Capitulo 27: Presión en él Trabajó

*DANIEL*

El día empezó como cualquier otro en la oficina, y la misma rutina aburrida de siempre me envolvía, pero con la diferencia de que hoy había algo más en mi mente. A pesar de todo, no podía evitar sonreír al pensar en las chicas, en lo que habíamos compartido en las últimas horas. Ese sentimiento de conexión seguía resonando en mi interior, y aunque me costaba dejarlo atrás para concentrarme en el trabajo, trataba de mantenerme enfocado.

De repente, la voz de Juan irrumpió en la oficina, como siempre, volando por encima de los murmullos y haciendo que todos en la sala lo miraran. Su risa contagiosa y su tono exagerado de comedia llenaron el aire. No me sorprendió en lo más mínimo, Juan era así: extrovertido, ruidoso y un verdadero torbellino de energía.

"¡Venga, Daniel! ¡¿Te vas a quedar todo el día con esa cara de amargado?! ¡Suelta una sonrisa, hombre! Que la vida está para disfrutarla, no para estar con esa cara de ser el esclavo de la oficina!", gritó mientras se acercaba a mi escritorio.

Reprimí una risa, aunque solo fuera por el contraste de nuestra personalidad. Juan era todo lo que yo no era: extrovertido, bromista y con un sentido del humor que nunca parecía parar. A veces, me resultaba agobiante, pero a la vez no podía negar que, de alguna manera, su energía me hacía bien.

"Juan, ya basta. Estoy trabajando", respondí sin levantar la mirada de mi pantalla, intentando concentrarme en los números que tenía que revisar. Pero Juan no lo tomaría tan fácil.

"¡No, no, no! ¡Esto no es trabajo, esto es un secuestro! ¡Míralo, señores! El hombre más serio de toda la oficina, el rey de la concentración. ¡Te apuesto a que no te ríes ni aunque te cuente el chiste más divertido del mundo!", continuó, soltando una carcajada que contagió a un par de compañeros cercanos.

"No soy tan malo, ¿no?", dije con una sonrisa resignada, ya acostumbrado a su forma de ser. "Pero no me hagas perder el tiempo con chistes, Juan. Tengo mucho que hacer."

"A lo que tú llamas 'trabajo' lo llamamos 'sufrimiento', mi amigo", bromeó, moviendo las manos como si tratara de expresar lo dramático de la situación. "Vamos, que no todo en la vida es estrés, estrés, estrés. Tienes que relajarte un poco, Daniel. ¡Vas a terminar convertido en un zombie de oficina si sigues así!"

Lo miré de reojo, sabiendo que sus bromas nunca iban a cesar, pero era parte de lo que hacía que nuestro vínculo funcionara. Lo odiaba y lo amaba al mismo tiempo. Si algo podía entender de Juan era que, a pesar de su actitud ruidosa y su manera de no tomar nada en serio, siempre estaba ahí cuando lo necesitaba. No sé si lo hacía de manera intencional, pero sus bromas me ayudaban a desconectarme por momentos de la carga diaria.

"Está bien, está bien", respondí finalmente, levantando la vista y dándole una mirada cansada. "Me reí, feliz ahora. Pero no me hagas perder más tiempo."

"¡Esa es la actitud! ¡El trabajo no es todo, hermano!", dijo, levantando un pulgar y dándome una palmada en la espalda, casi tumbándome de mi silla. "Ahora, ¿por qué no nos tomamos un café y te cuento el último chisme de la oficina? ¡Te vas a morir de risa!"

Reí entre dientes, sabiendo que Juan nunca dejaría de ser el mismo, pero en el fondo, me alegraba tenerlo cerca. A pesar de ser la antítesis de lo que soy, nos llevábamos bien. Él era el balance perfecto para mi naturaleza introvertida y seria.

"Te invito, pero solo porque no tengo nada mejor que hacer por ahora", le respondí, cediendo a su insistencia.

La verdad es que aunque su energía me agotara, era un tipo leal, un amigo que estaba siempre dispuesto a sacar una sonrisa en los peores momentos. Tal vez no éramos tan diferentes después de todo.

Estábamos sentados en la cafetería de la oficina, con Juan contando alguna anécdota ridícula de su fin de semana mientras yo bebía mi café en silencio. De vez en cuando soltaba una risa nasal por lo absurdo de su historia, pero en general, solo disfrutaba el descanso antes de volver al trabajo.

Entonces, la puerta se abrió y entró Carla, la jefa de marketing. A simple vista, ella parecía mucho más seria que yo, con su porte elegante y su expresión siempre calculadora, pero los que la conocían bien sabían que su sentido del humor podía ser tan caótico como el de Juan… o incluso peor.

"Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?", dijo con una sonrisa socarrona mientras se acercaba a nuestra mesa.

Juan levantó la mirada y le dedicó una sonrisa burlona. "Nada, jefa, solo disfrutando de un café con el señor aburrido aquí presente. Ya sabe cómo es, siempre con su carita de 'odio la vida'."

Rodé los ojos. "No es que odie la vida, solo que no me comporto como un payaso las veinticuatro horas del día."

Carla rió, tomando asiento con nosotros. "Ah, Daniel, algún día entenderás que un poco de diversión no mata a nadie." Luego me miró más de cerca y levantó una ceja. "Aunque ahora que te veo… estás más cansado de lo normal. ¿Qué hiciste el fin de semana? ¿O debería preguntar con quién lo pasaste?"

Ignoré su tono insinuante y simplemente tomé un sorbo de café. "Solo descansé."

Juan bufó. "Sí, claro, descansar. Entonces, ¿por qué traes esa cara de que estuviste en una guerra?"

Antes de que pudiera responder, Carla sonrió de lado y, con un movimiento rápido, tiró del cuello de mi camisa, jalándolo hacia abajo.

"Vaya, Daniel", dijo con una mezcla de burla y sorpresa. "Parece que el fin de semana estuvo… encendido."

Fruncí el ceño. "¿De qué hablas?"

Ella soltó una carcajada y señaló mi cuello. "Las marcas que hay debajo del cuello de tu camisa, Casanova. No me digas que no sabes de lo que hablo."

Juan casi escupió su café de la risa. "¡No puede ser! ¡El serio y responsable Daniel con marcas de guerra! ¡Esto es histórico!"

Solté un suspiro, sintiendo el calor subir a mi rostro. No era precisamente la mejor forma de empezar la semana, pero aquí estaba, con mis compañeros burlándose de mí.

"Exageran demasiado", murmuré, ajustando mi camisa para ocultar las marcas.

Carla apoyó un codo en la mesa y sonrió con diversión. "Vamos, Daniel. No es como si no supiéramos que hay alguien en tu vida. O 'alguienes', debería decir."

Juan se carcajeó. "¡Eso! ¿Cuándo nos vas a contar, eh? ¿O es un secreto de estado?"

Negué con la cabeza, sabiendo que nada de lo que dijera haría que dejaran de molestarme.

"Solo cállense y terminen su café", dije, resignado.

Pero sabía que este tema no iba a morir tan fácilmente.

Carla tomó su café con calma mientras me miraba con una sonrisa traviesa. Sabía que planeaba seguir fastidiándome, y yo solo esperaba que Juan no le diera más material para hacerlo.

"Ahora que lo pienso", comenzó ella, fingiendo recordar algo, "hace unas semanas, en el bar, las chicas prácticamente te estaban haciendo beber hasta morir. Me sorprendió verte así. Siempre eres el que se mantiene al margen en esas cosas."

Juan soltó una carcajada. "¡Oh, sí! Fue glorioso. De hecho, ¿recuerdas la foto que te mandé, Carla? La de Daniel todo muerto en el sillón, con las chicas encima de él como si fueran gatos acurrucándose en invierno."

Me pasé una mano por la cara, reprimiendo un suspiro. No me sorprendía que Juan hubiera compartido esa imagen.

"Sí, esa", dijo Carla con diversión, cruzando los brazos. "Se veía muy cómodo, por cierto. Me preguntaba si esa noche significó algo más… Oye, Daniel, ¿diste algún avance con alguna de ellas por fin? ¿O seguirán siendo solo amigos?"

Alcé una ceja, fingiendo indiferencia. "¿Por qué la insistencia?"

Carla sonrió de lado. "Porque no todos los días veo a alguien como tú, el tipo tranquilo y reservado, rodeado de cuatro mujeres que claramente se llevan bien contigo. Así que dime, ¿pasó algo después de que ellas te llevaran a tu casa? ¿O debo asumir que sigues en la zona de amigos?"

Juan apoyó los codos en la mesa, mirándome con curiosidad. "Buena pregunta, hermano. Digo, si esas marcas en tu cuello no son evidencia suficiente, tal vez deberíamos empezar a preocuparnos por ti."

Rodé los ojos, pero antes de responder, tomé un sorbo de café. No es que quisiera ocultar lo que estaba pasando, pero tampoco iba a darles detalles.

"Digamos que las cosas… cambiaron", dije finalmente, dejando la respuesta abierta.

Carla y Juan se miraron, y luego Juan se echó a reír. "¡Sabía que algo pasaba! No puedes engañarnos, Daniel."

Carla sonrió con burla. "Bueno, bueno. Solo espero que no te estén usando como su almohada humana otra vez y que realmente estés avanzando en algo."

Yo solo negué con la cabeza, sabiendo que la conversación no iba a terminar ahí.

Juan me miró con malicia, apoyando el brazo sobre la mesa con una sonrisa de complicidad.

"Bueno, Daniel, si las cosas cambiaron…", comenzó, alargando las palabras con evidente diversión, "la pregunta es: ¿con quién?"

Carla le siguió el juego, inclinándose ligeramente hacia adelante con una mirada expectante.

"Sí, dinos", insistió con una sonrisa burlona. "¿Fue con la pelirroja? ¿O tal vez con la de cabello corto? No, espera… ¿con la morena? No, no, la rubia tenía esa mirada sospechosa cuando nos vio en la oficina la última vez…"

Respiré hondo, manteniendo mi expresión neutral.

"¿Desde cuándo tienen tanta curiosidad por mi vida privada?" pregunté con calma, bebiendo otro sorbo de café.

Juan soltó una carcajada. "¡Desde que de la nada tienes marcas en el cuello y un aura de 'tuve un fin de semana salvaje' alrededor!"

Carla asintió, sonriendo con suficiencia. "Exacto. Vamos, suéltalo. ¿Con quién de ellas fue?"

Mantuve mi postura relajada, pero en mi mente, sabía que no podía responder. No iba a decirles que no fue solo con una, sino con las cuatro. Que había cruzado una línea que la mayoría ni siquiera consideraría, y que, de alguna manera, habíamos encontrado un equilibrio que apenas estábamos empezando a comprender.

"Eso es algo que prefiero mantener en privado", respondí con un tono tranquilo, sin ceder ante la presión de sus miradas inquisitivas.

Juan chasqueó la lengua y negó con la cabeza. "Ah, qué aburrido."

Carla entrecerró los ojos, evaluándome con curiosidad. "No me engañas, Daniel. Algo más hay ahí, y tarde o temprano lo descubriré."

Carla y Juan me miraban con expresión divertida, esperando alguna reacción de mi parte. Yo, en cambio, seguí comiendo con la misma calma de siempre, ignorando sus miradas inquisitivas.

"Vamos, Daniel," insistió Juan con una sonrisa burlona. "¿No piensas decir nada? Carla tiene razón, recuerdo esa noche en el bar. Hasta los del grupo piensan lo mismo… Y mírate ahora, parece que alguien tuvo un fin de semana muy movido."

"Lo único movido fue mi descanso," respondí sin mirarlos, manteniendo la vista en mi plato.

Carla soltó una carcajada y apoyó un codo sobre la mesa, inclinándose un poco hacia mí.

"Daniel, Daniel… Sabemos que algo pasó," dijo con una sonrisa astuta. "Mira, si no quieres darnos detalles jugosos, está bien. Pero dime una cosa, solo una…"

No respondí, pero ella continuó de todas formas.

"¿Con cuál de ellas fue?"

El aire a mi alrededor pareció tensarse de golpe, aunque mi expresión se mantuvo impasible. Sabía que tanto Juan como Carla eran como tiburones: si olían sangre en el agua, atacarían sin piedad.

"Sí, amigo," añadió Juan, dándome un codazo. "Ya dinos, ¿quién fue la afortunada? ¿La rubia explosiva? ¿La morena de mirada intensa? ¿La pelirroja encantadora? ¿O la de cabello negro y actitud de reina?"

Puse los ojos en blanco.

"¿Cuánto tiempo pasaron elaborando esos apodos?"

Juan se encogió de hombros. "Nah, me salieron en el momento."

Carla suspiró con fingida decepción. "No cambiarás nunca, ¿verdad?"

"No," respondí simplemente.

Ella negó con la cabeza, sonriendo. "Está bien, Casanova. Guardarás el misterio… por ahora. Pero tarde o temprano hablaremos de esto."

"Claro," dije sin emoción.

El tema cambió a otra cosa después de eso, pero aún podía sentir las miradas curiosas de ambos de vez en cuando.

Definitivamente, esto iba a ser complicado de manejar.

Justo cuando me levantaba de la mesa, mi celular vibró en el bolsillo. Lo saqué y vi que tenía un mensaje en el grupo de las chicas.

Valeria: Cariño, solo para avisarte que hoy regresaremos a nuestras casas. No queremos agobiarte después de tantos días juntos.

Mariana: Sí, amor, necesitas descansar sin que te atrapemos otra vez en la cama. Aunque admito que la idea de quedarnos sigue siendo tentadora.

Laura: Cielo, sabemos que también necesitas tu espacio. Nos hemos adueñado de ti por casi una semana, así que es justo que tengas un respiro.

Sofía: Querido, no te sientas aliviado. La próxima vez será incluso mejor que la noche anterior. 

Sonreí mientras leía los mensajes. Entre el cariño con el que se dirigían a mí y la amenaza implícita en sus palabras, era imposible no sentirme divertido… y al mismo tiempo un poco preocupado.

Yo: Entendido. Solo no planeen nada que me haga necesitar una semana entera para recuperarme.

Un par de segundos después, las respuestas llegaron rápido.

Sofía: No prometemos nada.

Mariana: Definitivamente nada.

Laura: Absolutamente nada.

Valeria: Así que prepárate.

Suspiré y pasé una mano por mi rostro, sin poder evitar la sonrisa que se formó en mis labios. Ahora que todos habíamos revelado nuestros sentimientos y formalizado la relación, me daba cuenta de algo: las chicas ya no se contenían.

Cada una de ellas parecía tan libre al llamarme de esa forma, como si hubieran estado reprimiéndolo durante todos estos años.

Recordé cómo, antes, todo se sentía más ambiguo, más sutil. Había miradas, roces, palabras disfrazadas de bromas, pero nunca nada directo. Ahora, en cambio, me llamaban con apodos cariñosos sin vacilar, sin vergüenza, como si siempre hubiera sido así.

Y lo más curioso de todo…

Me gustaba.

Mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir en voz alta.