La Voz de una Madre

Tres noches después de la caída de Vandal, Kynox no dormía.

El sudor empapaba su pecho. Su respiración, agitada, rompía el silencio de la madrugada.

En su mente, una imagen lo perseguía: Liora, su madre, con el rostro cubierto de lágrimas, sus manos golpeando una puerta cerrada, su voz apagada y llantos fuertes.

"… hijo…" —lloraba ella en el sueño, mientras su jardín se marchitaba a su alrededor como si la vida la abandonara hoja por hoja.9

Él se despertó con un grito ahogado, los ojos abiertos como si hubiese vuelto del borde de la muerte.

Sabía que era más que una pesadilla. Era un presentimiento. Una verdad.

Kynox se puso el abrigo, con el rostro sombrío. Nadie lo detendría.

Sabía que su madre seguía en Ciudad Nexus.

Después de la ejecución de Arkan —su esposo— y mi desaparición, ella probablemente había quedado atrapada en una red de culpa, represión y vacío.

Ya no había jardín. Ya no había hogar. Solo quedaba él. Su mente se llenó de pensamientos del pasado: su madre, siempre fiel al régimen, y la crueldad con la que hizo ver la muerte de su padre. Eso no se olvida, y menos siendo tan solo un niño. Pero también recordó todo el amor que le dio, la única que se preocupaba por su insaciable estómago, y cuando se caía, ella lo abrazaba y lo curaba.

Era una buena madre.

Y si sus sueños le dicen que vaya por ella, que ella lo necesita, es la decisión de un hombre ir por sus seres queridos.

Kynox entra en una zona de túneles rebeldes. Encuentra a Rhaz y Elara planeando rutas de infiltración.

"Necesito algo" —dijo sin rodeos—. "Quiero sacar a mi madre de Nexus."

Elara lo miró como si hubiera pedido volar a la luna.

"¿Tú sabes lo que estás diciendo, Kynox?"

"Sí. Sé que está viva... pero rota. Tengo que sacarla."

Rhaz se cruzó de brazos.

"Este es un secreto. No es una puerta para traer a todos los que sufren. Si vamos por ella... pondremos en riesgo a muchos más. Sí, queremos la libertad de todos, pero por ahora, las personas del Umbral o de Nexus no son prioridad."

"No estoy pidiendo permiso. Estoy diciendo que lo haré."

Elara levantó la voz.

"¡No puedes actuar solo, maldita sea! ¿Crees que por ser un prodigio todo lo puedes cargar tú?"

Kynox bajó la mirada.

"Ella lo haría por mí. Lo siento... pero si no me ayudan, iré solo."

A lo cual Rhaz no se lo tomó muy bien. Mira fijamente a Kynox y le dice:

"Verás, muchacho, eres un niño y esta batalla necesita hombres. Si bien se ve que eres bueno, aún no estás ni cerca de estar listo. Así que es una orden: no hagas locuras. Mejor espera que todo vaya con el plan. Así podemos planear todo de la mejor forma posible. En serio, Kynox, ten cuidado y no pienses con los pies. Mucho está en juego."

Entonces, si bien no puede traerla, al menos averiguará cómo está. -Pensó Kynox-

Hace mucho no la ve y quiere investigar.

"Entonces iré, pero como incógnito. Solicito permiso."

A lo cual Rhaz dice:

"¿Estás loco? no arriesgaremos toda nuestra causa, tenemos demasiados problemas encima como para preocuparnos por una mujer del Umbral, si quieres rescatarla debes esperar a que completemos nuestra misión."

“Anya ya ha revelado el Kor y no sabemos cómo lo tomarán nuestros enemigos” dice Elara “tenemos que ser más cuidadosos de ahora en adelante o podría costarnos muchas vidas.”

Al recibir esa respuesta, Kynox no lo dudó y esperaba huir de noche, sin despedidas, como una sombra.

Pero no llegó lejos.

En la entrada del refugio, una figura se le cruzó. Era Lys. Y detrás de ella, Luke, Rin... y Zary.

"¿Creíste que no te veríamos venir?" —gruñó Rin, con los brazos cruzados—. "¿Pretendes que te den una paliza? El que te dará una buena seré yo. ¿Cómo te atreves, insolente, a dejarnos fuera de lo que sea que pretendas hacer?"

Kynox apretó la mandíbula.

"Esto no es su guerra. Es mi madre. Ellos la tienen y algo me dice que debo ir por ella. Espero no me detengan ni le digan a nadie. Se supone que somos amigos. Cuento con ustedes… adiós, chicos."

Luke sonrió, aunque sin su tono bromista habitual.

"Las madres son de todos, amigos. Además, nunca rechazaría una buena travesía por los techos de Nexus. Ya sabes... selva vertical."

Luke, con su mano, la posó sobre la espalda de Kynox.

Lys no dijo nada. Solo ajustó la cuerda de su arco.

Zary se adelantó. Se notaba enojada, pero firme.

Kynox la alcanzó, pidió a los demás que aguardaran mientras hablaba con ella, “yo lo siento” dijo él “realmente no quería involucrar a nadie en esto y mucho menos ponerlos en peligro” “¡después de todo lo que hemos pasado, simplemente me abandonas sin decir nada!” replicó Zary “estamos juntos en esto, déjame tomar mis propias decisiones, somos un equipo y por supuesto que estaré ahí para ti”

El silencio fue absoluto por un segundo.

Kynox tragó saliva. Miró a todos. A su equipo. A sus amigos. Su familia forjada.

Y sintió algo en su pecho.

Esperanza.

"Entonces vamos a traerla de vuelta. Pero no solo por ella...

Sino para recordarle a esta ciudad que la familia aún vale algo."

El Jardín Olvidado

Ciudad Nexus – Subdistrito El Umbral

Liora vivía en el ala oeste de una vivienda controlada por el régimen.

Lo que una vez fue un jardín hidropónico vibrante ahora era solo una hilera de tubos secos y hojas quemadas por la falta de luz. El color había desaparecido de su entorno, como de su rostro.

Se había vuelto a casar por miedo. No por amor.

Ahora vivía bajo el techo de Nael, el hermano de Arkan, su difunto esposo.

Nael no era cruel a gritos. Era cruel a susurros.

Cortaba los alimentos. Controlaba sus movimientos. La llamaba "la viuda del traidor".

A veces, simplemente cerraba con seguro la puerta durante días enteros.

Igual, no es que pudiera tratarla mejor. Su estatus ahora no es nada, por lo que su hermano hizo y su sobrino al haberse escapado. Por suerte, perdonaron a los Sinopex.

"Tu hijo es un enemigo del Estado. Tu esposo... un traidor ejecutado como corresponde" —le decía con tono frío cada vez que ella preguntaba por noticias.

Ya no tenía amigas. Ya no hablaba con nadie.

La única compañía que le quedaba era el silencio... y la culpa.

"¿Qué hice...? ¿A quién le juré lealtad...? ¿Dónde encontraré a mi hijo...?"

Ese día, la casa se quedó muda.

Una nave negra del régimen se estacionó en el acceso inferior del subdistrito.

De ella descendió Kael Dravos, el Comandante de Policía de Nexus.

Alto, refinado, con la elegancia de un verdugo noble. Su armadura oscura brillaba como alquitrán fundido.

Kael Dravos fue quien desintegró a Arkan en la plaza central.

En público.

Y ahora volvía por su viuda.

Nael palideció al verlo entrar.

"Señor... ella está... obediente."

Kael no respondió. Solo caminó hacia Liora, quien estaba sentada en una esquina, sin peinarse, con el rostro desencajado y los ojos secos de tanto llorar.

"Liora Sinopex" —dijo con voz fría—. "Por asociación y encubrimiento de elementos terroristas, queda oficialmente detenida."

Ella no dijo nada. Solo se puso de pie lentamente. Algo en su interior ya se había roto días antes.

Dice el Comandante de Policía Kael:

"Nos estuvimos demorando por Nerax Ren. Él lo impidió. Tu hermano es a veces bondadoso, pero parece que hoy acabó tu suerte. Nerax dio la orden de llevarte."

"Serás trasladada al Espejo, en Alyabar" —añadió Kael, girando levemente el rostro—.

"Varmora tiene lugar para los que siguen fingiendo ser inocentes."

Liora caminó detrás de los soldados, como si no le quedara alma.

Pero en el fondo, pensaba en su hijo. En Valtor.

"¿Hijo... por favor... dónde estás?..."

Donde el Régimen No Llega

Vandal sudaba como un animal acorralado.

El torso desnudo, cubierto de polvo, sudor y pequeñas heridas. Las manos rasgadas, los músculos inflamados.

Los gritos de Anya retumbaban una y otra vez en su cabeza.

"¡Una más! ¡Otra ronda! ¡No pares hasta que tu cuerpo se arrastre solo!"

Pero no era el dolor físico lo que lo quebraba.

Era la impotencia. Hace unos días, el niñito que siempre volvía a poner en su sitio le ganó de un solo golpe, con una técnica que él no ha podido dominar.

Llevaba días entrenando junto a otros de su edad: aspirantes, aprendices, miembros jóvenes de la resistencia. Todos sin el historial de entrenamiento que él cargaba... y, aun así, todos mejoraron. Aprendían rápido.

Él no. Porque lamentablemente el Kor se regía bajo la presión de salvar la vida misma, y si Vandal fue entrenado desde pequeño para no tenerle miedo a morir, no tiene caso.

Era fuerte.

Resistente.

Imponente como un muro...

Pero incapaz de activar su Kor.

Anya lo miraba desde la cima del risco, los brazos cruzados, el cabello recogido en una trenza apretada. Sus ojos no lo juzgaban, pero tampoco lo consolaban.

Vandal no necesitaba compasión. Quería poder.

Detrás de él, sentado como una mancha viva, estaba Sombra, su perro-lobo gigante, de pelaje oscuro y ojos amarillos. No lo perdía de vista.

No se acercaba.

No ladraba.

Solo observaba.

La frustración lo carcomía.

Recordaba el enfrentamiento con Kynox. Las caídas desde los árboles, los combates con bestias controladas, las heridas abiertas... todo ese caos que buscaba llevarlo al límite.

Y, sin embargo, Vandal sobrevivía gracias a su entrenamiento militar, no por un despertar interior.

No había evolución. Solo aguante.

Esa noche...

Anya encontró a Vandal junto al arroyo. El lobo Sombra dormía cerca.

El muchacho tenía los pies dentro del agua, la mirada perdida.

"No estás durmiendo, ¿verdad?"

"El Kor no se activa mientras uno duerme" —gruñó él.

"Tampoco con golpes. Ni gritos. Ni frustración" —respondió ella sentándose a su lado—. "Algunos lo logran con peligro. Otros con paz. ¿Acaso tu orgullo no permite admitir que, a veces, hay que relajarse?

Tú... no lo logras porque estás peleando contigo mismo."

 Lo primero es el despertar, Vandal," explicó Anya, su tono ahora más serio, pero con un brillo de anticipación en los ojos. "El Kor no es magia. Es el control voluntario de la adrenalina de tu cuerpo, amplificando tus capacidades físicas. Para desbloquearlo, necesitas romper barreras. Barreras de miedo, de instinto de supervivencia. Tienes que sentir la necesidad absoluta de sobrevivir, de luchar con cada fibra de tu ser, hasta que tu cuerpo reaccione y libere esa energía."

Vandal apretó los dientes.

"No sé quién soy sin órdenes. Sin armas. Sin un enemigo claro. Porque sé que ahora el propósito es ser libre, pero quisiera saber y repetir lo que sentí cuando salvé a Sombra."

"Por eso estás estancado."

"…"

"Vandal, tú eres el más parecido a todos nosotros, que ha tenido el entrenamiento para matar antes de cumplir veinte años. El Kor no necesita fuerza... necesita verdad. Aunque el propósito y la fuerza, juntos, son claves para llegar a la verdad."

Él cerró los ojos. El agua fluía, y con ella, sus pensamientos. (supongo que lo mejor que puedo hacer es probar nuevas formas de miedos que si me fuercen a sobrevivir volveré siendo útil), pensó vandal.

"Quiero irme."

"¿A dónde?"

"Al centro de la Selva Quebrada." se levanta y mira hacia el horizonte oscuro de la selva quebrada , donde ni la luna podía iluminar los árboles. 

Anya lo miró como si acabara de decir una locura.

Y, tal vez, lo era. Pero Anya sonríe y le dice:

"Vaya qué personajes... parece que Kynox se fue a hacer algo peligroso, y tú igual quieres lo mismo. Ah, ya recuerdo, tú me dijiste que son primos. Ahora muchas cosas tienen sentido. Entonces... ¿cuándo nos vamos, paliducho?"

Vandal, sorprendido por cómo Anya formula todo, se enamora un poco más de ella y la mira, expresando:

"Entonces, creo que lo mejor es ir con los acracios y los maestros y decirles para obtener su permiso."

Al siguiente día, en una reunión de los Acracios, Rhaz pregunta:

"¿Entonces alguno de ustedes tiene sugerencias respecto a los entrenamientos?"

Anya se levanta y expresa:

"Claro que sí, maestro. En este caso, Vandal, mi alumno, es un exsoldado del Umbral y un Ren. Todos sabemos que ellos no son como las demás personas. Desde pequeños son como robots. Ayer, hablando con él, tuvo una loca idea para despertar su Kor, la cual yo apoyo y creo que es lo apropiado."

Elara pregunta, con los brazos cruzados y enojada:

"¿Cuál es esa idea nueva para despertar el Kor?"

A lo cual Vandal responde:

"Iremos al centro de la Selva Quebrada."

"¿Al centro de la Selva Quebrada?" —repitió Rhaz, incrédulo—. "Ni siquiera el régimen se acerca a esa zona."

"Justo por eso" —respondió Vandal—. "Ahí no hay reglas. No hay caminos. No hay armas. Solo... vida y muerte. Tal vez así logre despertar el Kor."

Elara lo observó.

"Esta zona está aislada por las plantas oleosas. ¿Sabes lo que hacen?" —pregunta Rhaz.

"Sí. Emiten un olor que espanta a los animales mutados. Pero en el centro... ni ellas crecen."

"Exacto. Si cruzas... no habrá red de rescate."

"No quiero red. Solo... oportunidad." quiero probarme a mí mismo.

Una voz se alzó en la sala.

"Yo lo supervisaré" —dijo Anya con firmeza—. "Él no es como los demás. Si logra desbloquear su Kor... cambiará la balanza."

Rhaz suspiró, cruzando los brazos.

"Increíble... nosotros queremos destruir al régimen, y ustedes quieren ir donde ni el régimen se atreve."

Uno de los Acracios del lugar —tatuado, con una prótesis rústica en la pierna— rió desde su rincón.

"Buena suerte, chicos. Yo no paso de las plantas. Ustedes sí que están locos."

Elara se giró hacia Vandal.

"Tienes tres días. Si no hay señal tuya en ese tiempo... asumiremos que caíste. ¿Entiendes?"

Vandal asintió, con una media sonrisa.

Sombra gruñó suavemente, como si hubiera entendido también.

Anya lo miró de reojo mientras salían del refugio.

"¿Estás listo?"

“siempre."

"Perfecto, entonces puede que funcione" —sonriente responde Anya.

Mientras cruzaban las primeras zonas de la Selva Quebrada, los sonidos del refugio quedaban atrás. Las plantas oleosas marcaban un límite invisible.

Más allá, el aire cambiaba. El color del cielo también.

La vegetación se volvía monstruosa.

Los troncos parecían latir.

Y los árboles respiran como si tuvieran alma.

Sombra caminaba adelante, olfateando, guiando.

Vandal apretaba los puños. Por primera vez, sin armadura. Sin rifle. Sin respaldo.

Solo él.

Y su perro, junto a Anya para guiarlo.

"Vamos" —susurró.

Porque si no despierta el Kor aquí…

Tal vez no podría despertar nunca.

Camina Vandal pensando con determinación, mientras se van alejando el campamento acracio, en pleno día al avanzar hacia el centro de la selva quebrada notan como aun así todo se va poniendo más oscuro, su neblina espesa y los ruidos de animales que su cerebro no procesaba, el régimen no entra por una razón importante, los animales están mutados y todos los distritos tienen un punto de peligro o punto muerto, cuya exploración la mayoría de veces es un fracaso.

Mientras Kynox y su equipo se preparaban para una travesía de cuatro largos meses hasta Nexus y de vuelta —un viaje a pie, marcado por el sigilo y la cautela, pues su Kor, potente para ráfagas cortas, no les permitía correr grandes distancias ni sostenían combates prolongados sin riesgo—, Vandal y Anya se adentraban en el corazón oscuro de la Selva Quebrada. Dos caminos peligrosos se abrían: uno, una lenta y estratégica infiltración hacia la fortaleza del régimen; el otro, una inmersión brutal en un reino salvaje donde el único objetivo era despertar una fuerza interior o sucumbir. En el abismo que se cernía sobre ambos, solo el tiempo diría si el valor y la desesperación serían suficientes para cambiar el destino que los esperaba.