El silencio que siguió a mi arrebato fue ensordecedor. Cinco pares de ojos me miraban fijamente, y podía sentir el calor subiendo a mi rostro – no por vergüenza sino por pura e inalterada rabia.
—No me miren así —espeté, las palabras desgarrándose de mi garganta—. No tenían derecho a ocultarme esto. ¡Ninguno de ustedes lo tenía!
Silas se movió hacia mí con cuidado, como si fuera un animal herido que podría atacar.
—Hazel, pensamos...
—¿Pensaron qué? —interrumpí, elevando mi voz—. ¿Que no podría manejarlo? ¿Que no debería molestarme con el cuidado de mi propia madre? ¡Ella es todo lo que tengo!
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, y al instante me arrepentí de ellas. Vi el dolor cruzar por cada uno de sus rostros, incluso el habitualmente impasible de Jaxon. Pero ya no podía retractarme. Las emociones que se agitaban dentro de mí eran demasiado poderosas, amplificadas por este maldito celo.
Silas se recuperó primero, alcanzando mis manos temblorosas.