Eamon Greene se movió incómodamente a mi lado mientras permanecíamos al borde de la multitud que se reunía. Su bastón golpeaba nerviosamente contra el suelo rocoso mientras observábamos el intercambio entre Violet y Darwin desde la distancia.
—Ese es Darwin Hebert —susurró Eamon—. Su padre es un burócrata de nivel medio que hace alarde de su influencia en Ciudad del Sur. El hijo es peor que el padre: mucho ruido y pocas nueces.
Asentí, con mi atención dividida entre su conversación y la entrada sellada de la Cueva del Dragón de Agua. Incluso desde aquí, podía sentir la energía espiritual que se filtraba desde las antiguas puertas de piedra—un susurro tentador de poder que la mayoría no podía percibir.
—Parece que vienen hacia acá —murmuró Eamon.