PREGUNTANDOLE A LI LI

Rápidamente pasó la noche.

El cielo comenzó a aclararse sobre la residencia del Clan Li, tiñendo los tejados con tonos azulados y dorados mientras el sol despertaba lentamente. Una brisa suave se colaba entre los árboles del jardín, arrastrando consigo los últimos suspiros de la oscuridad. Los pájaros empezaban a cantar a lo lejos, y todo parecía transcurrir con una paz común, como si nada extraordinario hubiera ocurrido.

Pero para Li Tian, ​​​​la noche anterior no había sido normal.

Se despertó temprano, más temprano que de costumbre, con la mente aún revoloteando entre el sueño y la realidad. Lo primero que sintió fue el peso del recuerdo: la imagen de Yuan'er bajo la luz de la luna, su voz temblorosa llamándolo “hermano Tian”, y la súplica contenida en sus ojos.

Se sentó en el borde del futón, aún vestido con la túnica de dormir, y miró hacia la ventana.

Allí, la noche pasada, una niña sin cultivo, sin recursos, sin protección… había llegado hasta él. ¿Cómo lo había hecho? Ni siquiera los mensajeros del clan se movían tan silenciosamente, y mucho menos con semejante precisión.

Li Tian frotó su rostro, intentando ordenar sus pensamientos. Sabía que no podía mantener en secreto. Tenía que decirle a su tía. ¿Pero cómo?

Se levantó y salió de su habitación.

Al pisar el pasillo de madera, un olor cálido le dio la bienvenida: arroz cocido, vegetales al vapor, un toque leve de jengibre en el aire. Caminó lentamente hacia la cocina, guiado por el aroma del desayuno.

Al entrar, la vio.

Li Li estaba allí, de espaldas a él, cocinando como cada mañana. Vestía una túnica sencilla, sujeta con un cinturón de tela oscura, y su espada descansaba sobre una repisa cercana. Su cabello estaba recogido en un moño alto, y sus movimientos eran firmes, seguros. Cada gesto mostraba años de entrenamiento, disciplina, pero también algo más: calma. Esa calma que ahora a él le costaba mantener.

Li Tian se detuvo en el umbral de la puerta, inseguro.

No sabía cómo empezar.

Li Li no lo había notado aún. Seguía quitando la olla con lentitud, mientras el vapor subía en volutas blancas y suaves. En ese momento, parecía la persona más tranquila del mundo, y sin embargo… lo que él iba a decir rompería esa quietud como una piedra lanzada a un lago en calma.

Tragó saliva.

—Mamá… —dijo con voz baja.

Ella giró levemente la cabeza, y al verlo, le dedicó una sonrisa tranquila.

—YaYa ¿Estás despierto? El desayuno estará listo en unos minutos —dijo sin detener sus movimientos.

Li Tian avanzó un paso, con el corazón latiendo más rápido.

—Quiero preguntarte algo.

—¿Sobre qué?

Él bajó la vista, buscando el valor que había sentido la noche anterior.

— ¿Recuerdas a la niña del callejón de ayer?

Li Li se detuvo un segundo. Sus hombros se tensaron ligeramente, pero siguió quitando la olla antes de responder.

—¿La niña? ¿La sucia que se escondía entre los trapos?

-Si. Esa misma —confirmó él, sin levantar la voz.

Li Li dejó el cucharón apoyado en el borde del cuenco y se giró lentamente hacia él, cruzando los brazos.

—¿Por qué la mencionas?

Li Tian dudó por un instante, luego respiró hondo.

—No sé cómo… pero se infiltró en la residencia del Clan Li.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire. El silencio se hizo espeso, como si el tiempo mismo se detuviera por un momento.

Li Li entrecerró los ojos, sin expresión visible en el rostro.

—¿Cómo dices?

—Anoche —continuó él, con voz firme aunque temblorosa por dentro—, mientras cultivaba, escuché un sonido fuera de mi ventana. Pensé que era un animal o una hoja, pero… era ella. Yuan'er. Me desperté.

Li Li frunció el ceño, ahora con más fuerza. El tono en su voz bajó.

—¿Y cómo logré entrar?

Li Tian negó con la cabeza.

—No lo sé. Nadie la vio. Ningún guardia la detuvo. Cruzó los muros del clan, evitó las patrullas, pasó por zonas donde incluso cultivadores de formación de base estarían atentos… y llegó hasta mi ventana.

Li Li lo miró, en completo silencio.

—¿Y qué te dijo?

Li Tian tragó saliva otra vez. Le costaba poner en palabras lo que había sentido.

—Me pidió si podía darle un hogar.

Li Li quedó estupefacta.

No fue solo sorpresa. Era una mezcla de incredulidad, sospecha y algo más profundo que no mostraba en su rostro.

Ella había visto a esa niña. La había observado con sus propios ojos el día anterior: ropa rota, cabello enmarañado, mirada desconfiada. Apenas cinco años. Aura de pecado. Sin la señal de cultivo más mínima. Una niña de la calle. Una alimaña.

Y ahora, esa misma criatura… ¿había burlado a los protectores del clan?

¿Se había infiltrado en uno de los sitios más resguardados de la región?

¿Había alcanzado la habitación de su sobrino sin ser detectada?

Era imposible.

Y sin embargo, su sobrino no mentía. Ella lo conocía. No había en su voz ni una pizca de exageración, ni un atisbo de broma. Solo había sinceridad. Inquietud.

Y, lo que más la sorprendía, compasión.

Li Li volvió la vista hacia la ventana.

Algo no encajaba. Pero tampoco podía negar lo evidente. Lo había visto en sus ojos.

Esa niña no era común.

Y algo le decía que, desde esta noche, nada volvería a serlo.

Li Tian, ​​aún de pie frente a su tía, sintió que el aire se volvía más denso. La cocina, tibia por el vapor del desayuno y los rayos del sol que entraban por las ventanas, de pronto pareció detenida en el tiempo. Él sabía que lo que estaba por decir era importante, quizás demasiado.

Inspirado hondo, armándose de valor.

—Madre… —dijo con suavidad—. Entonces… ¿la podrías acoger en casa?

Sus palabras no eran fuertes ni exigentes. Eran humildes, sinceras, como una petición que le nacía desde el corazón. Pero al mismo tiempo, tenían peso. Porque Li Tian, ​​hasta ese momento, raras veces pedía algo. Y nunca había hablado con esa gravedad.

En el instante en que pronunció esa frase, la cocina quedó en completo silencio.

El leve crepitar del fuego, el borboteo de la olla, incluso los pájaros afuera parecieron silenciarse. Todo se detuvo. Todo menos el pensamiento de Li Li, que se aceleraba detrás de sus ojos tranquilos.

Ella bajó la vista. Sus dedos tamborileaban lentamente sobre la mesa de madera. Por fuera parecía tranquila, pero por dentro, muchas cosas cruzaban su mente. ¿Una niña sin cultivo? ¿Una forastera que entró a escondidas? ¿Acogerla en casa? ¿Bajo su techo?

Mientras tanto, Li Tian no dijo nada. Solo esperaba. El silencio se volvió cada vez más largo. Una pausa cargada de expectativas, donde el tiempo parecía deslizarse como arena entre los dedos.

Pasaron cinco minutos.

Cinco minutos eternos.

Hasta que por fin, Li Li habló.

—Pequeño Tian… —empezó, con un tono suave, casi maternal—. No puedo hacer eso.

Sus palabras cayeron como una hoja que se parte al caer al suelo. Claras, sencillas, pero firmes.

Li Tian cayó un poco la cabeza. Sus hombros se encogieron ligeramente, como si el peso de la decepción se acomodara sobre él. Pero no interrumpió. Espera. Sabía que no todo estaba dicho aún.

Li Li suspiró.

—No puedo darle un hogar como familia… pero sí puedo hacer algo más. Algo mejor para ella.

Se giró para mirarlo directamente a los ojos.

—Puedo hacer que se convierta en una discípula del Clan Li.

Los ojos de Li Tian se abrieron. Su respiración se aceleró ligeramente, y la tristeza que le nublaba el rostro comenzó a disiparse. Esa respuesta… no era lo que esperaba, pero tampoco era un rechazo. Era una oportunidad. Un camino.

—¿De verdad…? —susurró, apenas creyéndolo.

Li Li asintió con seriedad.

-Si. Si tiene el valor y el talento para llegar hasta aquí sin cultivo… entonces tal vez merezca una oportunidad. Pero...

Su voz se endureció un poco, no por crueldad, sino por responsabilidad.

—Antes, debo verla con mis propios ojos.

Li Tian inclinó la cabeza.

—¿Verla?

-Si. Quiero comprobar por mí misma si es apta para el Clan Li. No basta con lo que me digas. No importa cuán confiado estés. Esta decisión no se puede tomar a la ligera.

Li Tian se movió lentamente. Entendía que su tía no era una persona impulsiva. Todo lo hacía con disciplina, con firmeza. Y en el fondo… tenía razón.

Pero aún así, algo en su interior se sintió aliviado.

No era un “no”.

Y eso bastaba para encender esperanza.

Li Li volvió a girarse hacia la cocina. Volvió a tomar el cucharón, quitando con calma lo que había en la olla. Pero por dentro, algo la inquietaba.

Sus palabras anteriores aún resonaban en su mente. No solo por lo que había decidido, sino por cómo se lo había dicho a Li Tian. “Pequeño Tian…”

Ya no le hablaba como a un niño.

Y eso la hizo detenerse de nuevo.

¿Por qué? ¿Por qué cada vez que él le hablaba con ese tono tranquilo, con esa madurez inesperada, algo dentro de ella cambiaba?

Ya no lo veía igual que hace unos meses. Antes, era un chico curioso, un niño que apenas conocía el mundo. Pero ahora… había algo diferente. Su mirada, su forma de pararse, su voz. Había crecido. Rápido. En silencio.

“¿Cuándo dejé de hablarle como a un niño… y empecé a tratarlo como a un adolescente?”, se preguntó.

La respuesta no era clara. Pero la pregunta, esa sí que la sacudía.

Porque quizás, sin notarlo, su sobrino estaba empezando a caminar su propio camino.

Y ella, como guardiana y tía, tendría que aceptar que ya no podía protegerlo de todo. Ni de las personas que quería proteger, como esa pequeña ladrona de ojos azules.

Li Li volvió a revólver la olla.

Afuera, el cielo ya estaba completamente claro. El día había comenzado.

Y con él, quizás, una nueva historia para alguien que hasta hace poco, no tenía un nombre.

Li Tian respondió rápidamente.

—¡Claro, madre! —dijo con entusiasmo, asintiendo varias veces.

Era una mezcla de alivio y emoción lo que le recorría el pecho. Después de tanta incertidumbre, de tantas dudas sobre cómo reaccionaría su tía, tener esa respuesta era como abrir una puerta donde solo había muro.

Pero en ese instante, mientras volvía a centrarse en la olla, Li Li frunció levemente el ceño. Una pequeña chispa de duda había nacido en su mente. Algo no encajaba del todo. La decisión estaba tomada, pero había una pieza que aún no conocía.

Se giró levemente hacia su sobrino.

—Pequeño Tian… —dijo con voz medida—. ¿Dónde se quedó Yuan’er durante la noche?

Li Tian parpadeó, sorprendido por la pregunta. Pero solo tardó un segundo en recuperar su expresión confiada. Una sonrisa se formó en sus labios, cálida y despreocupada, casi como si respondiera una travesura común.

—Se está quedando en el techo —dijo, como si fuera lo más natural del mundo.

Li Li lo miró en silencio durante varios segundos.

¿El techo?

¿Una niña de cinco años, sola, dormida a la intemperie en lo alto de una residencia cultivadora?

Su expresión no cambió, pero por dentro una mezcla de sorpresa, inquietud y leve culpa le subió por el pecho. No había sido su decisión, por supuesto. Pero aún así… la idea de que una criatura tan pequeña hubiese pasado la noche allí, temblando en silencio sobre las tejas, no le dejaba indiferente.

—¿Desde anoche? —preguntó con voz baja.

—Sí —respondió él con honestidad—. Le dije que era mejor que no entrara hasta hablar contigo. Y como sabe esconderse bien, se quedó allí sin hacer ruido. No pidió nada más.

Li Li entrecerró los ojos, pensativa. No era común ver tanta obediencia, tanta contención, tanto silencio… en una niña tan pequeña. Cualquier otro en su lugar habría llorado, habría insistido, habría tratado de entrar. Pero ella… había esperado.

Había confiado en la promesa de un niño.

Y eso, para Li Li, decía mucho más que cualquier técnica de ocultamiento.

Sin decir una palabra más, Li Li colgó el cucharón en el borde de la olla, se limpió las manos con un paño y se ajustó el cinturón. Su rostro recuperó esa expresión serena pero firme que la caracterizaba cada vez que tomaba una decisión importante.

—Vamos —dijo simplemente.

Li Tian asintió con energía y comenzó a caminar por el pasillo de madera. Ambos salieron al patio interior. El cielo estaba completamente despejado ahora, y la luz del sol iluminaba con suavidad cada rincón del jardín. El sonido del agua corriendo por las canaletas de piedra acompañaba sus pasos.

Subieron por el costado de la casa, por un tramo oculto del muro que Li Tian conocía bien. Él trepó con soltura, y Li Li lo siguió con gracia cultivadora, sin emitir ni un solo ruido al moverse.

Una vez en el tejado, ambos se detuvieron.

Allí estaba.

Yuan’er dormía acurrucada entre dos secciones elevadas del techo, abrazando sus piernas, cubierta apenas con una capa raída que apenas la protegía del frío. Tenía hojas pegadas en el cabello, los pies descalzos y la cara manchada por la suciedad de los callejones.

Pero aún así, dormía con el ceño ligeramente fruncido. No como alguien en paz… sino como alguien que aún, incluso dormida, seguía lista para huir si algo cambiaba.

Li Li la observó sin moverse.

Su expresión era inescrutable, pero su mente trabajaba con rapidez. No había aura espiritual, no había señales de energía fluyendo en su cuerpo. Ninguna técnica defensiva. Nada oculto.

Era una niña. Solo una niña.

Y, sin embargo, se había infiltrado en la residencia del Clan Li. Había llegado hasta su sobrino. Había esperado toda la noche en el techo sin moverse, sin pedir comida ni calor, sin llorar.

Silenciosa.

Resistente.

Increíblemente disciplinada… para alguien que jamás recibió disciplina.

Li Tian no dijo nada. Solo miraba a su tía, esperando su juicio. Sabía que ese momento era crucial. No para él, sino para Yuan’er.

Li Li dio un paso al frente. Luego otro. Se agachó con elegancia, a medio metro de la niña, y la observó de cerca.

Yuan’er no despertó.

Solo se encogió un poco más, como si incluso en sueños sintiera la presencia de alguien.

La mujer inspiró hondo.

—Así que esta es la pequeña sombra que cruzó todo un clan sin ser vista —murmuró en voz baja, como hablando más para sí que para su sobrino.

Li Tian no se atrevió a interrumpir.

La escena quedó suspendida un instante. Tres figuras sobre el tejado, bajo el cielo azul. Una niña dormida. Un joven esperanzado. Una mujer guerrera juzgando sin hablar aún.

Y en ese silencio, no había castigo, ni rechazo.

Solo la pregunta invisible que flotaba en el aire:

¿Podrá esta niña formar parte del Clan Li?

Li Li no respondió todavía. Pero algo en su mirada decía que ya había empezado a decidir.