En la mansión del duque, la nueva duquesa Catalina se establecía cómodamente en una espléndida habitación. Aquella mujer vulgar descansaba en una silla de terciopelo, meneando su abanico para ventilar su rostro excesivamente maquillado.
Las sirvientas, tensas, servían a la despiadada mujer, quien se irritaba con facilidad ante cualquier movimiento descuidado. Una de las empleadas, aún inexperta, apoyó la tetera con demasiada brusquedad sobre la charola de la mesa auxiliar. Sus manos temblorosas derramaron un poco de agua caliente.
Catalina frunció el ceño y gritó. En un arrebato de furia, golpeó a la joven sirvienta, humillándola frente a las demás. La chica, delgada, de pelo negro, ojos marrones y lentes redondos, se arrodilló aterrada ante ella.
Por fortuna, la puerta de la habitación se abrió de improviso. La hija del duque, de apariencia inocente, ingresó con su habitual sonrisa. Catalina, rápidamente, expulsó a todas las empleadas. La sirvienta fue salvada por el destino, al menos por ese día.
Catalina quedó a solas con la dulce jovencita, pero, de repente, la expresión angelical de la niña se desmoronó. Ya no necesitaba actuar.
—Madre —dijo con frialdad—, ¿estás segura de que te has deshecho de la duquesa y de la mugrosa hija del duque?
—Sí, querida, ya está hecho. Mandé a buenos asesinos hace un año. No debes preocuparte por esas cosas humildes.
—Madre, sabes que si falla, todo el plan fracasará. He escuchado el rumor de que le pedían pensión al duque.
—Descuida, todo está bajo control. Sabes que a las empleadas le encantan inventar chismes. Tengo al duque comiendo de mi mano, si algo sobresaliera ya lo sabría.
Luego nos desharemos de él también y me quedaré con el ducado.
—Madre, recuerda que este plan no es para satisfacer tus ambiciones personales.
—Sí, lo sé, lo sé. Tú serás emperatriz. Ese es el objetivo principal. Debes matar al príncipe heredero y ocupar el trono. Pero, ¿qué hay de malo en que tu madre se divierta un poco siendo duquesa mientras tú haces lo tuyo?
—Sabes que no deberías estar en este papel. Pero fue necesario, porque esa estúpida encontró la maldición antes de que yo llegara. Fuiste colocada como una pieza de ajedrez para enamorar al duque y engañarlo con tus trucos mentales.
—Sí, pero ten en cuenta, cariño, que si no fuera por mí, no habrías podido manipular al duque tan fácilmente. Yo me acerqué a él gracias a que el muy idiota fue a un burdel, con ayuda de tu padre que lo convenció fácilmente.
Tu padre y yo estamos cooperando para que la venganza se haga correctamente. Después de que me convierta en duquesa y mate al duque, traeré a tu padre. Entonces podremos vivir en la nobleza otra vez.
Si no fuera por ese estúpido rey, nuestra familia sería próspera y respetada. Pero por su culpa, nos convertimos en nobles caídos. Simples plebeyos.
Pero estoy feliz de esta venganza. Por su estupidez, su verdadero hijo —el legítimo heredero de su linaje— fue sellado bajo un lago. Ahora, el siguiente objetivo es el otro hijo: morirá miserablemente, castigado por una sociedad que descubrirá que no posee la habilidad real. Porque su verdadero progenitor ya no existe.
Una familia real sin habilidades no podrá gobernar. Ahí es donde entrarás tú, mi niña. Serás la emperatriz con el mejor pedigrí. Todos depositarán en ti sus esperanzas para restaurar el linaje, creyendo que llevas la sangre del duque. Pero nadie sabrá que tus verdaderas habilidades provienen de los nobles caídos que el rey tanto reprimió por su magia negra prohibida.
El rey emprendió una cacería de brujas contra nuestra familia solo porque tenía miedo. Olvidó que nuestras habilidades fueron clave en la guerra.
La Dicha del Ojo puede borrar recuerdos, implantar memorias falsas o nublar la mente para doblegarla a la voluntad de su portador. Es una habilidad poderosa, diferente del resto: la nuestra se adquiere por libros, no por sangre, aunque la descendencia también importa. Podemos pactar con entes del bajo astral. Las habilidades de las casas reales se pierden con sus portadores. Las nuestras... permanecen.
¡Crearemos una nueva era! ¡Destruiremos a todos esos nobles de habilidades trascendentales! Ya acabamos con el linaje del rey y el del duque. Ahora, solo nos faltan unos pocos mequetrefes más...
Catalina se tomó el rostro, ruborizada, con una sonrisa macabra. Su mirada, perdida en el placer de hacer caer el imperio, brillaba como la locura.