Me encontraba acurrucada en mi cama, mirando fijamente a la pared. Habían pasado tres días desde que me enteré del matrimonio arreglado de Rhys. Tres días apenas comiendo, apenas durmiendo, apenas viviendo.
Mi loba gemía constantemente, un eco lastimero de mi propia desesperación. Se había quedado callada con el paso de las horas, debilitada por nuestro dolor compartido.
—Realmente se ha ido —susurré a la habitación vacía—. Está eligiendo a otra persona.
Las palabras, pronunciadas en voz alta, me atravesaron como un dolor físico. Me agarré el pecho, preguntándome cómo algo invisible podía doler tanto.
Un golpe en mi puerta me sobresaltó, pero no respondí. Finalmente, se abrió con un chirrido, y apareció el rostro preocupado de mi madre.
—Elara, cariño —dijo suavemente—. Te he traído un poco de sopa.
Asentí, sin confiar en mi voz. Mamá colocó el tazón en mi mesita de noche y se sentó a mi lado en la cama, su mano fresca acariciando mi cabello.