El salón de la manada resonaba con risas y música. A mi alrededor, los lobos celebraban la aceptación oficial de Lilith como nuestra concubina. Pero yo no sentía nada parecido a la celebración.
Mis ojos seguían desviándose hacia donde Seraphina estaba sentada sola con su patético vestido gris. Se mantenía rígida, con el rostro inexpresivo, sin revelar nada. Ni una lágrima, ni un ceño fruncido, ni siquiera un destello de dolor. Solo vacío.
Debería haberme satisfecho. Esto era lo que queríamos, ¿no? Herirla como ella nos había herido. Hacerla sufrir por sus traiciones.
*Eres un maldito mentiroso,* gruñó mi lobo. *Nunca quisiste esto.*
Lo ignoré, dando otro trago a mi bebida. El alcohol no hizo nada para aliviar el vacío que se expandía en mi pecho.
—Ronan —ronroneó Lilith, presionándose contra mi costado. Sus marcas recién adquiridas resaltaban rosadas contra su piel—. ¿Por qué tan serio? Esto es una celebración.