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Capitulo 5: Calle #12

Capítulo 5: Calle #12

El viento rugía con furia, azotando el rostro de Hiro mientras conducía la moto, con Laura aferrada a su espalda. La lluvia golpeaba el asfalto, dejando un olor a tierra mojada en el aire.

—Para aquí —ordenó Laura, señalando un almacén abandonado al borde de la carretera.

—¿Para qué? —preguntó Hiro, girando el manubrio con cuidado.

—Tú hazlo —respondió ella, cortante como siempre.

Sin insistir, Hiro detuvo la moto frente al almacén. La estructura parecía a punto de derrumbarse: paredes desconchadas, ventanas rotas y un letrero oxidado que colgaba de un clavo.

—¿Por qué este lugar? —pensó, frunciendo el ceño.

—Vamos, ayúdame con la puerta —dijo Laura, su voz firme mientras empujaba una puerta metálica.

Hiro se unió a ella, y entre los dos forzaron la entrada con un chirrido agudo. El interior estaba oscuro, con un hedor a humedad y metal rancio. Las paredes estaban salpicadas de manchas oscuras que parecían sangre seca, y el eco de sus pasos resonaba como un mal augurio.

—¿Qué demonios es este lugar? —preguntó Hiro, con el aliento entrecortado.

Laura no respondió de inmediato. En cambio, lanzó su maleta al suelo con un golpe seco.

—Cámbiate —ordenó, su tono helado.

Hiro abrió la maleta y frunció el ceño al ver el contenido.

—¿Qué es esto? —dijo, sosteniendo un uniforme con el logo del Banco Nacional.

—¿Recuerdas el contrato de confidencialidad? Esto es parte de él. Hay que guardar nuestro uniforme de VINDEX —explicó Laura, mientras se dirigía a otra habitación para cambiarse.

Hiro asintió, pero su curiosidad lo traicionó. Mientras ella se alejaba, empezó a explorar. Cada rincón del almacén parecía gritar una historia violenta: balas incrustadas en las paredes, muebles rotos, y un rastro de sangre que llevaba a una puerta cerrada.

“Parece que aquí hubo una guerra… ¿Dónde están los cuerpos?” —pensó, con un escalofrío.

Intentó abrir la puerta cerrada, pero la cerradura no cedía.

—Tiene que haber una forma… —murmuró, sacando su navaja para forzarla.

Se detuvo un momento y apoyó la frente contra la puerta. Afuera, la lluvia repiqueteaba contra las ventanas rotas. Por un instante, un recuerdo lo golpeó: sangre, gritos, un día que lo marcó para siempre.

“Todo me recuerda a ese maldito día…”

Con una serie de patadas precisas, rompió la cerradura.

Dentro, encontró estanterías polvorientas llenas de libros y registros. El aire era denso, con olor a moho.

“No hay nadie aquí…” —susurró, revisando los estantes.

Los libros eran registros de asesinatos en la calle #12, cada página un testimonio de violencia. Antes de que pudiera leer más, una voz lo interrumpió.

—¿Qué haces aquí? —Laura estaba en la entrada, ya con el uniforme del banco.

—¿Qué es este lugar? —respondió Hiro, girándose hacia ella.

—No te interesa. Vamos, tenemos trabajo —dijo ella, ajustándose los lentes con un gesto seco.

—No me moveré hasta que me digas —insistió Hiro, cruzándose de brazos.

Laura suspiró, y por primera vez, su mirada se nubló.

—Aquí se escondía una banda que secuestraba y mataba agentes de VINDEX. Fue un lugar difícil de limpiar. Mi hermano estuvo en esa misión… y nunca volvió a ser el mismo. Dijo que vio cosas que un humano no debería hacer. Perdió la cordura, VINDEX lo dio por desertado, y poco después se quitó la vida.

—Laura recogió su maleta, su voz temblando apenas al final—. ¿Contento?

Hiro sintió un nudo en el estómago.

—¿A qué te refieres con ‘limpiar’?

—No lo entiendes, ¿verdad? Esa banda y los agentes de VINDEX solo dejaron muerte tras muerte, todo por deudas. Si no hacemos bien nuestro trabajo, terminaremos igual. Muévete de una vez.

Sin decir más, Hiro se cambió al uniforme del banco, pero antes, guardó una de las revistas en su chaqueta. Afuera, la lluvia caía con más fuerza, y Laura lo esperaba con los brazos cruzados.

—Apúrate —espetó.

Hiro asintió, y juntos se dirigieron a la calle #12.

—Es aquí —dijo Laura, bajándose de la moto frente a una mansión imponente.

—Vaya, tiene un hogar increíble —murmuró Hiro, admirando las columnas blancas y los ventanales relucientes.

—Una lástima que tenga que hipotecarlo —respondió Laura, con un tono seco.

Laura tocó el timbre, y una mujer elegante abrió la puerta. Llevaba joyas costosas y un vestido que gritaba riqueza.

—¿Sí? —dijo con una sonrisa amable.

—Buenos días, señora Díaz. Venimos del Banco Nacional —respondió Laura, con una cortesía fingida.

—Oh, claro. Pasen, por favor —dijo Amanda, abriendo la puerta de par en par.

—Gracias —respondieron ambos al unísono.

Dentro, Hiro no pudo evitar notar el lujo: jarrones de cristal, alfombras de terciopelo, un candelabro que brillaba como oro.

“No lo entiendo… Está endeudada y aún conserva todo esto,” pensó, frunciendo el ceño.

—¿Les gustaría un té? —ofreció Amanda, con voz melosa.

—No, gracias —cortó Laura, mirándola fijamente—. Queremos saber si recibió el recibo del banco, señora Díaz.

Amanda soltó una risa ligera.

—Oh, muñeca, no me mires así. No soy ninguna delincuente. Sí, me llegó la notificación.

—¿Y tiene una idea de cómo pagará esa deuda? —insistió Laura, sin apartar la mirada.

—Claro, tengo mis ahorros —respondió ella, con una sonrisa confiada.

Laura se inclinó hacia adelante, su voz afilada.

—Déjeme preguntarle algo, señora Díaz. Usted trabaja para uno de los mejores bufetes de abogados del país. Su sueldo le permite vivir cómoda. ¿Por qué endeudarse?

Amanda rió, como si la pregunta fuera un juego.

—Buena pregunta, muñeca. Es simple: mi sueldo no cubre todos mis caprichos.

Hiro apretó los puños en silencio.

“¿Más de 500,000 dólares por caprichos? No entiende que si no paga, morirá…”

—Su próxima fecha es el martes de la semana entrante, a esta misma hora. Estaremos aquí —dijo Laura, levantándose.

—No se preocupen, aquí estaré con el dinero —respondió Amanda, con esa sonrisa imperturbable.

—Vamos —ordenó Laura a Hiro, dirigiéndose a la puerta.

“Solo vine a estorbar…” pensó Hiro, con un suspiro.

Antes de salir, Laura se detuvo y giró hacia Amanda.

—Un consejo, señora Díaz. Por su bien, espero que tenga ese dinero la próxima vez que nos veamos.

—Claro —dijo Amanda, sin borrar su sonrisa.

Laura cerró la puerta con un golpe seco.

—¿Era necesaria la amenaza? —preguntó Hiro, caminando hacia la moto.

—Si no la presionamos, pensará que esto es un juego —respondió Laura, arrancándole las llaves de la mano—. Yo manejo de vuelta.

Hiro puso los ojos en blanco.

“¿Cómo voy a llevarme bien con ella?”

El trayecto de regreso fue frío, con la lluvia empapándolos hasta los huesos. Al llegar a la base, Sofía los recibió en el taller, limpiándose las manos con un trapo grasiento.

—¿Cómo les fue? —preguntó con una sonrisa.

Laura se bajó sin responder, pero Hiro se apresuró a hablar.

—Laura, te dejo. Tengo que revisar algo en mi cuarto.

—¿Qué te pasa, idiota? —respondió ella, frunciendo el ceño.

Hiro no contestó y corrió a su habitación. Una vez dentro, cerró la puerta con llave y sacó la revista que había robado. Hojeó las páginas hasta detenerse en una foto.

—Entonces sí trabajó aquí… —murmuró, mirando a uno de los agentes de VINDEX en la misión de la calle #12.

Fin del capítulo.