Quien promete amor eterno, pero traiciona a quien confía ciegamente en su palabra, no solo rompe un corazón, sino que también siembra las semillas de su propia ruina.
No valorar lo que se tiene es un juego peligroso, porque cuando lo pierde, no solo enfrenta el vacío de la pérdida, sino también el peso de su propia traición.
A menudo, la destrucción de uno mismo comienza con la incapacidad de apreciar aquello que daba sentido a su vida.