Despierto por la mañana en este cuerpo débil y enfermizo, observando el techo de una habitación que no reconozco. Esa simple imagen basta para recordarme que ya no estoy en la realidad que conocía.
Me incorporo lentamente; frunzo el ceño, pues me invade una jaqueca insoportable.
Entonces comienzo a pensar en lo que vendrá.
La historia que recuerdo trataba de cómo yo, la villana, robaba el lugar de la heroína: la verdadera hija del duque.
Cuando se descubre la verdad, la villana y su madre, acusada de adulterio, son expulsadas a la calle sin piedad.
El duque descubre la traición porque la heroína hereda la habilidad única de la casa: el Cuerpo Bendito, una habilidad prestigiosa que solo el primer hijo biológico puede obtener. Esta dota de fuerza, resistencia y un talento sobrenatural para aprender.
Gracias a esta habilidad, el ducado ha producido un sinfín de caballeros excepcionales que juraron lealtad al rey, convirtiéndose en su espada.
Cuando la protagonista muestra su habilidad, se une a la Orden de Caballeros y jura lealtad al príncipe heredero. Así comienza su amor y, con el tiempo, se convierte en emperatriz.
Un cliché que me aburrió tanto que ni siquiera terminé de leer.
Pero… si solo el primer hijo biológico hereda la habilidad y la heroína nació después de la villana, entonces… yo no soy la hija legítima del duque.
Vaya problema.
El duque me expulsará sin remordimiento, y seguramente un asesino me espere fuera de la mansión. Un noble caído, sin respaldo ni poder, que muera en silencio… nadie lo notará.
Qué estresante.
—¿Señorita, se encuentra bien? —me interrumpe una voz dulce.
Una doncella entra en la habitación.
—¿Qué sucede?
—Voy a arreglarla. La joven duquesa está muy preocupada por usted. Quiere venir a verla.
—Está bien… —“¿Cómo será esa mujer que se atrevió a engañar al duque?”
La doncella peina mi cabello con esmero. Yo, aún débil, espero sentada en la cama. Pronto, la puerta se abre y entra ella: la duquesa.
Una figura refinada aparece con paso elegante. Es una mujer joven, de cabellos blancos y ojos celestes, con una mirada tierna y humilde.
—¿Lara? ¿Cómo te encuentras? —pregunta, visiblemente preocupada.
Me sorprende… no tiene la cara de una mujer promiscua. Es hermosa, delicada… ¿me estaré dejando engañar por su apariencia y voz dulce?
—Estoy bien, madre —respondo, con el rostro algo avergonzado.
—Me alegra saber que estás mejor —dice sonriendo amablemente.
Bajo la mirada, sintiendo cómo mis mejillas se sonrojan aún más.
Realmente parece la típica protagonista gentil y sumisa de una novela.
—Me siento mejor gracias a la dedicación de los médicos.
—Eso me hace muy feliz.
—¿Padre? —pregunto con curiosidad. Nunca he visto su rostro.
—Está muy ocupado y no ha podido venir. No te enojes, cariño, seguro tiene sus razones…
La sirvienta que me arreglaba estalla, con los ojos encendidos de furia.
—¡Ese cretino del duque! Hace meses que no se acerca. ¿¡Cómo puede ignorar así a su hija!?
—¡Tranquilízate! Podrían escucharte y meterás en problemas —la reprendo con urgencia.
La duquesa se sienta a mi lado, aún con expresión serena. Sus ojos brillan al mirarme.
¿Por qué me mira así? ¿Será…?
Sí. Intentaré presionarla.
Si consigo que confiese su infidelidad, tal vez logre mejorar mi situación… quizás mi verdadero padre tenga algo de estatus.
Adopto una expresión triste y tomo su mano.
—Mamá, lamento haber sido una hija débil y enferma… Me entristece no haber heredado la habilidad de padre. Siento que te he decepcionado.
Vamos, siente culpa…
Pero al alzar la mirada, no veo culpa. Veo furia.
¿Dije algo malo?
—No es tu culpa no haber obtenido la habilidad. Si no la tienes, es porque tu padre falló.
¿¡El duque falló!? ¿¡Le echa la culpa a él!? ¿Habla en serio? ¿O solo es una gran actriz?
Tendré que ir al grano.
—Madre, ¿tú por casualidad…?
Antes de que pueda terminar, ella me interrumpe colocando sus manos sobre mis hombros.
—No. Aunque tengas dudas, yo nunca fui infiel. Eres hija de tu padre. Sé que muchos empleados cuestionan tu legitimidad, pero tú eres auténticamente hija del duque.
¿Madre… serás tú la verdadera villana que miente tan bien?
—Comprendo… Aunque no te culpo si no lo fueras. El duque no es precisamente una joya…
—Aunque tu padre sea un vil cretino, yo he mantenido mi honradez.
Lo dice tan convencida… ¿Pero qué pasará cuando él descubra la verdad? ¿Mantendrá la mentira? ¿Nos arrastrará a ambas al desastre?