Capitulo 12

En la espléndida mansión del duque, la mañana llegaba revolucionada.

Elisa había sido llamada por una empleada. La joven, siempre simpática, observaba la situación con curiosidad. ¿Por qué la llamaban tan rápido?

La empleada la guió hasta la habitación principal del duque, un lugar restringido donde no cualquiera podía entrar, custodiado a diario por soldados.

Grandes puertas intimidantes cerraban ese espacio sagrado.

La empleada, tímidamente, golpeó la puerta con un repique peculiar.

No eran simples toques: componían una melodía extraña, un mensaje cifrado.

La voz del duque emergió desde el otro lado, profunda y firme.

—Que pase.

¿El duque reconocía el código? ¿Sabía ya de qué se trataba?

Elisa entró con timidez, y quedó impresionada por la elegancia del espacio tras la pesada puerta.

El duque estaba de pie frente a un gran ventanal, contemplando la espléndida vista del jardín.

La empleada hizo una reverencia, dejó pasar a Elisa y cerró la puerta, que produjo un golpe profundo.

Elisa se sobresaltó, pero comprendía que una puerta tan vieja y maciza hiciera semejante ruido.

El duque no se giró de inmediato; su mirada seguía fija en el exterior.

Desde su posición, Elisa lo observaba: un hombre imponente, una figura inquebrantable.

—Te he llamado aquí por una razón —dijo con voz grave.

Elisa se cuestionó por dentro: ¿Por qué alguien como el duque me llamaría a mí?

Él continuó:

—Al lado de la chimenea, sobre ese pedestal cristalino, descansa Linus... la elegante espada negra que todos codician. No cualquiera puede tener el honor de empuñarla. Solo los privilegiados de nuestra sangre... solo quien tenga el don puede portar tan magnífica arma.

Elisa empezó a sudar frío. Ya intuía hacia dónde iba aquella conversación.

¿Linus? ¿Debo empuñarla? ¿Y si me rechaza? ¿Podré engañarla? Es solo una espada, ¿qué puede pasar?

El duque finalmente se giró, y sus ojos, fuertes y llenos de vitalidad, se clavaron en ella.

—Linus tiene voluntad propia. Me ha rechazado. No me permite portarla. Creo que ha llegado tu momento. Ve por ella.

El duque abrió el cristalero, y reveló la espada negra, con detalles en rojo brillante.

—Linus puede rechazar a quien no sea digno. No se dejará empuñar fácilmente —añadió con reverencia.

Elisa apretó los puños con tensión, luego cerró los ojos y respiró hondo.

Si no me permite portarla, la dominaré. No permitiré que me humille una simple hojalata.

Extendió la mano hacia la empuñadura.

El duque contenía la emoción.

Elisa sujetó a Linus. El sudor cubría su frente. Frunció el ceño y alzó la espada.

El duque aplaudió con orgullo.

—¡No esperaba menos de mi heredera! Linus es un artefacto inteligente. Puedes pedirle que tome la forma que desees para transportarla: un collar, un pendiente, un brazalete... Solo debes pensarlo.

Elisa lo intentó. Se concentró... pero la espada no cambió.

El duque reflexionó.

—No te esfuerces ahora. Inténtalo más tarde. Seguramente estás cansada. A mí también me llevó horas lograrlo.

—Gracias, padre. Tal vez, como usted dice, solo estoy agotada.

—Es mejor que vayas a descansar. Cuida de Linus... espero que construyan una buena relación.

Elisa hizo una reverencia y se retiró.

El duque, feliz, quedó contemplando cómo su hija había logrado lo que él no podia hacer: levantar la reliquia familiar.

Ya en su habitación, sola, Elisa dejó caer a Linus bruscamente al suelo.

—¡Maldita espada! ¿Cómo pudo pasar esto?

Su mano temblaba. Estaba roja. La piel que había tocado a Linus mostraba señales de daño.

—Necesitaré guantes... Me esforcé mucho para dominarla, pero aún así no se doblega. Tendré que llevarla a una fragua...

De pronto, la espada se arrastró por sí sola, alejándose.

—¿Qué fue eso...? ¿Esa cosa se ha movido? Debe ser mi imaginación...

Elisa, ahora más precavida, la recogió con un pañuelo y la apoyó junto a la chimenea.

—Aunque protegí mi mano, el daño se transmitió. Aunque fue menor... ¿Podré hacer que me acepte?