El fuego azul-blanco danza a través de las paredes, retorciéndose en patrones imposibles y desafiando todas las leyes de la física. Las llamas no consumen nada—ni el hormigón empapado de sangre ni los cuerpos esparcidos como muñecas rotas.
Esto no es destrucción.
Es preparación.
Me encuentro en el centro de todo, impasible, intacta. El fuego acaricia mi piel como un viejo amante, reconociendo lo que soy y abriéndome paso. Mi cabello se eleva ligeramente con el calor, mechones de arcoíris flotando como si estuvieran bajo el agua.
El infierno es hermoso a su terrible manera.
Levanto mi mano, palma hacia arriba, dedos extendidos. Mis uñas se alargan solo una fracción, ennegreciéndose en las puntas.
—Venid —susurro, y la orden reverbera por la cámara. No con sonido, sino con intención.