Desnuda frente al espejo, observé el cuerpo que no era mío.
Piel tersa, casi irreal. Cabello sedoso que caía por mis hombros como hilos de oro viejo, brillando bajo la tenue luz del baño. Mis manos recorrieron mi cintura —más estrecha de lo que recordaba—, mis caderas, mis muslos. Todo era… distinto. No completamente ajeno, pero tampoco familiar.
No sabía cuánto tiempo llevaba de pie allí, estudiando cada rincón de ese cuerpo prestado.
—Soy Lyanna Blanchet… —susurré.
La voz que salió de mis labios era suave, elegante, y un poco más aguda que la mía original.
No era mi cuerpo.
No eran mis cuerdas vocales.
Pero las palabras eran mías. Los pensamientos, también.
¿Estaba soñando? ¿Era una alucinación inducida por el golpe? ¿Un coma? ¿Una segunda vida?
No tenía forma de comprobarlo.
No tenía sentido pensar tanto en eso.
No ahora.
—Si esto es real… entonces debo moverme.
Me vestí con las prendas que las sirvientas habían dejado sobre la cama: un vestido color vino, de telas gruesas y bordados sobrios. No era ostentoso, pero tampoco barato. Había dignidad en él.
Lo que se esperaría de una noble empobrecida.
Recogí mi cabello como había visto en los sprites del juego y bajé las escaleras, sin saber exactamente qué decir. No conocía los modales de Lyanna más allá de su personalidad en pantalla. Pero al parecer, no tendría que fingir mucho.
En el comedor, una larga mesa de madera oscura esperaba con una cena modesta: pan, sopa de verduras y algo que parecía un estofado. Nada extravagante.
Había tres personas sentadas.
Un hombre de semblante severo, con el rostro cansado y barba descuidada.
Una mujer elegante de mirada fría, cuyos dedos tamborileaban el borde de su copa.
Y un joven de cabello desordenado, que parecía más inclinado a dormir que a comer.
—Hija —dijo el hombre—. Gracias a los cielos estás bien. Nos preocupaste esta mañana.
Me detuve. Respiré hondo.
¿Mentir? ¿Decir la verdad?
—Estoy bien, padre —respondí, intentando sonar calmada—. Solo un poco confundida… y olvidadiza. Supongo que el golpe me afectó más de lo que creí.
—¿Amnesia? —preguntó la mujer, levantando una ceja.
—Parcial. Recuerdo cosas… su rostro, mi nombre. Pero hay vacíos. Detalles. Lo siento.
Silencio.
El hombre —mi supuesto padre— asintió lentamente.
—Es comprensible. No te preocupes por eso ahora. Lo importante es que estás aquí.
Poco a poco, la conversación se alejó de mí.
Pasaron a hablar sobre las cosechas fallidas.
Sobre una inversión que no dio frutos.
Sobre cómo la familia Blanchet había perdido su fortuna y vivía de apariencias.
Yo no hablé. Solo escuché.
Con cada palabra, me daba cuenta de que el juego no mostraba ni la mitad de lo que pasaba en esta casa.
Lyanna… había estado atrapada en una prisión invisible de expectativas y responsabilidades.
Como yo.
—Hija —la voz del hombre volvió a mí—. Mañana partirás hacia la Academia Saint Valerian.
Sabes bien cuál es nuestro plan.
Si logras captar la atención de algún joven noble… y asegurar un matrimonio…
Tal vez podamos recuperar algo.
Me paralicé.
Ese discurso. Esa presión. Esa idea de usar el matrimonio como salvación.
No era nueva para mí.
Mis verdaderos padres, los de mi mundo, me lo habían dicho tantas veces.
“Búscate a alguien que te mantenga, que te proteja.”
“Deja de perder el tiempo con jueguitos y piensa en el futuro.”
“Ya basta de fantasías, Akari. Cásate con alguien que te saque de esta casa.”
Pero yo nunca quise eso.
Nunca quise ser la moneda de cambio de nadie.
Ni en mi mundo, ni en este.
—Entiendo —respondí, bajando la mirada.
No porque estuviera de acuerdo, sino porque no quería discutir.
No podía. No ahora.
Me excusé, diciendo que quería preparar mis cosas para el viaje.
Ellos no insistieron.
Parecía normal que Lyanna evitara conversaciones difíciles.
Subí las escaleras con paso lento.
Mi corazón latía fuerte. Mi cabeza estaba llena de nombres, rutas, decisiones.
Elira aún no había entrado en la historia.
Y yo, como su mejor amiga, debía estar lista para apoyarla.
Pero esta vez, no todo iría como en el juego.
Porque esta no era una ruta ya escrita.
Era mi vida. Y aún no decidía si quería jugarla…
…o reescribirla.