La oscuridad había envuelto la habitación cuando me despertó bruscamente el violento golpe de la puerta de mi dormitorio. Mis ojos se abrieron de par en par, adaptándose a la tenue luz mientras luchaba por entender la intrusión.
—¡Pequeña bruja manipuladora!
La voz de Lilith cortó el pacífico silencio de mi siesta. Antes de que pudiera registrar completamente lo que estaba sucediendo, un dolor punzante explotó en mi mejilla. Me había abofeteado.
—¿Qué demonios... —comencé, pero otra bofetada me silenció.
—Sé lo que estás haciendo —siseó Lilith, con su cara a centímetros de la mía. Su maquillaje habitualmente impecable no podía ocultar la rabia que deformaba sus facciones—. ¡Has lanzado algún hechizo, ¿verdad? ¡Has hecho que me odien!