Capítulo 5: El Corazón Oscuro de Veridian y la Prueba de la Fe

El sol de la mañana apenas comenzaba a teñir el cielo de pálidos tonos dorados cuando el grupo de Ren reanudó su marcha. La urgencia de la capital amenazada pesaba sobre ellos como una mortaja. El mapa que Ren había extraído del depósito Valerius no mentía; la línea pulsante de Éter corrupto se extendía hacia el este, apuntando directamente a Veridian, un pequeño y próspero pueblo agrícola que servía como el último bastión antes de las grandes defensas exteriores de la capital. Era un lugar crucial, un punto de inflexión.

El camino, una antigua ruta comercial, era una sucesión de colinas ondulantes y valles cubiertos de densos bosques. El Éter Sombrío natural de la región era un susurro constante, diferente a la opresión de Solara o la extraña quietud del depósito. Aquí, se sentía como una respiración lenta y profunda de la tierra, una acumulación silenciosa de lo que había sido.

Ren, con sus ojos beige escudriñando el horizonte, podía sentir la tensión en cada uno de sus compañeros. La noche anterior, la revelación del Inquisidor Valerius y la traición de su linaje había dejado una marca. Para él, era la continuación de una búsqueda, la confirmación de que su aldea no había sido un accidente, sino parte de un patrón oscuro. La Ley de la Resonancia Anímica le susurraba que cada alma perdida en las "Zonas Muertas" resonaba con la suya, impulsándolo hacia adelante.

Lyraen cabalgaba a su lado, sus ojos dorados, habitualmente serenos, ahora reflejaban una profunda melancolía. La visión de las almas vaciadas en el depósito Valerius la había afectado más de lo que admitía. Una tarde, mientras detenían a los caballos junto a un arroyo para descansar, Lyraen se sentó al borde del agua, sus dedos rozando la superficie.

"Siento la tristeza," dijo, su voz un murmullo poético, casi inaudible. "No solo de las almas que liberamos en Solara, sino de las que fueron… despojadas en ese horrible lugar. ¿Cómo se puede hacer eso a un espíritu? ¿Convertirlo en una herramienta sin esencia? Va contra todas las Leyes del Vínculo del Alma. Es una abominación."

Ren se sentó a su lado, el Éter Sombrío purificado de su cuerpo extendiéndose hacia ella, un bálsamo sutil. "Es lo que el Inquisidor Valerius llama 'purificación'. Él cree que está eliminando la debilidad, creando un nuevo orden a través de la muerte forzada. Es una distorsión de la Ley de la Entropía del Éter, una que consume sin devolver, que solo toma."

Lyraen apoyó su cabeza en el hombro de Ren, un gesto inusual para la elfa normalmente reservada. Ren sintió la fragilidad y la fuerza entrelazadas en ella. El aroma a bosque y lirios silvestres que emanaba de Lyraen era un contraste con el éter que los rodeaba, un recordatorio de la vida que buscaban proteger. "Tu Éter es diferente, Ren," susurró ella. "Es… un ancla. Me ayuda a no perderme en el dolor de los demás. Gracias." La conexión entre ellos, forjada en la empatía y la vulnerabilidad, se profundizaba con cada momento, una promesa de refugio mutuo en la oscuridad.

Kiyomi, por otro lado, se había vuelto más distante, aunque su determinación era inquebrantable. Se dedicaba a revisar los mapas y a estudiar las notas recuperadas del depósito Valerius con una intensidad febril. Su orgullo, herido por la traición familiar, la impulsaba, pero Ren sentía la furia fría que burbujeaba bajo su superficie. Su afinidad con la Ley de la Corrupción Inevitable la hacía comprender la mente retorcida del Inquisidor, pero también la exponía a la tentación de su propia oscuridad.

Una noche, mientras Kiyomi estaba de guardia, Ren se acercó, la luz de la luna plateando el acero de su espada. "Kiyomi," dijo, su voz suave. "Lo que hizo tu pariente… no es tu culpa."

Kiyomi se giró, sus ojos violetas ardiendo con una mezcla de ira y tristeza. "Mi casa, Kageyama, mi linaje, es de honor. Mi padre, mi abuelo… buscaron el conocimiento, sí. Pero no esta… aniquilación. Esta 'purificación' es una mancha que solo la sangre puede limpiar." Su mano, adornada con el anillo familiar, se apretó con tal fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. "Él ha pervertido la Ley de la Memoria del Cuerpo, usando las almas de forma blasfema. Él es un Valerius deshonrado. Y yo, como hija de esta casa, soy la única que puede corregir esta afrenta." Había un matiz de venganza en su voz que Ren notó, una promesa de juicio severo que era muy Valerius. El conflicto de Kiyomi era palpable, una lucha entre la lealtad a su fe y el peso de su legado, y Ren sentía una extraña admiración por su fuerza de voluntad, así como una creciente preocupación por el camino que su dolor la impulsaba a tomar.

Grizelda, como siempre, era la voz de la razón práctica. Su sentido de la Ley de la Entropía del Éter la hacía desconfiar de cualquier alteración en el ciclo natural. "Más charlas no van a detener a ese loco," gruñó una mañana, mientras revisaba las provisiones. "Necesitamos un plan. Si ese Valerius está en Veridian, ya estará preparando el terreno. Hay que asegurar las defensas, y rápido. La tierra no miente, y siento que este pueblo ya está respirando el Éter Sombrío." El golpe de su martillo contra una roca cercana, un sonido seco y contundente, subrayaba su punto. Ren valoraba su franqueza, la roca inamovible en medio de la vorágine. Su astucia y su sabiduría se manifestaban en su mirada, una mezcla de escepticismo y lealtad.

Ryuu, la orco, se mantenía en la retaguardia, sus gólems de carne, grandes y silenciosos, un escudo formidable. Su afinidad con la Ley de la Memoria del Cuerpo y su habilidad en la Vinculación de Cadáveres la hacían una fuerza imparable. Su mirada oscura, llena de una ferocidad contenida, no se apartaba de Ren. Una tarde, mientras Ren entrenaba con sus esqueletos de guerra, Ryuu se unió a él, su hacha de guerra cortando el aire con una precisión letal.

"Tus huesudos son rápidos," gruñó Ryuu, deteniéndose para observar a los esqueletos de Ren. "Pero les falta… peso. La memoria de la furia." Ella extendió una mano, y una fina capa de Éter Sombrío corrompido, imbuida con su propia Ley de la Memoria del Cuerpo, cubrió los huesos de uno de los esqueletos de Ren. El esqueleto se retorció, sus movimientos se volvieron más brutales, su aura más amenazante. Era la fuerza pura, sin matices. "A veces, el equilibrio es un lujo. Para la guerra, necesitas la brutalidad."

Ren la miró, sorprendido. La crudeza del poder de Ryuu era innegable. "Gracias, Ryuu. Tu Éter es… potente."

La orco asintió, una rara sonrisa torcida apareciendo en sus labios. "La fuerza es la verdad. Y tú la entiendes, Kageyama. Eres diferente a los otros magos de la Academia. No solo lees, ¡actúas! Y eso me gusta." Hubo una admiración palpable en su voz, un reconocimiento de su valor que era tan directo como su hacha. Ren sintió la conexión animal de la orco, la simple y poderosa atracción de un guerrero hacia otro, y la calidez de su aprobación.

Finalmente, el equipo llegó a Veridian. La diferencia con Solara era escalofriante. No había desolación visible, al menos no al principio. El pueblo parecía vivo: humo de las chimeneas, niños jugando en las calles de adoquines, el parloteo de las voces en el mercado. Pero Ren lo sintió. Una presión inmensa que no era hostil, era simplemente el eco de un cataclismo latente. El Éter Sombrío, sutil pero omnipresente, se aferraba al aire como una neblina invisible, más concentrado que en Solara antes de la plaga. La Ley de la Entropía del Éter susurraba de un ciclo que estaba siendo pervertido.

"Es más denso aquí," murmuró Lyraen, su rostro pálido. "Siento las almas de los vivos… y también de los muertos. Pero están… mezcladas. Confusas. La Ley del Vínculo del Alma está sufriendo. Hay una discordia."

Kiyomi inspeccionó el pueblo con una mirada fría y analítica. "No hay guardias de la Iglesia. Ni presencia de magos. Esto es demasiado fácil. Está aquí. Y no se está escondiendo."

Grizelda asintió. "El Éter está concentrado en el centro del pueblo. Una plaza, quizás. O un templo. Es un nido de serpientes." Su martillo de guerra resonó en su mano, lista para la acción.

Ren asintió. "Nos infiltraremos. Lyraen, tú y yo buscaremos la fuente del Éter y cualquier alma atrapada. Kiyomi, Ryuu, Grizelda, manténganse en las sombras, prepárense para una confrontación. No sabemos qué nos espera."

Se movieron con cautela por las estrechas calles de Veridian. El bullicio del pueblo se sentía hueco, una fachada. Ren podía ver a la gente, pero sus auras vitales parecían tenues, sus almas temblaban bajo el velo de Éter Sombrío. La Ley de la Resonancia Anímica le permitió sentir el lento drenaje de su energía vital, una enfermedad silenciosa que ya los estaba consumiendo. Era la misma sensación que había precedido a la plaga en su propia aldea.

Llegaron a la plaza central, donde la gente se reunía para una celebración. Pero no era una celebración normal. La gente danzaba con una alegría forzada, sus sonrisas eran demasiado amplias, sus ojos vacíos. En el centro de la plaza, sobre una plataforma improvisada, un hombre con una túnica oscura y un yelmo sin facciones se dirigía a la multitud. Era el Inquisidor Valerius.

Junto a él, un objeto horrible. No era una esfera, sino una pirámide de cristal oscuro, suspendida en el aire, pulsando con una luz púrpura siniestra. Hilos de Éter Sombrío, densos y venenosos, emanaban de ella, envolviendo a la gente de Veridian. Era una amplificación de la esfera de Solara, una máquina de la Ley de la Corrupción Inevitable a una escala mucho mayor.

"¡Mis queridos feligreses!" resonó la voz del Inquisidor Valerius, amplificada por el Éter. "La plaga que se avecina es una bendición. Una purificación. Aquellos que son débiles, aquellos que están corrompidos, serán liberados de su sufrimiento. Sus almas serán la base de un nuevo orden, un mundo sin enfermedades, sin pecado. Este es el amanecer de la verdadera Luz, la Luz de la Descomposición Sagrada."

Ren sintió una náusea. El Inquisidor estaba lavando el cerebro a la gente, usando su fe para justificar la aniquilación. La Ley del Vínculo Kármico susurraba de una transgresión monumental.

"¡Es una locura!" susurró Lyraen, sus manos cubriendo su boca. "¡Está corrompiendo sus almas mientras viven! ¡No está esperando a que mueran! ¡Está destruyendo su esencia!"

"La Ley de la Corrupción Inevitable al extremo," Kiyomi susurró, sus ojos violetas fijos en el Inquisidor, una mezcla de horror y una punzada de oscuro orgullo familiar. "Está forzando la corrupción de sus almas y cuerpos, acelerando la entropía. Es una blasfemia incluso para nuestra casa. Está usando el Flujo Arcano del pueblo para alimentar su ritual. Combina la oscuridad y la luz."

De repente, los ojos de Kaelen se abrieron de golpe. Había estado observando desde la distancia, siguiéndolos, dudando. La luz de la Radiación Divina a su alrededor parpadeó con rabia. Ella había creído que el Éter Sombrío era el mal puro, pero ver a un Inquisidor de su propia Iglesia pervirtiendo la fe y la vida de esta manera… era impensable.

"¡Hereje!" gritó Kaelen, su voz resonando en la plaza. Desenvainó su espada luminosa, y la Radiación Divina estalló de ella, un faro de luz pura que barrió la plaza, disipando parte del Éter corrupto y liberando a algunos aldeanos del trance. La Ley de la Resonancia Elemental (Luz) en ella chocó con la oscuridad. "¡Detente, monstruo! ¡No en el nombre de la Luz Eterna!"

El Inquisidor Valerius se giró, su mirada oscura fija en Kaelen. "La ingenuidad de la fe. Siempre un obstáculo."

"¡Ahora!" gritó Ren, su oportunidad. "¡Lyraen, Kiyomi, desactiven esa pirámide! ¡Ryuu, Grizelda, contengan al Inquisidor y sus creaciones!"

Ryuu y sus gólems de carne se lanzaron hacia la plataforma, interceptando a los nuevos no-muertos que el Inquisidor comenzaba a invocar: Maestros de la Plaga con cuerpos hinchados y capaces de lanzar esporas venenosas. "¡La carne contra la corrupción, Valerius! ¡Mis puños no son débiles!" gritó Ryuu, el sonido de la batalla un rugido de trueno.

Grizelda, con un gruñido, creó una barrera de hueso y piedra reforzada con su Ley de la Entropía del Éter, para proteger a los aldeanos liberados y flanquear al Inquisidor. "¡No permitiré que este veneno se extienda! ¡Mi clan detiene la entropía, no la abraza!"

Mientras Kaelen, con una furia justa, se enfrentaba al Inquisidor Valerius, su espada de luz chocando con los ataques de Éter corrupto del Inquisidor, Ren se lanzó hacia la pirámide de cristal. Lyraen y Kiyomi lo siguieron de cerca.

"¡Siento los flujos!" dijo Lyraen, sus ojos dorados fijos en los hilos de Éter que alimentaban la pirámide. "Está extrayendo la energía vital de la gente, y la está usando para corromper sus propias almas. La Ley del Vínculo del Alma está siendo arrancada."

Kiyomi colocó sus manos sobre la pirámide, sus ojos violetas brillando con una determinación helada. "Hay puntos de control. Nodos de resonancia. Mi abuelo… los creó para calibrar la extracción. Si los invertimos, el Éter se volcará sobre él." Era una táctica brutal, pero eficiente. "La Ley de la Corrupción Inevitable puede ser usada para destruir lo que creó, Inquisidor."

Ren cerró los ojos, concentrándose. La Ley de la Resonancia Anímica le permitió sentir los puntos de anclaje de las almas. La Ley de la Entropía del Éter le mostró la dirección en la que la energía fluía. Él y Lyraen se concentraron en debilitar los puntos de anclaje de las almas, mientras Kiyomi, con una precisión mortal, comenzó a invertir los nodos de energía de la pirámide.

El Inquisidor Valerius, sintiendo la interferencia, se giró con un rugido de frustración, liberando una oleada de Éter corrupto hacia ellos, pero Kaelen se interpuso, su escudo de Radiación Divina resistiendo el asalto.

"¡No te atrevas a corromper más almas, abominación!" gritó Kaelen, su voz una proclamación de fe. "¡La Luz Eterna no permitirá esta herejía!"

Mientras Ren, Lyraen y Kiyomi trabajaban, la pirámide de cristal comenzó a vibrar con una luz púrpura errática, y luego, con un estallido sordo, comenzó a implosionar. El Éter corrupto que alimentaba a los no-muertos de la plaza se disipó. Los Maestros de la Plaga se desmoronaron en cenizas. Los aldeanos se tambalearon, liberados del trance, confundidos y asustados, sus auras vitales débiles pero ya sin la marca de la corrupción.

"¡Imposible!" gritó el Inquisidor Valerius, su voz ahogada por la rabia. El aura de Éter corrupto a su alrededor comenzó a desvanecerse. El plan de "purificación" había sido desmantelado.

Kaelen se lanzó, su espada brillando con la luz pura de la Radiación Divina, buscando asestar el golpe final. Pero el Inquisidor Valerius, con una velocidad sorprendente, conjuró una barrera de Éter Sombrío más densa, un velo que lo envolvió y lo hizo desaparecer, como si se hubiera disuelto en las sombras.

"¡Maldición! ¡Escapó de nuevo!" gritó Ryuu, golpeando el suelo con su hacha.

El silencio volvió a la plaza, un silencio cargado de las consecuencias de la batalla. Kaelen se giró hacia Ren, sus ojos azules aún escudriñando. Había visto la luz disipar la oscuridad, pero también había visto a los nigromantes de la Orden Velada, usando el Éter Sombrío, detener a un Inquisidor de su propia fe. Su rostro reflejaba una tormenta de confusión.

"Él no es la Luz," dijo Kaelen, su voz apenas un susurro. "Pero ustedes… ¿quiénes son?"

Ren se acercó, la fatiga pesando en sus hombros. "Somos quienes se oponen a él. Somos la Orden Velada. Y venimos en busca de la verdad." Sus ojos beige encontraron los de Kaelen, una invitación a la comprensión. "No todos los que usan el Éter Sombrío buscan la destrucción. Algunos buscamos el equilibrio."

Lyraen, con su ternura habitual, se acercó a Kaelen. "Sentimos la verdad en las almas, Caballero Sagrado. Y las almas de Veridian están a salvo gracias a él."

Kiyomi, con un aire de victoria amarga, se adelantó. "Mi familia, los Valerius, purgará esta mancha de nuestra historia. Este Inquisidor ha cometido una abominación que va más allá de la Ley de la Corrupción. Es una blasfemia a la fe y al conocimiento." Su mirada a Ren era de una gratitud apenas velada, un reconocimiento de que, por primera vez, había encontrado aliados que comprendían el verdadero peso de su legado.

Grizelda y Ryuu, a pesar de sus gruñidos y expresiones feroces, se mantuvieron cerca de Ren, un muro de protección silencioso. La batalla había cimentado su lealtad, una comprensión tácita de que Ren era el líder al que valía la pena seguir, un nigromante que no temía empuñar el Éter Sombrío por el bien de la vida.

La gente de Veridian comenzó a despertar de su trance, sus miradas confusas, sus auras vitales débiles pero estables. La atmósfera de Éter Sombrío corrupto había sido purificada, pero el rastro de la enfermedad permanecía. Ren sabía que tendrían que lidiar con las consecuencias, pero el peligro inminente había sido desviado.

Miró a sus compañeras, sus rostros iluminados por la tenue luz del amanecer. Lyraen, la elfa sabia y empática, su corazón unido al de las almas. Kiyomi, la noble atormentada, cuya fuerza y conocimiento ocultos se revelaban bajo presión. Grizelda, la enana leal y pragmática, una protectora inquebrantable. Ryuu, la orco feroz y devota, cuya fuerza era un torrente indomable. La atracción entre ellos, las chispas de conexión, se habían convertido en una llama constante, una unidad forjada en el crisol del peligro.

Pero la amenaza del Inquisidor Valerius no había terminado. El mapa en la mente de Ren, la línea de Éter Sombrío, no terminaba en Veridian. Se extendía mucho más allá, hacia el corazón mismo del continente. Su objetivo final no era solo la capital, sino algo mucho más grande, algo que podía alterar las leyes de la existencia.

El sol ascendía lentamente, y con él, la certeza de que este era solo el comienzo. El Inquisidor había buscado un "núcleo" en el depósito Valerius. Si no era la pirámide de cristal, ¿qué sería? El destino les llamaba, y Ren, junto a sus compañeras, estaba listo para responder. La batalla por el equilibrio de Velo Sombrío apenas comenzaba.