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La vasta arena de artes marciales estaba silenciosa como un cementerio.
Todos los hombres fuertes estaban atónitos, como si manos invisibles estuvieran apretando sus gargantas con fuerza, dejándolos incapaces de hablar.
Todos habían oído hablar del poder del Cuerpo Sagrado, pero ninguno lo había presenciado con sus propios ojos.
Pero ahora...
¡Ye Heng les mostró lo que era un Cuerpo Sagrado!
¡Bang!
El Simio Santo de la Batalla detrás de Ye Heng regresó a su cuerpo, con lágrimas corriendo por sus ojos mientras caía de rodillas con un golpe sordo y se inclinaba profundamente ante Xiao Yi, como si reuniera todas sus fuerzas para gritar:
—¡Xiao, yo, tu discípulo Ye Heng, no te he decepcionado!
Este rugido liberó toda la frustración que había embotellado durante la última década.
Todo su resentimiento se desvaneció en ese momento.
La boca de Xiao Yi se curvó en una sonrisa mientras se levantaba lentamente:
—¡Bien hecho!
—¡Gracias, Xiao!