La vida real no tenía rutas románticas, diálogos con opciones o finales felices preestablecidos.
Y Akari Mizuno lo sabía mejor que nadie.
Desde pequeña, había sentido que no encajaba. Mientras las demás chicas hablaban sobre maquillaje, dramas coreanos o qué chico era más lindo en su clase, Akari solo quería llegar a casa, ponerse los audífonos y sumergirse en mundos donde las campesinas podían brillar, donde un acto de valentía podía cambiar tu destino… y donde siempre existía alguien que te mirara con ojos llenos de amor.
En su mundo, eso no pasaba.
—¿Otra vez encerrada en tu cuarto? —gruñó su madre desde la cocina aquella mañana—. ¿No puedes socializar como una chica normal?
—Quizás si dejaras de jugar tanto, podrías tener un futuro decente —agregó su padre sin levantar la vista del periódico.
Akari no respondió. Ya lo había intentado antes. Intentó ser "normal", intentó hacer amigos, encajar… pero en la escuela, sus compañeros la miraban como si fuera de otro planeta.
Callada, retraída, sin interés en lo que estaba "de moda".
Ella solo quería terminar sus tareas rápido, pasar por su trabajo de medio tiempo en la cafetería y luego… jugar.
Jugar Luz del Corazón Real hasta que el reloj marcara las tres de la mañana.
Porque en ese juego, ella tenía poder.
Ella importaba.
El timbre de salida sonó, marcando el final de otra jornada de clases. Mientras sus compañeros se reunían en grupos para hablar o planear salidas, Akari salió sola por la puerta trasera del instituto, con la cabeza baja y los audífonos puestos. Sabía que hablar con ellos era inútil. Aunque fueran amables, siempre sentía ese muro invisible.
Ese que decía “ella no pertenece aquí”.
"Hoy no voy a llorar", se dijo. "Hoy solo queda una hora para mi turno… y luego podré llegar a casa y jugar la nueva ruta fan hecha por ese grupo brasileño…"
Alzó su teléfono para ver la hora y de pronto una notificación brilló en pantalla:
《¡Luz del Corazón Real tendrá adaptación al anime!》
Fecha de estreno confirmada. Visual teaser disponible.
Akari se detuvo en seco.
Sus ojos se abrieron como platos. Sus dedos temblaban. Abrió la publicación, vio la primera imagen… ¡Elira animada! ¡Y Cedric se veía tan guapo! ¡Y la música de fondo era la misma del menú principal!
—¡AAAAAHHH! —gritó sin poder contenerse—. ¡Lo logramos, Elira! ¡¡Te lo merecías!!
Comenzó a correr, con el corazón latiendo más fuerte que nunca.
Quería llegar a casa, abrir su laptop, subir un hilo de Twitter, ver el teaser en pantalla grande, tal vez llorar un poco…
Tan absorta estaba en su felicidad, que no notó la luz roja.
Ni el claxon.
Ni los gritos.
Solo el golpe.
---
Oscuridad.
Silencio.
Un peso ligero sobre su pecho. Un aroma a lavanda y madera.
—…Señorita Lyanna… ¿me escucha?
La voz era suave. Delicada.
No robótica como la del juego, no artificial. Real.
Akari abrió lentamente los ojos. Lo primero que vio fue un techo de cristal, decorado con intrincados vitrales de colores. Después, una mujer con cofia blanca y uniforme elegante inclinada hacia ella con preocupación.
—Gracias al cielo… pensé que su caída del caballo la había dejado inconsciente.
—¿Eh…?
—Avisaremos al Marqués Blanchet. Él estará feliz de saber que su hija despertó.
Akari se incorporó de golpe. Sintió su cabello largo, sedoso. Sus ropas no eran sucias ni escolares, sino un camisón de seda. En el espejo cercano, vio a una joven hermosa de cabello castaño claro y ojos violetas, con facciones nobles.
La reconocía.
La había visto en más de cien partidas.
Era Lyanna Blanchet.
La mejor amiga de Elira en Luz del Corazón Real.
Un personaje secundario, una noble arruinada.
Una chica amable, siempre a la sombra.
Akari tembló.
—No… no puede ser…
Abrió la ventana. Al fondo se veía la torre mágica de Saint Valerian, la misma que aparecía en la pantalla de carga del juego. Carruajes, soldados con armadura, y pájaros mágicos volaban por el cielo rosado del amanecer.
Ella no estaba soñando.
Estaba dentro del juego.
Pero no como Elira.
Sino como Lyanna.
Y aunque su rol era el de una amiga de apoyo, Akari sentía que algo más estaba comenzando.
Algo no planeado.
Una ruta… jamás escrita