prologo

Ecos del Génesis

Durante siglos, el mundo ha girado ignorando los secretos enterrados bajo su superficie. Secretos que vibran con una energía que la ciencia no ha sabido nombrar y que los gobiernos han preferido enterrar antes que aceptar.

Hubo un tiempo en que el hombre temía a lo que no comprendía. Pero ahora… lo teme aún más, porque lo ha tocado.

Todo comenzó silenciosamente, como comienzan todas las catástrofes que importan. No con una explosión… sino con un susurro.

En la isla de Kaelor, una extensión de tierra oculta en medio del Pacífico Sur, aislada por tormentas constantes y escudos satelitales, un científico visionario dio un paso que nadie más se atrevió a dar. El Dr. Elijah Kael, genio incomprendido y exiliado de las instituciones que una vez lo veneraron, comenzó su experimento más audaz: reunir a los hijos del futuro.

Niños nacidos con alteraciones genéticas. No por accidente. No por mutación espontánea. Sino por una vibración cósmica que había recorrido la Tierra desde tiempos ancestrales. Algo que despertó en el universo. Algo que buscaba receptores. Y los encontró… en ellos.

Cuatro. Solo cuatro.

A simple vista, eran niños rotos: abandonados, huérfanos, olvidados por el sistema. Pero Kael vio más. Vio chispa. Vio potencial. Y supo que la humanidad estaba cambiando… que la próxima era no sería dominada por gobiernos ni máquinas, sino por ellos.

Carl fue el primero.

Encontrado a los cinco años tras sobrevivir a un derrumbe de acero y concreto que mató a todos a su alrededor. Emergió sin un rasguño, rodeado de vigas retorcidas que parecían haberlo protegido, o obedecido. Con el tiempo, Kael descubriría que podía controlar cualquier metal a voluntad. Que podía volar, detener misiles, colapsar edificios… y que no envejecía.

Carl no solo era fuerte. Era estable, analítico, noble. Y eso lo hizo el líder natural del grupo. El que los sostuvo cuando el mundo los empujaba hacia la oscuridad.

Sarah, la más brillante.

De pequeña, su cuerpo comenzó a emitir destellos de energía. Su familia creyó que era bendita, hasta que quemó un hospital al perder el control. Capaz de absorber luz solar, energía eléctrica, incluso energía nuclear, Sarah podía volar a velocidades imposibles, liberar explosiones cósmicas y, cuando su emoción la desbordaba, entrar en un estado binario: una versión de sí misma con poder descomunal y conciencia elevada.

Sarah era esperanza. Una fuerza contenida en equilibrio por su compasión. Era luz en su forma más humana.

Mike llegó después.

Huérfano de guerra, rescatado de un laboratorio en ruinas donde fue criado como arma. Su poder era diferente: no lo canalizaba, lo creaba. Energía pura que podía moldear en armas, escudos, alas, rayos. Su potencial era ilimitado… tanto como su ira. Mike tenía el alma marcada por el abandono, y por eso, su fuerza siempre colindaba con el caos.

Kael lo entrenó, pero nunca logró domarlo del todo. Mike era el guardián más feroz, el más impulsivo, el más humano. Dentro de él, latía un poder que, de liberarse por completo, podría rivalizar con el nacimiento de una estrella… o su colapso.

Jonathan fue el más difícil de encontrar.

No porque se ocultara, sino porque el mundo no podía verlo. Su cuerpo podía volverse intangible, invisible, invencible. En ese estado, podía cruzar paredes, atravesar balas, resistir explosiones. Cuando estaba en su forma sólida, era silencioso, introvertido, meticuloso. En su forma incorpórea… era un fantasma imparable.

Jonathan vivía con un miedo silencioso: no al mundo, sino a perderse en él. Pero dentro del equipo, encontró algo que nunca tuvo: pertenencia. Y con ello, el coraje para seguir caminando con los pies en la tierra.

Durante dos años, bajo el entrenamiento del Dr. Kael, los cuatro adolescentes aprendieron a dominar sus habilidades. Se convirtieron en leyendas en las sombras. Intervinieron en conflictos globales sin ser vistos. Detuvieron armas biológicas, hackearon satélites, rescataron científicos secuestrados. El mundo jamás supo que fue salvado… una y otra vez.

Se hacían llamar: Los Guardianes.

Vivían en la Isla Guardian, su base oculta, una fusión de tecnología alienígena y ciencia avanzada. Allí reían, entrenaban, discutían. Se sentían normales, aunque sabían que nunca lo serían.

Pero todo lo que sube… debe caer.

Una señal alteró la calma.

Un objeto, no identificado, se estrelló en Kansas. Pero no era una nave. Era un niño.

Lo llamaron Brightburn.

Durante años, fue criado por humanos. Pero el gobierno lo descubrió. Lo arrebataron. Lo encerraron. Lo estudiaron. Lo convirtieron en lo que más temían: una bomba viviente.

Ahora, a sus 16 años, Brightburn ha escapado. Y el mundo arde.

Ciudades son destruidas. Aviones caen. Tormentas electromagnéticas borran redes. Y en el centro de todo… un joven de capa roja, con ojos brillando como soles moribundos, grita de dolor… y todo explota.

Los Guardianes observan desde la distancia. No es solo una misión. Es el principio del fin.

Carl lo mira en la pantalla y ve algo más que un enemigo. Ve a un chico como ellos. Perdido. Asustado. Furioso.

Kael lo sabe. El futuro ha llegado antes de tiempo.

Y ahora, la pregunta no es si pueden detenerlo.

Sino si pueden salvarlo… sin destruirse entre ellos.

🌀 FIN DEL PRÓLOGO