Nada allí. Solo el claro de tierra vacío y
—¡Sadie! ¡Sadie, vuelve aquí!
Un golden retriever aparece de un salto, corriendo hacia la casa rodante distante donde alguien está de pie en la puerta, haciendo señas.
Exhalo una risa que suena más como un jadeo. ¿Ves? Un perro. Solo un perro. Totalmente normal. Totalmente bien.
La paranoia me está afectando. Esta sensación de escalofríos hace que todo parezca un problema monumental en lugar de simplemente el perro de algún vecino que viene a olfatear al recién llegado.
Caine me observa cuidadosamente pero no comenta. Después de un largo momento, dice:
—Necesito hacer una compra de suministros, pero es al menos un viaje de quince minutos al pueblo. Estaré fuera aproximadamente una hora.
—¿Te vas? —Mi voz suena más aguda de lo que pretendía.
—No hay indicios de que nos hayan seguido —su tono es tranquilo y medido mientras explica—. Necesitamos agua y combustible. No tardaré mucho.