Saco mi teléfono del bolsillo, con las manos temblando ligeramente mientras busco el número de Lira. Suena una vez, dos veces, tres veces. Mi corazón se hunde con cada tono sin respuesta. ¿Y si no contesta? ¿Y si le ha pasado algo? ¿Y si?
—¿Grace? —la voz de Lira llena mi oído, sonando un poco sin aliento—. Justo estaba pensando en ti.
El alivio me inunda.
—Lira, gracias a la Diosa. Tenemos un problema.
—¿Cuándo no lo tenemos? —dice, pero el sarcasmo suena forzado—. ¿Qué está pasando?
—Estamos en la casa rodante, pero los niños no pueden entrar. Hay algún tipo de... barrera que les impide el paso.
—Ah, eso. —Lira suena completamente despreocupada—. Barrera de acceso. Función de seguridad. Me cansé de que los imbéciles entraran cada vez que me estaciono en un lugar remoto. Se desactivará cuando la enganches a la camioneta. No te preocupes por eso.
—¿Que no me preocupe...? —Me trago el resto de la frase, demasiado consciente de los pequeños oídos—. Bien. Gracias.