La devastadora colisión entre mis puños dorados y el guardián ancestral de Adrián creó una explosión cegadora que inundó la habitación de luz. Por un momento, todo se congeló—la sonrisa confiada de Adrián, la figura sombría que se cernía sobre mí, la energía crepitante entre nosotros.
Entonces la realidad se fracturó.
El ancestro fantasma se hizo añicos como el cristal, su esencia oscura dispersándose en volutas de humo que se desvanecieron en la nada. La onda expansiva derribó a Adrián, sus ojos abiertos con incredulidad.
—¡Imposible! —jadeó, tropezando para recuperar el equilibrio—. ¡Nadie ha logrado jamás atravesar la técnica del fantasma ancestral!
Me mantuve erguido, la luz dorada aún emanando de mi cuerpo. Cada respiración que tomaba parecía hacer que el resplandor pulsara con más intensidad, proyectando duras sombras sobre el rostro cada vez más desesperado de Adrián.
—La fuerza de tu ancestro es impresionante —admití, flexionando mis dedos—. Pero no es suficiente.