La luz dorada-púrpura de las nubes de píldora bañaba la pequeña cueva montañosa con un resplandor inquietante. Miré fijamente la única píldora en mi caldero, atónito por lo que había creado. Su superficie brillaba como jade pulido, pulsando con un poder mucho más allá de mis expectativas.
—Nunca he visto nada parecido —susurró Adrián, con los ojos abiertos de incredulidad—. Esas son nubes de píldora de Rango Celestial.
Negué con la cabeza.
—Eso es imposible. No usé suficiente medicina divina.
—Sin embargo, ahí están —Adrián señaló hacia afuera donde las enormes nubes continuaban arremolinándose, formando figuras de bestias míticas.
Un repentino temblor sacudió la cueva, polvo y pequeñas rocas cayendo desde arriba. La presión espiritual en el aire se había vuelto tan densa que era casi asfixiante.
—Necesitamos movernos —dije, extrayendo cuidadosamente la píldora y colocándola en una caja de jade—. Estas nubes atraerán atención.
Adrián asintió sombríamente.