discreción para dejarles un momento de intimidad.

 

Los dos amigos se quedaron en silencio unos segundos, hasta que Hiroshi rompió la barrera:

 

—Tío... —dijo, bajando la voz—.

Gracias.

Hiroaki parpadeó, sorprendido.

 

—¿Por qué...?

 

—Por no dejarme tirado.

Por no rendirte cuando todo parecía perdido.

Si hubieras salido corriendo... si me hubieras dejado... no estaría aquí ahora.

 

Hiroaki se rió, negando con la cabeza.

 

—No digas tonterías.

Jamás te habría dejado atrás.

Somos un equipo, ¿no?

 

Hiroshi sonrió, con una expresión más madura de lo habitual.

 

—Sí.

Un equipo.

 

Hubo un pequeño silencio, cómodo esta vez.

 

Entonces Hiroaki añadió, mirando su mano vendada:

 

—Y yo también te doy las gracias.

Por confiar en mí.

Por no rendirte.

Por luchar a mi lado aunque sabías que no teníamos ninguna posibilidad.

 

Hiroshi alzó el puño, sonriendo.

 

Hiroaki sonrió también, y chocaron los puños suavemente.

 

Un gesto sencillo.

Pero en ese mundo peligroso, lleno de amenazas, valía más que mil palabras.

 

 

El elfo herrero terminó los últimos ajustes con un golpe final del martillo sobre el yunque. Sonrió satisfecho, y extendió las dos armas hacia Hiroshi y Hiroaki.

 

—Aquí las tenéis —dijo—. La Espada de Cobre para ti —le entregó la espada a Hiroshi—, y la Vara de Nitrilo mejorada para ti —añadió, dándole el bastón a Hiroaki.

 

[Espada de Cobre]

Ataque: +25

Defensa: +5

Efectos especiales: Ninguno.

[Vara de Nitrilo Mejorada]

Poder Mágico: +35

HP máximo: +100

Efectos especiales: Incremento leve de recuperación de PM con el tiempo.

—¡Tío, mira esto! —gritó Hiroshi, entusiasmado, examinando su nueva espada que relucía bajo la luz del taller—. ¡Estoy mucho más tocho ahora!

 

Hiroaki levantó su vara nueva, sintiendo cómo una oleada cálida de energía mágica recorría su cuerpo. Miró su estado rápidamente:

 

 

 

 

Nuevo Estado de Hiroaki:

Nivel: 2

HP: 360 (260 + 100)

PM: 430

Fuerza: 18

Defensa: 23

Poder Mágico: 81 (46 + 35)

Agilidad: 28

 

 

 

 

—¡Wow...! —susurró, impresionado—. Esta vara es increíble...

 

Ambos se miraron, sonriendo como críos con juguetes nuevos. Pero tras unos segundos, el entusiasmo dio paso a una pregunta inevitable.

 

—¿Y ahora qué? —preguntó Hiroshi, apoyando la espada en el hombro—. ¿Qué hacemos ahora?

 

Hiroaki se encogió de hombros, pensativo.

—No sé... Necesitamos entrenar más, probar estas armas... Y también tenemos que volvernos más fuertes si queremos sobrevivir aquí.

 

El herrero, que había estado escuchando su conversación, se aclaró la garganta para llamar su atención.

 

—Si queréis entrenar y conseguir tesoros, conozco el sitio perfecto —dijo, señalando hacia el suroeste—. Hay una cueva a unas pocas millas de aquí. Es peligrosa, pero ideal para aventureros que quieren fortalecerse. Hay enemigos menores, cofres escondidos y, si tenéis suerte, podríais encontrar materiales valiosos.

 

Los ojos de Hiroshi se iluminaron.

 

—¡Una cueva! ¡Con enemigos y cofres!

¡Estoy dentro! —gritó.

 

Hiroaki sonrió también, sintiendo que era justo lo que necesitaban.

 

—Vamos —dijo, ajustándose la vara a la espalda.

 

 

 

 

Partieron de la Aldea Élfica poco después, siguiendo un sendero que descendía hacia los campos abiertos. El paisaje cambiaba poco a poco: la hierba se hacía más alta, la tierra más rocosa, y el ambiente más húmedo. Finalmente, tras una hora de marcha, divisaron la entrada de una cueva oscura, oculta entre la maleza y grandes piedras cubiertas de musgo.

Una brisa fría salió de su interior, como una respiración antigua.

 

—Pues... aquí estamos —murmuró Hiroshi, desenvainando su espada.

 

—Sí... —susurró Hiroaki, sintiendo cómo la adrenalina empezaba a recorrerle el cuerpo.

 

 

La entrada de la cueva era oscura y tenebrosa, envuelta por la humedad del ambiente. Pero lo que más les golpeó fue el olor.

 

Apenas dieron unos pasos dentro, una peste insoportable los envolvió. Un hedor agrio, húmedo, como a tierra podrida y animales muertos, impregnaba cada rincón del aire.

 

—¡Puaj! —gruñó Hiroshi, tapándose la nariz con la mano—. ¡Tío, qué asco! ¡Vamos a morir envenenados por el olor antes de pelear con algo!

 

—Qué peste... —se quejó Hiroaki, frunciendo la nariz y aguantando la respiración—. Esto es inhumano...

 

El sonido de las gotas golpeando el suelo se oía como tambores sordos, constantes. Ploc... ploc... ploc... El ambiente era tan húmedo que sus botas resbalaban ligeramente en el suelo rocoso cubierto de musgo.

 

Mientras avanzaban, quejándose del mal olor, una serie de chillidos agudos los interrumpió de repente.

—¿Qué demonios es eso...? —susurró Hiroaki, mirando hacia arriba.

 

De la oscuridad descendieron, aleteando frenéticamente, cuatro figuras pequeñas y aladas. Murciélagos. Se movían rápido, chillaban sin parar, y despedían aún más peste.

 

Pero lo que llamó la atención de Hiroaki no fue el hedor ni los chillidos... sino algo que flotaba sobre sus cabezas: palabras luminosas.

 

[Zubat]

 

El nombre flotaba allí, como suspendido en el aire, visible claramente.

 

—¿Qué...? —murmuró Hiroaki, extrañado, entrecerrando los ojos.

 

Instintivamente, alzó el brazo y pulsó en uno de los nombres flotantes.

 

¡Zas! Un pequeño panel de información emergió ante él.

 

 

 

 

Zubat

[Nivel: 3]

[HP: 120]

[Ataque: 18]

[Defensa: 10]

[Agilidad: 35]

 

 

 

 

Los ojos de Hiroaki se iluminaron de

emoción.

 

—¡Tío, tío, tío, tío! —gritó, agitando la vara de la emoción mientras esquivaba un zumbido de alas—. ¡Puedo ver sus atributos! ¡Qué guapo!

 

—¿Qué? ¿En serio? —dijo Hiroshi, esquivando por poco a uno de los murciélagos que intentaba morderle—. ¡Déjame probar!

 

Hiroshi también alzó su mano, tocó el nombre flotante, y su cara se iluminó igual que la de Hiroaki.

 

—¡Hostia, tío! ¡Sí que se puede! ¡Esto está brutal! —gritó, riendo mientras apartaba de un tajo a uno de los Zubat que se acercaba demasiado.

—No podemos ver los menús de los jugadores —rió Hiroaki, esquivando un picado rápido—, ¡pero sí podemos espiar a los enemigos!

 

—¡Y eso nos da ventaja! —añadió Hiroshi, bloqueando con su espada.

 

Mientras aún flipaban, los murciélagos atacaban sin parar, obligándolos a entrar en acción.

 

—¡Vamos a estrenarnos! —gritó Hiroaki, apuntando con su vara.

 

Una ráfaga de hielo surgió de su bastón, impactando en un Zubat y congelándolo parcialmente en el aire. Hiroshi aprovechó y de un tajo limpio lo mandó al suelo.

 

—¡Uno menos! —celebró.

 

El resto de los Zubat no tardaron en caer ante su nueva fuerza y coordinación. Magias, tajos de espada y esquivas ágiles marcaron una breve pero intensa batalla.

 

Cuando todo terminó, los cuatro murciélagos yacían en el suelo, desapareciendo en una estela de luz azulada.

 

Y entonces...

 

[Has obtenido: 60XP]

[Has obtenido: 40 monedas de oro]

[Has obtenido: ala de murciélago x4]

[Has obtenido: Ojo Rojo x2]

 

¡Subida de Nivel!

 

 

 

 

Hiroaki — Nivel 3

HP: 380 (+20)

PM: 460 (+30)

Fuerza: 21 (+3)

Defensa: 26 (+3)

Poder Mágico: 90 (+9)

Agilidad: 31 (+3)

 

 

 

 

Hiroshi — Nivel 3

HP: 480 (+40)

PM: 170 (+10)

Fuerza: 45 (+5)

Defensa: 40 (+5)

Poder Mágico: 10 (+0)

Agilidad: 26 (+3)

 

 

—¡Nivel 3! —gritó Hiroshi, levantando la espada—. ¡Así sí, coño!

Hiroaki sonrió, todavía emocionado por la experiencia.

 

—Ha sido increíble... —dijo, con el corazón latiéndole a mil.

 

Miró hacia las profundidades de la cueva, donde la oscuridad parecía aún más densa... y peligrosa.

 

—¿Qué te parece si seguimos explorando? —propuso, con una chispa de emoción en la voz—. Más enemigos, más cofres... más objetos para mejorar.

 

Hiroshi dudó un segundo, aspiró aire... y puso una mueca de asco inmediato.

 

—Puff... el olor es criminal, tío... —se quejó, agitando la mano delante de su nariz—. ¡Criminal!

 

Pero finalmente sonrió, resignado.

 

—Bah, da igual. ¡Vamos a por todas!

 

Se ajustaron las armas, respiraron hondo... y se adentraron aún más en la cueva, listos para enfrentar lo que Calisthea les tuviera preparado.

 

 

Después de derrotar a los Zubat y recuperar el aliento, Hiroaki y Hiroshi siguieron avanzando entre las paredes resbaladizas de la cueva.

El hedor seguía siendo brutal, como si el mismísimo infierno se estuviera pudriendo allí dentro, pero ya estaban más acostumbrados.

 

—Tío... —comentó Hiroshi, aún respirando

por la boca—. Ha molado mucho poder ver los atributos de los enemigos.

 

—Sí —asintió Hiroaki, concentrado—. Nos da una ventaja enorme... Podemos ver su vida, su fuerza, su agilidad...

 

—Me pregunto... —añadió Hiroaki, pensativo—. Si podemos ver atributos, ¿no podríamos también ver sus debilidades? Como, no sé, vulnerable a fuego, hielo o esas cosas...

 

—¿Debilidades...? —repitió Hiroshi, pensándolo—. Pues... ¡sería la leche! Aunque no sé si se podrá.

—Tendremos que probarlo —dijo Hiroaki, con una pequeña sonrisa.

 

Mientras hablaban, un destello a lo lejos llamó su atención.

 

—¡Un cofre! —gritó Hiroshi, señalando.

 

—¡Vamos! —rió Hiroaki, olvidándose del mal olor por un momento.

 

Ambos salieron corriendo, resbalándose un poco sobre el suelo húmedo, directos hacia el cofre de madera vieja que relucía débilmente bajo la luz de las piedras luminiscentes.

 

Pero justo cuando estaban a punto de llegar, el suelo delante de ellos tembló ligeramente... y de la nada, surgieron tres flanes gelatinosos, de color azul oscuro, bloqueándoles el paso.

 

—¡¿Qué coj...?! —exclamó Hiroshi, frenando en seco.

Sin pensarlo demasiado, Hiroshi levantó su espada y le soltó un espadazo a uno de los flanes... CLONK. El golpe rebotó contra el cuerpo gelatinoso como si nada.

 

—¿¡Eh!? —Hiroshi se quedó perplejo—. ¡No les he hecho ni cosquillas!

 

El flan apenas tembló ligeramente... ni un rasguño.

 

Hiroaki frunció el ceño, pensativo. Se llevó la mano a la barbilla mientras esquivaba otro flan que intentaba abalanzarse sobre él.

 

—Espera un momento... —murmuró—. Esto... Esto es un videojuego, ¿no?

—Sí —gruñó Hiroshi, frustrado—. ¿Y qué?

—En los videojuegos siempre hay estrategias —dijo Hiroaki, con los ojos

brillando—. ¡Siempre hay enemigos resistentes a lo físico o débiles a elementos!

 

Sin perder tiempo, Hiroaki alzó el brazo, pulsó sobre el nombre que flotaba sobre uno de los flanes.

 

 

 

 

Flan Azul

[Nivel: 4]

[HP: 200]

[Ataque: 12]

[Defensa: 5]

[Poder Mágico: 70]

[Agilidad: 20]

[Vulnerable: Fuego]

 

 

Hiroaki abrió los ojos como platos.

 

—¡Lo sabía! —gritó, girándose hacia su amigo—. ¡Hiroshi! ¡Son vulnerables al fuego! ¡No los podemos matar a golpes normales!

 

Hiroshi se detuvo, con una mueca de decepción.

 

—¿Magia...? —refunfuñó—. Vaya chasco... ¡¡Pero bueno, te lo dejo a ti, maestro mago!!

 

—¡Allá voy! —gritó Hiroaki, apuntando su vara.

 

Concentró su energía mágica y lanzó un Piro contra los flanes.

Una bola de fuego envolvió a los enemigos, impactándolos de lleno.

Las llamas devoraron sus cuerpos gelatinosos, haciendo que chillaran en un sonido agudo y extraño antes de estallar en partículas de luz azul.

 

 

[Has obtenido: 90XP]

[Has obtenido: 50 monedas de oro]

[Has obtenido: Gelatina Azul x3]

 

 

¡Subida de Nivel!

 

Hiroaki — Nivel 4

HP: 400 (+20)

PM: 490 (+30)

Fuerza: 24 (+3)

Defensa: 29 (+3)

Poder Mágico: 99 (+9)

Agilidad: 34 (+3)

NUEVA HABILIDAD APRENDIDA:

Aero (Nivel 1)

Descripción: Lanza una ráfaga de viento cortante que daña y puede empujar a un enemigo.

Consumo de PM: 25

 

 

 

 

 

Hiroshi — Nivel 4

HP: 520 (+40)

PM: 180 (+10)

Fuerza: 50 (+5)

Defensa: 45 (+5)

Poder Mágico: 10 (+0)

Agilidad: 29 (+3)

NUEVA HABILIDAD APRENDIDA:

Estocada Flamígera

Descripción: Una estocada veloz que envuelve la espada en llamas, causando daño de fuego adicional y dejando el estado "quemado" durante 8 segundos.

Consumo de PM: 30

 

 

 

 

 

Cuando vieron las notificaciones flotando frente a sus ojos, Hiroaki y Hiroshi se quedaron de piedra durante un segundo... y luego estallaron de alegría.

 

—¡Tío, tío, tío, tío, mira esto! —gritaba Hiroaki, saltando como un niño—. ¡¡He aprendido un nuevo hechizo!!

 

—¡Y yo una habilidad de fuego! ¡Con mi espada! ¡¡Brutaaal!! —gritó Hiroshi, blandiendo su arma en el aire.

 

La emoción era tan intensa que, por un momento, se olvidaron del olor nauseabundo de la cueva.

 

—¡Esto es la hostia, tío! —decía Hiroshi, casi sin poder creérselo—. ¡Cada vez que subimos de nivel podemos aprender cosas nuevas!

 

—¡Y eso nos hará cada vez más fuertes! —añadió Hiroaki, apretando el puño.

 

Los dos intercambiaron una mirada brillante de pura emoción.

 

Se giraron hacia el cofre olvidado, que

seguía allí, esperándolos.

Esta vez, más cautelosos, se acercaron... pero también con una nueva determinación en el pecho.

 

Sabían que Calisthea no era simplemente un juego bonito.

Era un mundo lleno de secretos, desafíos... y recompensas para aquellos que se atrevieran a seguir adelante.

 

 

Cuando terminaron de derrotar a los flanes, Hiroaki y Hiroshi se acercaron al cofre que antes habían visto brillar en la distancia.

 

Pero cuando estuvieron delante de él... fruncieron el ceño.

 

El cofre era de madera vieja, desgastado,

con grietas y manchas de moho cubriéndolo. Al tocarlo, Hiroshi apartó la mano enseguida con una mueca de asco.

 

—¡Puaj! —se quejó, sacudiéndose los dedos—. ¡Está pegajoso! ¡Y húmedo! ¡Y huele... huele a rancio, tío!

 

Hiroaki, con el ceño aún más fruncido, acercó la mano despacio, casi a regañadientes.

 

—Qué asco... —murmuró, encogiendo los hombros—. Pero bueno... no nos queda otra si queremos ver qué hay dentro.

 

Respiró hondo, se tapó un poco la nariz con la manga de su túnica, y empujó la tapa del cofre.

 

El sonido que se produjo fue espantoso:

un chirrido agudo y desgarrador, como una puerta oxidada que no se ha abierto en siglos.

El ruido les rompió los oídos, y ambos retrocedieron instintivamente, tapándose las orejas.

 

—¡Aaaagh, qué horror! —gritó Hiroshi.

 

—¡Parece que se va a desintegrar! —se quejó Hiroaki.

 

Pero entonces, desde el interior del cofre, un suave brillo dorado surgió, iluminando la oscuridad de la cueva.

 

Se asomaron con cautela... y sus caras se iluminaron de pura alegría.

 

 

 

 

Contenido del Cofre:

 

[Has Obtenido: Poción x4]

[Usar/Desechar]

[Has Obtenido: Éter x2]

[Usar/Desechar]

 

 

 

 

—¡Tío, pociones y éteres! —gritó Hiroshi, agarrando las botellas como si fueran tesoros.

 

—¡Nos van a venir de lujo para curarnos y recuperar magia! —añadió Hiroaki, sonriendo ampliamente.

 

El hedor que salió del cofre era aún peor que antes, un golpe de aire rancio y

putrefacto que casi los tira de espaldas, pero en ese momento no les importó.

 

Se miraron, riendo de pura emoción.

 

—¡Esto es brutal! —gritó Hiroshi, levantando un éter en alto como si fuera un trofeo.

 

—¡Los combates, los cofres, los niveles... es como estar viviendo nuestro propio videojuego! —añadió Hiroaki, contagiado por el entusiasmo.

 

Durante esos momentos de euforia, rieron, celebraron, y por primera vez en mucho tiempo... se olvidaron de Kenshiro no Oni.

Se olvidaron del miedo, de la oscuridad, de la amenaza.

 

Solo existía la aventura.

 

Hiroshi, todavía riendo como un crío, salió corriendo cueva adentro, gritando:

 

—¡A seguir explorandoooo! ¡Vamos a encontrar más cofres, más monstruos, mááás todo!

 

Hiroaki sonrió, pero su sonrisa fue algo más tenue.

 

Mientras avanzaba a paso más tranquilo, no pudo evitar que un pensamiento cruzara su mente.

 

Kenshiro no Oni.

 

El recuerdo de aquella presencia oscura, aquel terror puro, volvía a asomar lentamente.

Pero ahora, Hiroaki lo veía de otra forma.

Ahora no sentía solo miedo.

 

Ahora sentía una chispa de esperanza.

 

Poco a poco, se estaban fortaleciendo.

Cada nivel que subían, cada hechizo nuevo, cada habilidad aprendida... era un paso más cerca de enfrentarlo.

 

Quizás aún estaban verdes.

Quizás aún les quedaba muchísimo por aprender sobre cómo funcionaba ese mundo.

Pero un día... un día, serían lo suficientemente fuertes.

 

Hiroaki apretó su nueva vara con fuerza, inspiró hondo, y corrió tras Hiroshi, que seguía gritando de emoción más adelante en el túnel.

La aventura no había hecho más que empezar.

 

 

Mientras seguían avanzando entre la humedad y el hedor insoportable de la cueva, Hiroaki y Hiroshi conversaban animadamente, sus voces resonando en el pasillo de piedra.

 

—No puedo creer que tengamos habilidades ya —decía Hiroshi, agitando su espada con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡La Estocada Flamígera va a reventarlo todo, tío!

 

Hiroaki sonrió, sujetando su vara con firmeza.

 

—Sí... —dijo—. Y la magia Aero que aprendí puede ser muy útil. Podremos controlar el

campo de batalla... ralentizar enemigos, empujarlos... Cosas así.

 

—Bah, estrategias... —se rió Hiroshi, dándole una palmadita en la espalda—. ¡Donde estén unos buenos mamporros, que se quiten las tácticas!

 

Hiroaki negó con la cabeza, divertido, pero su tono se volvió más serio.

 

—No deberías confiarte tanto —dijo—. Este mundo... Calisthea... No es solo pelear porque sí.

Aquí tendremos que pensar, usar la cabeza, buscar estrategias. No todo se solucionará a espadazos.

Y más importante aún... —miró hacia la oscuridad de la cueva, pensativo— ...hay peligros aquí que aún no podemos ni imaginar. No podemos morir por

imprudencia.

 

Hiroshi se quedó un momento en silencio, pensativo. Luego sonrió, más tranquilo.

 

—Vale, vale. No iré a lo loco —prometió, medio en broma.

 

Seguían caminando cuando, de pronto, algo les hizo detenerse en seco.

 

Delante de ellos, al final del pasillo, se alzaba una enorme puerta de piedra.

Era rocosa, irregular, como si la hubieran tallado directamente de la montaña. En su superficie, un relieve inmenso representaba a un minotauro de aspecto brutal: musculoso, con cuernos afilados, y unos ojos rojos intensos que parecían casi vivos.

Un leve resplandor azul salía por las rendijas de la puerta, bañándolos en una luz fantasmagórica.

 

Se miraron en silencio.

 

—¿Sientes... eso? —preguntó Hiroshi, bajando la voz.

 

Hiroaki asintió lentamente.

 

—Sí. Es... como una presión en el pecho... en la cabeza... en todo el cuerpo. —Se llevó una mano al pecho, notando cómo el corazón le latía más fuerte de lo normal.

 

Se acercaron lentamente a la puerta, inspeccionándola. Cada paso que daban, la presión aumentaba, como si algo los empujara a retroceder.

Hiroshi pasó la mano por la roca, notando su rugosidad, y olió el aire cargado que salía por las rendijas.

 

—¿Qué crees que es esto...? —preguntó, mirando de reojo a Hiroaki.

 

Hiroaki no respondió de inmediato. Estaba demasiado concentrado, escudriñando cada detalle del grabado: los músculos tensos del minotauro, los ojos brillando en rojo, el aura oscura que parecía emanar del dibujo mismo.

 

—Tal vez... —empezó Hiroshi, intentando romper el silencio—, tal vez sea un segundo piso, ¿no?

—¿Segundo piso...? —repitió Hiroaki en voz baja.

 

—Sí, tío. Como en los RPGs. Acabas una

zona, y bajas o subes al siguiente nivel, donde los enemigos son más fuertes. —Se encogió de hombros—. Molaría un huevo.

 

Hiroaki entrecerró los ojos, pensativo.

 

—No lo creo —dijo lentamente—. Observa bien la puerta.

La figura del minotauro... esos ojos rojos... la presión que sentimos... la oscuridad que emana desde dentro...

 

Se cruzó de brazos, serio.

 

—Esto... podría ser una sala de jefe.

 

Hiroshi abrió los ojos como platos.

 

—¿Una sala de jefe? —repitió, emocionado—. ¡Tío, sería la hostia! ¡Un jefe de verdad! ¡Un combate épico!

 

Pero Hiroaki no sonrió. Seguía mirando la puerta con ojos fríos y calculadores.

 

—En muchos juegos —empezó a explicar, su voz calmada—, cuando exploras mazmorras, cuevas o fortalezas, hay salas especiales donde te enfrentas a un jefe. No es casualidad que esta puerta sea tan distinta al resto de la cueva.

—Los grabados... la presión... la luz... todo apunta a que detrás de esta puerta hay algo mucho más fuerte que cualquier cosa que hayamos visto hasta ahora.

 

Hiroshi escuchaba en silencio, todavía vibrando de emoción.

 

—Normalmente —continuó Hiroaki—, los jefes custodian grandes tesoros, nuevas habilidades... o desbloquean nuevas

zonas. Pero también son muchísimo más peligrosos.

—Y nosotros... bueno —añadió, lanzándole una mirada significativa—. Todavía no estamos del todo preparados.

 

Hiroshi asintió lentamente, su sonrisa disminuyendo un poco. La emoción seguía ahí, pero ahora matizada con un poco de respeto.

 

—Tío... —dijo—. Puede que tengas razón.

—Aunque... —añadió, sonriendo de nuevo—. ¡La verdad es que la idea de reventar a un jefe suena de putísima madre!

 

Hiroaki soltó una pequeña risa, aliviando un poco la tensión.

 

—Sí... suena bien —admitió—. Pero esta vez... vamos a pensar bien antes de actuar.

No podemos lanzarnos como locos. No sabemos qué nos espera detrás de esa puerta.

Ni qué tan fuerte será el enemigo.

 

Se quedaron unos minutos más observando la puerta, tocando sus grabados, analizando cada detalle.

 

El aire a su alrededor seguía denso, pesado, como si el propio mundo de Calisthea contuviera la respiración ante lo que estaba a punto de suceder.

 

Hiroshi levantó la espada, sonriendo confiado.

 

—Cuando digas, tío.

 

Hiroaki respiró hondo, sintiendo la vara de Nitrilo más pesada en sus manos.

 

—Vamos a prepararnos bien primero —dijo finalmente—. No cometeremos errores.

 

Sus ojos brillaban con una determinación férrea.

 

Porque sabía, muy en el fondo, que si querían sobrevivir en Calisthea...

Tendrían que ser más que jugadores.

Tendrían que ser verdaderos héroes.

 

 

Hiroaki respiró hondo.

Se acercó lentamente a la gran puerta de piedra, sus dedos temblando apenas cuando tocaron la fría superficie.

La empujó.

 

La puerta se abrió con un sonido grave y pesado, como si todo el peso de la

montaña recayera sobre sus bisagras.

 

Un soplo de aire frío les golpeó el rostro.

 

Hiroshi, que había estado sonriendo, dudó por un instante.

La presión en su pecho se intensificó, como si algo invisible lo aplastara.

 

—Tío... —murmuró—. Esto... esto es diferente.

 

Hiroaki asintió, con una seriedad que pocas veces mostraba.

 

—Sí... —susurró—. Pero ya hemos llegado hasta aquí. No vamos a echarnos atrás.

 

Hiroshi tragó saliva... y dio un paso adelante.

Hiroaki lo siguió, más concentrado que nunca.

 

La oscuridad los envolvía. No podían ver más allá de un metro frente a ellos.

Pero conforme avanzaban, fuuuush, unas antorchas colgadas en las paredes comenzaron a encenderse una a una, como si un ser invisible les estuviera abriendo el camino.

 

Las llamas no brillaban como el sol, pero eran suficientes para iluminar el pasillo rocoso.

 

Hiroshi sonrió, sus ojos brillando de emoción.

 

—¡Tío...! ¡Estamos dentro de un videojuego de verdad! —exclamó, girando sobre sí mismo para mirar las antorchas

encendiéndose—. ¡Este suspense, esta ambientación... es brutal!

 

Hiroaki, aunque sonrió levemente, mantuvo su vara firmemente agarrada.

 

—Avancemos con cautela —advirtió—. Esto no es solo para asustarnos. Es una advertencia.

 

Siguieron caminando, sus pasos resonando en la piedra.

 

Finalmente, el pasillo desembocó en una gran sala circular.

 

Y de repente, ¡FUUUSH!

Todas las antorchas de la sala se encendieron al mismo tiempo, bañando el lugar con una luz amarilla temblorosa.

Se quedaron quietos, observando a su alrededor.

 

La sala era enorme, con columnas de piedra agrietadas y un suelo cubierto de polvo.

Pero... no había nadie.

 

—¿Eh...? —murmuró Hiroshi—. ¿Aquí no hay nada?

 

Hiroaki frunció el ceño, mirando alrededor con atención.

 

—Qué raro... —susurró—. Debería estar aquí el jefe... a menos que... —se detuvo, pensativo—. A menos que tarde en aparecer. Como en los videojuegos.

 

Hiroshi, por si acaso, desenvainó su espada.

La presión en el aire seguía aumentando, como una ola que se preparaba para romper.

 

De repente, sintieron una vibración en el suelo.

Un retumbar sordo, rítmico.

BOOM... BOOM... BOOM...

 

Y entonces, lo vieron.

 

Desde el fondo de la sala, emergiendo de entre las sombras, apareció una figura enorme.

Un Minotauro.

 

Musculoso como una montaña de carne, cubierto de cicatrices, con cuernos afilados como lanzas y un hacha gigante que apenas parecía poder sostener el propio suelo.

Sus ojos, dos brasas rojas, se clavaron en ellos con una mirada que prometía muerte.

De su hocico brotaba vapor a cada respiración, como si su sangre hirviera.

 

Hiroshi y Hiroaki se quedaron paralizados, una mezcla de emoción y miedo recorriéndoles el cuerpo.

 

—Tío... —susurró Hiroshi, con los ojos brillando—. ¡Esto es el jefe! ¡Qué guapo!

 

—Sí... —respondió Hiroaki, tenso—. Pero impone que te cagas.

 

Durante un minuto eterno, se quedaron allí, quietos, observándolo.

 

El Minotauro simplemente los miraba, sin moverse, como evaluándolos.

La tensión era tan densa que costaba

respirar.

 

Finalmente, Hiroaki se concentró.

Alzó la mano y pulsó sobre el nombre flotante que aparecía sobre la criatura.

 

 

 

 

Minotauro Colosal

Nivel: 6

HP: 300

Ataque: 110

Defensa: 35

Poder Mágico: 20

Agilidad: 18

 

 

 

 

Hiroaki se quedó boquiabierto.

 

—Ciento diez de fuerza... —murmuró—. Esto es una barbaridad. Si nos golpea... estamos muertos.

 

Hiroshi tragó saliva, su entusiasmo disminuyendo un poco.

 

—Tío... —dijo, con tono serio—. ¿Cuál es el plan?

 

Hiroaki respiró hondo.