JACK-EYE
Mi pierna izquierda se acalambra por quinta vez en una hora. Malditos SUVs compactos y su desprecio por cualquiera que mida más de un metro ochenta. Me muevo, tratando de encontrar una posición donde mis rodillas no estén presionadas contra mi garganta, pero no hay alivio posible en esta lata de sardinas rodante.
El amanecer se acerca, con débiles dedos rosados y dorados deslizándose por el cielo que se ilumina.
Y seguimos en la carretera.
Sin destino conocido, conducidos por alguien más propensa a convertirnos en anfibios que a responder preguntas.
Hemos estado conduciendo toda la noche, y el ambiente en el coche ha pasado de las secuelas de la rabia y la profunda tristeza a algo frágil. Como si al respirar incorrectamente, pudiéramos recordarlo todo de nuevo.