Capítulo 12 El Alfa Caliente y Frío

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Zion no se detuvo.

Continuó embistiendo a Addison desde atrás, implacable y dominante, sin cambiar nunca su posición. Una mano firmemente envuelta alrededor de su cuello, inclinando su barbilla hacia arriba para que se viera obligada a mirar al techo, mientras la otra ahuecaba su pecho—sus dedos hundiéndose en su suave piel, dejando marcas posesivas que florecían como pétalos amoratados en su carne.

Sus movimientos eran bruscos, casi como un castigo, cada golpe de sus caderas alimentado por la frustración, la necesidad y algo más profundo—algo crudo y sin palabras. Los gritos de placer de Addison resonaban por la habitación, roncos y sin aliento, pero Zion ya no le suplicaba que se quedara. Dejó que su cuerpo hablara en su lugar, cada embestida un juramento no pronunciado, una reclamación.