La escuela se había convertido en algo extraño para Max, algo que nunca esperó.
Un santuario. No porque le gustaran las clases. Ni siquiera asistía a la mayoría de ellas.
Sino porque aquí, en medio del ruido, tenía tiempo para pensar.
Tiempo para respirar. Tiempo para planificar.
Era irónico cómo un lugar que una vez se sintió asfixiante ahora era el único lugar donde su cabeza se sentía despejada.
«Juzgué mal a Steven», pensó Max, haciendo girar distraídamente su bolígrafo entre los dedos.
«Cuando lo conocí, pensé que era fácil de controlar. Pensé que sus deudas lo harían desesperarse. Que elegiría el dinero por encima de todo».
Sus ojos se desviaron hacia la ventana.
«Pero no es así. Valora el dinero debido a su situación. Pero lo que lo impulsa? Eso es diferente. Lo vi en su rostro. La forma en que me entrenó. La manera en que decía cada palabra en serio».
La mano de Max se quedó quieta.
«Es un hombre que elige sus principios morales por encima de cualquier otra cosa».