Capitulo 3

Comienza mi mañana igual que siempre, exaltada por el lugar extraño en el que me encuentro, observando el techo alto y espléndido.

Dolor de cabeza, fiebre y mareos.

Estoy un poco frustrada.

Me levanto de la cama. Mis piernas tiemblan, me siento cada vez más débil.

Caigo de rodillas al piso. No puedo creer que esto esté pasando.

“¿Acaso no es un poco extraño? La tecnología médica no existe en esta época, por lo tanto, si tengo una enfermedad crónica común, nadie lo sabrá. Pero en cambio, hay médicos y sacerdotes que usan el poder divino, el cual puede curar cualquier enfermedad. Entonces me pregunto: ¿por qué no me han sanado?”

Según lo que dijo la doncella que me atiende, cada vez que recibo tratamiento hay una gran mejoría, pero a los pocos días vuelvo a decaer. ¿Es una enfermedad que ni los santos pueden curar?

Mi familia es rica y ha gastado altas sumas de dinero dándome tratamiento casi a diario, pero el duque se ha cansado y ha cortado el presupuesto. Los sacerdotes, que venían todos los días, comenzaron a venir una vez por semana, luego cada quince días y ahora solo una vez al mes. Esto ha hecho que mi calidad de vida se reduzca drásticamente.

El duque debe sospechar que no soy su verdadera hija… por eso me está abandonando poco a poco.

Si no mejoro mi estado de salud, no podré tener una buena vida.

Tras leer tantas novelas de fantasía, puedo analizar el ambiente y la situación. He visto estos casos a menudo: alguien enfermo que no puede ser curado con poderes divinos. Como en esos manhwas de doctores reencarnados en un mundo mágico, que curan a pacientes con enfermedades que tienen un origen persistente o muy oculto.

Si fuera una enfermedad normal, ya me habría curado.

Por lo tanto, puedo decir que mi enfermedad es algo que me rodea, que me está afectando constantemente. ¿Será una contaminación o un envenenamiento continuo?

Recuerdo el caso de una princesa que se enfermaba por usar maquillaje con plomo… pero yo no uso maquillaje.

También un alérgico al gluten, pero estos no son los síntomas. Puedo descartar cualquier alergia.

¿Alguna contaminación alimenticia? ¿O quizás un rechazo mágico?

He leído casos ficticios en novelas donde el cuerpo no tolera la magia. Y como aquí es un mundo mágico, debería buscar el problema si quiero sobrevivir.

Tendré que esperar a que me cure un sacerdote y tratar de descartar posibilidades.

Intentaré no comer nada: si los síntomas continúan, podré descartar la comida.

Después, recibiré la cura nuevamente y me alejaré a un bosque por unos días, lejos de cualquier fuente mágica. Si los síntomas vuelven, sabré que no es un rechazo a la magia.

Y así sucesivamente, hasta descartar todas las causas posibles.

Si no tengo salud, cuando me echen a la calle, no podré hacer nada más que aceptar la sentencia del duque.

Y así pasaron los días, entre la penuria de los síntomas molestos, hasta que un sacerdote joven llegó a la mansión.

Este individuo se acercó a mi habitación.

Yo estaba muy contenta: la cura al fin llegaba. Ya no aguantaba más.

El joven ingresó. Tenía cabello rubio, ojos celestes y vestía una túnica blanca de seda larga, decorada con bordados dorados. Muy lujosa.

Se notaba que los sacerdotes vivían en otro nivel.

Me miró de inmediato y chasqueó la lengua.

Yo quedé confundida.

“¿…?”

—Qué aburrido… no entiendo por qué me mandan a hacer este trabajo —dijo.

Levantó su flequillo con la mano y me lanzó una mirada filosa.

Parecía realmente molesto por tener que tratar a este cuerpo débil.

Se acercó a mi cama, extendió su mano frente a mí y, sin necesidad de tocarme, comenzó a curarme.

Una luz dorada recorrió todo mi cuerpo.

De inmediato me sentí mejor: mis síntomas desaparecieron y mi vitalidad regresó.

Estaba feliz.

Pero el sacerdote se dio media vuelta y se fue de inmediato, malhumorado.

No me dio tiempo de agradecerle.

Me dejó con el “gracias” en el aire.

Salió rápidamente de la mansión.

Era un joven arrogante y bastante irrespetuoso.

Enseguida entró mi doncella, una jovencita de pelo y ojos marrones.

—Señorita, ¿se encuentra usted mejor?

—Sí, gracias por preguntar. Para la próxima vez que el duque mande a llamar a un sacerdote, dile que lo cambie. No quiero volver a verle la cara a ese sujeto.

—¡¿Señorita?! Ese sujeto ha sido irrespetuoso. ¿Quiere que le golpee en el rostro?

La doncella se arremangó el uniforme.

De inmediato traté de tranquilizarla.

—No es necesario… solo que no era muy hablador y parecía algo irritado. Prefiero no volver a verle la cara.

—Comprendo, señorita. Pero si cambia de opinión, no dudaré en sacarle los dientes y las uñas una por una.

—¡¿De dónde sacaste esa tenaza?!

—Estaba reparando algo.

—¡Ya guarda eso y sal de mi vista!

Lina es muy aterradora.

No sé de dónde rayos mi madre pudo haber contratado a alguien así…