Capítulo 3: A-50

Lunes 9 de febrero del 2014. Ciudad Granizo, distrito Glaciar.Ubicación desconocida. 10:15 a.m.

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Parte 1: "Despertar al gigante"

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Un chasquido seco de metal retumbó en el hangar subterráneo. La carcasa del misil Bronce A-50, oxidada en los bordes pero aún imponente, fue retirada con esfuerzo por los brazos de Brassdoby. Su estructura crujió como si despertara de un largo letargo.

El aire se llenó con el olor a aceite quemado y tensión. El misil era más grande que un vehículo blindado, su forma alargada parecía la de un cetro diseñado para borrar ciudades del mapa.

Fingertrick se acercó, los dedos cubiertos de grasa, y levantó una de las placas internas.

—Aquí hay algo… —murmuró.

Un pequeño puerto, similar a un USB militar, descansaba bajo capas de blindaje térmico. Una memoria sellada estaba ya insertada, como si alguien hubiera intentado activarlo antes. La retiró con pinzas quirúrgicas.

Entonces, Emiliano dio un paso al frente. Sus manos temblaban ligeramente, pero su rostro mantenía la compostura. Sacó un cable adaptador de su mochila, lo conectó al puerto del misil y luego a su portátil. Una lluvia de líneas de código llenó la pantalla negra.

Las teclas comenzaron a sonar con furia, como si cada pulsación fuera una batalla. Emiliano sudaba, pero no se detenía.

—Esto va a tardar un rato… —dijo, empujando sus gafas hacia arriba con el dedo índice. Su voz era baja, casi un susurro. El tipo de voz que sabe lo que hace, pero odia lo que está haciendo.

Big Bronze cruzó los brazos, apoyado contra una caja de municiones.

—Como sea, nerd. Solo asegúrate de hacerlo para hoy. O de lo contrario, tus hijos podrían perder una de sus orejas —gruñó con una sonrisa torcida, mostrando su diente de oro.

Emiliano tragó saliva. Las palabras pesaban más que el misil frente a él.

—No es tan fácil —respondió con frialdad—. El A-50 es un misil de racimo guiado por IA, tecnología de punta. Tiene múltiples niveles de seguridad: necesito introducir las coordenadas, pasar el firewall, desactivar la autodestrucción, craquear el sistema de verificación biométrica...

—Bla, bla, bla… —interrumpió Big Bronze, abanicándose con una placa metálica—. ¡¿Pero hace boom, no?!

Emiliano no respondió de inmediato. Apretó los dientes, bajó la mirada al monitor. Líneas rojas parpadeaban: “ACCESO DENEGADO”.

Suspiró. Tecleó más comandos, sus dedos casi desintegrando las teclas de tanto golpear.

—Sí... hace boom —dijo finalmente.

—Entonces es suficiente para mí —rió Bronze, girando sobre sus talones como si acabara de encargar una pizza.

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Pero Emiliano no sonrió. En el fondo de la pantalla, una ventana oculta parpadeaba. Una subrutina que solo él conocía: “Proyecto Reloj de Arena: activar código de interferencia en caso de emergencia.”

Mientras los demás discutían, Emiliano seguía programando… y sembrando la semilla de su traición.

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Parte 2: Secuestrados

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Lunes 9 de febrero del 2014. Ciudad Granizo, Distrito Glaciar. Ubicación desconocida. 10:20 a.m.

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En una locación apartada, donde el silencio era más denso que el hielo de los muros, Kiparé y Aurora yacían en el suelo. Sus muñecas y tobillos estaban atados con cuerdas gruesas, y una venda negra cubría sus ojos, robándoles toda orientación.

—Hermano… tengo miedo… —susurró Aurora entre sollozos. Su voz era frágil, la respiración temblorosa y húmeda, como si hubiera estado llorando por horas.

Kiparé apretó los puños con tanta fuerza que la cuerda se le incrustó en la piel. El ardor le ayudó a contener la furia que crecía como tormenta bajo la piel.

—Tranquila, bori. Papá nos sacará de aquí... estoy seguro —dijo con firmeza, como si esas palabras pudieran construir un refugio invisible entre ellos.

Unos pasos retumbaron en la sala.

Era Jack Nee, tercero al mando de la Bronze Gang. Sus pasos eran arrogantes. Su risa, peor que el eco del encierro.

—¡Cállense de una vez! —rugía, antes de patear brutalmente a Kiparé, hundiéndolo contra el concreto.

Aurora se estremeció. Trató de arrojarse hacia el sonido, pero no podía ni arrastrarse.

—¡No lastimes a mi hermano! —gritó, lanzando un escupitajo ciego hacia la dirección de la voz.

El escupitajo aterrizó en unas zapatillas deportivas blancas, inmaculadas hasta ese instante.

—¡Mis zapatillas! ¡Mocosa de mi-…!

Antes de que pudiera terminar la amenaza, el aire se congeló. Literalmente.

Jack Nee sintió un escalofrío que no era normal, ni siquiera para el Distrito Glaciar.

Kiparé suspiró.

Su piel morena se volvió nívea. Sus ojos, azules como el invierno más cruel. Su cabello, blanco como la escarcha. Las cuerdas se desintegraron en cristales de hielo.

Su ropa cambió: una playera negra, chamarra azul con líneas blancas, pantalones deportivos, zapatillas y una bufanda bicolor ondeando sin viento.

Kiparé había desaparecido. Solo quedaba Ice.

—Aurora —dijo con tono suave, sereno—. No importa lo que escuches… mantén los ojos cerrados.

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Estilo de combate activado: Front Carnage.

Ice se lanzó con un embiste tan veloz que apenas fue un borrón azul.

Golpeó a Jack Nee con la cabeza, directo al abdomen, haciendo que el matón volara varios metros antes de estrellarse contra una pared.

Aurora gritó, presa del pánico.

—¡¿Qué fue ese ruido?! ¡¿Hermano, estás ahí?!

Ice se arrodilló junto a ella y colocó con delicadeza una mano sobre su cabeza.

—Todo va a estar bien, bori. Te amo mucho.

—¿Kiparé?

No terminó la frase.

Ice había congelado a su hermana en un bloque cristalino, sellándola en una prisión temporal que la protegería del combate.

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Desde las sombras, Jack Nee emergió una vez más. Tambaleante. Moretoneado. Pero aún en pie.

—Así que eres uno de esos superhéroes, ¿eh?

Ice bajó la mirada. Su respiración se volvió más lenta. Su ira, más densa, más helada.

—Pues para tu desgracia... estamos a punto de darte una super paliza.

Ice parpadeó.

—¿"Estamos"...? —pensó, alzando una ceja.

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Una onda sónica brutal lo alcanzó de golpe.

Un chirrido ensordecedor, como una alarma de coche multiplicada por mil, le taladró los oídos.

—¡Aaagh! ¡¿Qué es esto?!

—Saluda a mi compañero: Headloop —dijo Jack Nee con una sonrisa torcida, mostrando todos sus dientes.

Las piernas de Headloop comenzaron a transformarse: de carne a acero, de músculo a cilindros hidráulicos.

Las zapatillas deportivas rotas quedaron atrás.

Ahora era un velocista de guerra.

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Headloop dejó de gritar justo a tiempo para que Jack Nee arremetiera con una patada frontal al pecho de Ice, empujándolo contra la pared con violencia.

—Ya no eres tan super, ¿eh?

—¡Así se habla, Jack Nee!

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Ice se levantó del suelo con dificultad. Apenas respiraba; le habían sacado todo el aire de un solo golpe.

Escupió sangre. Un hilo rojo bajaba por su nuca.

Miró al frente, directo a los dos enemigos.

Golpeó el suelo con el puño y declaró:

—¡Solo son matones de cuarta!

—Tsk… —Jack Nee frunció el ceño, conteniendo su furia.

—¡¿Y tú qué eres, eh?! —replicó, riendo—. ¡¿Un actor de telenovela?!

Ice se incorporó. Miró fijamente a Headloop.

—Soy el héroe de hielo.

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Sin aviso, lanzó un cristal de hielo hacia Headloop.

Pero el pandillero separó su cabeza del cuerpo como si fuera una pieza desmontable, esquivando el proyectil con precisión antinatural.

Sin embargo, Ice ya estaba preparado.

Se teletransportó al cristal en pleno vuelo, apareciendo justo al lado de Jack Nee.

El pandillero apenas alcanzó a girarse.

Demasiado tarde.

—¡Break Away! —gritó Ice, recargando su peso en la pierna izquierda y soltando una patada ascendente, con inclinación perfecta.

Era la misma técnica que había aprendido de Break.

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La cabeza de Headloop respondió con un grito sónico, pero Ice saltó fuera de su alcance.

—¡Winter End!

Una ventisca comenzó a girar en la palma de su mano. Succión, escarcha, un vórtice de fuerza helada.

La cabeza de Headloop fue arrastrada hasta su mano como un imán polar.

—¡¿Qué haces?! —gritó Headloop, su rostro deformado por el miedo.

—¡Aplasto!

Ice cerró los dedos con toda su fuerza. La cabeza metálica comenzó a abollarse, chillando como un coche en una prensa hidráulica.

El pandillero gritaba de dolor. Pero Ice... no se detenía.

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Una patada repentina lo sacó volando, soltando la cabeza en el proceso.

Fue Thunder Legs.

—Menos mal que llegué a tiempo. ¡¿Planeabas aplastar la cabeza de ese niño?!

—¡Oye! ¡No soy ningún niño! Solo soy... de baja estatura.

—Oh, así cambia todo —respondió Thunder Legs antes de lanzar una patada rápida a la cabeza de Headloop, haciéndola rebotar en las paredes como una pelota de pinball.

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Jack Nee se incorporó, con la arrogancia intacta.

—¡Llévate a la lisiada! Esta pelea es entre hombres.

Thunder Legs lo miró con una expresión que solo puede describirse como:

"¿Neta, güey?"

Sin decir palabra, se lanzó a supervelocidad. En un abrir y cerrar de ojos, estaba frente a Jack Nee, cara a cara.

—Yo puedo pelear como hombre. ¿Asustado... niñita?

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Jack Nee rugió de rabia y pateó la pierna enyesada de Thunder Legs.

Pero la heroína ni se movió.

—Me toca...

Thunder Legs respondió con una patada baja. El impacto abolló la pierna de bronce de Jack Nee.

Una descarga eléctrica sacudió al pandillero. Cayó al suelo, noqueado.

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—Matones de cuarta... —masculló ella, girándose hacia Ice—. ¿Estás bien, Somebody?

Ice se levantó con dificultad. Aún tenía chispas de electricidad recorriendo su cuerpo, pero en su rostro brillaba una sonrisa cansada.

—¿Por qué la patada?

—Perdón, pensé que eras un niño.

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—Necesito encontrar a papá. ¿Podrías ayudarme?

—Claro. Este par ni siquiera fue el calentamiento. ¿Por qué te capturaron estos idiotas?

—Un tal Big Bronze quería que mi papá hiciera algo para él. Supongo que le dijo que no...

Ice se acercó al bloque de hielo donde estaba su hermana.

Apoyó la mano sobre la superficie helada. Suspiró.

—Aurora no sabe que soy un superhéroe, y quiero que siga siendo así. Pero se metieron con mi familia. No voy a dejarlos salirse con la suya.

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—¿Sabes cómo encontrar a tu padre?

—Seguro dejó algún rastro... aunque sea uno digital.

Sacó su celular.

Un mensaje de un número desconocido. Una ubicación marcada:

Distrito Glaciar. Colonia Tulipanes. Calle Clorofila.

—¡Eso es en el desfile de la Flor Helada!

Thunder Legs se llevó una mano al mentón.

—¿Por qué estarían allí?

—No tengo idea... pero es sospechoso.

Vamos, maestra.

—Tu familia, tu misión. Hoy tú lideras.

—Entonces... ¡vamos a acabar con estos pandilleros de cuarta!

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Ambos salieron disparados a toda velocidad, dejando atrás a los delincuentes.

Pero no notaron que, en silencio, el hielo que encerraba a Headloop y Jack Nee comenzaba a agrietarse…