El viaje a la casa de la manada se sintió como viajar hacia atrás en el tiempo, cada kilómetro despojando las capas de confianza que había construido durante cuatro años. Me senté en el asiento trasero del elegante auto negro de Ethan, viendo los árboles familiares pasar borrosos por mi ventana.
—Estás muy callada —comentó Mamá, girándose en su asiento para mirarme.
Logré sonreír.
—Solo estoy pensando.
—¿En la maravillosa velada que vamos a tener? —preguntó esperanzada.
—Algo así —murmuré.
Ethan me miró a los ojos por el espejo retrovisor. Él sabía mejor. Esto no iba a ser maravilloso, esto iba a ser un ejercicio de autocontrol y habilidades de actuación que no estaba segura de poseer.
—Recuerda —dijo en voz baja—, no le debes nada a nadie. Si se vuelve demasiado, podemos irnos.