Capítulo 31: Oh No.

*DANIEL*

La luz del sol se filtraba suavemente a través de las cortinas, iluminando la habitación con una calidez que contrastaba con la frescura del aire. Estaba ahí, acostado, con Sofía en mis brazos. Su cuerpo aún descansaba con la paz de alguien que ha caído en un sueño profundo, ajena a todo lo que no fuera ese momento. El aroma a su perfume, entrelazado con el suave y familiar olor de su cabello, me envolvía y me hacía sentir una calma que no había experimentado en mucho tiempo.

Observé cada detalle de su rostro, la suavidad de sus facciones, la delicadeza de sus ojos cerrados y las pequeñas líneas que indicaban una sonrisa dormida. Su cabello rubio caía desordenado sobre mi pecho, como una corona de hilos dorados que le daban una apariencia etérea. Sonreí para mí mismo, sintiendo cómo mi corazón latía más tranquilo que nunca, mientras ella seguía en su mundo, ajena a todo excepto a la paz de ese instante.

Bajé ligeramente mi rostro para besarla suavemente en los labios, apenas un roce, un suspiro de cariño que solo ella podía entender. La sentí moverse ligeramente, acomodándose aún más en mis brazos, como si no quisiera que el mundo interfiriera en ese pequeño refugio que habíamos creado juntos durante la noche.

La abrazé con más fuerza, rodeándola completamente con mis brazos, como si quisiera que este momento durara para siempre, que la paz de la mañana no se rompiera. Sofía, aún dormida, se acomodó mejor en mi abrazo, como si intuitivamente sintiera que debía quedarse más cerca. Y en ese instante, supe que el mundo podía esperar, que lo único importante era ella, el tiempo que habíamos pasado juntos y lo que compartíamos.

En ese breve silencio, mientras la luz del sol seguía invadiendo la habitación, me permití disfrutar de la tranquilidad, de saber que, finalmente, habíamos cruzado esa línea que nos habíamos negado por tanto tiempo. Y ahora, en sus brazos, no había miedo, solo la sensación de que todo era posible, que finalmente habíamos encontrado nuestro lugar.

La suave voz de Sofía me llegó como un susurro, despertándome lentamente. Sentí su mano, tan delicada, moverse por mi cabello, acariciando con ternura como si cada movimiento fuera una caricia que me despertara de la manera más dulce posible. Me quedé allí, entre el sueño y la vigilia, disfrutando de esa sensación de estar tan cerca de ella, de sentir su presencia como un bálsamo cálido.

"Amor, es hora de levantarse", susurró, su voz suave pero firme, como si de alguna manera estuviera guiándome de vuelta a la realidad.

Abrí los ojos lentamente, encontrando los suyos mirándome con una intensidad que me hizo sonreír sin pensarlo. Esos ojos verdes que siempre me habían hipnotizado, brillando con un destello de cariño y alegría, eran todo lo que necesitaba ver para saber que el día comenzaba de la manera más perfecta posible.

"Buenos días, cariño", dijo, con esa sonrisa tan suya, mientras tocaba mi mejilla con una suavidad que hizo que mi pecho se hinchara de felicidad. No pude evitar sonreír aún más cuando sus labios encontraron los míos en un beso suave, lleno de la ternura que solo ella podía darme.

Aun con el beso en mis labios, le pregunté, "¿Quieres desayunar algo?".

Ella asintió, su mirada llena de complicidad y algo de picardía, como si esa mañana no hubiera prisa por nada. "Sí, me encantaría", respondió con suavidad.

Me estiré para buscar el teléfono del servicio a la habitación y llamé para ordenar lo que ambos quisiéramos. Mientras esperábamos la llegada de la comida, el silencio entre nosotros era cómodo, lleno de la calidez de lo que habíamos compartido la noche anterior y la promesa de que lo que comenzamos esa noche no terminaría tan pronto.

Mientras el teléfono se apartaba de mi oído, miré a Sofía, observando la forma en que su rostro aún llevaba esa expresión de tranquilidad y felicidad. Y aunque no dijimos mucho más, los pequeños gestos, las miradas y esa conexión profunda que compartíamos lo decían todo.

Mientras esperábamos el desayuno, miré a Sofía, quien seguía recostada en la cama conmigo, envuelta en las sábanas con una expresión de satisfacción y tranquilidad. Con una pequeña sonrisa, acaricié su mejilla y murmuré:

"Si el desayuno va a tardar... ¿qué te parece si nos damos un baño juntos?"

Sus ojos se iluminaron con diversión y un dejo de picardía antes de asentir con entusiasmo.

"Estaría más que encantada", respondió, dándome un beso fugaz antes de levantarse conmigo de la cama.

Fuimos juntos al baño, y mientras llenaba la bañera con agua tibia, Sofía se sentó sobre mis piernas, acomodándose con naturalidad como si ese fuera el único lugar al que pertenecía. Apoyó su cabeza en mi hombro, trazando pequeños círculos en mi pecho con sus dedos mientras el vapor llenaba el ambiente.

"Gracias por lo de anoche", susurró de pronto, su tono cargado de emoción. "Siento que fue un paso más para fortalecer lo nuestro."

Mis brazos la rodearon con fuerza, mis labios rozando su sien con ternura. "Para mí también lo fue", aseguré con sinceridad.

Ella suspiró suavemente, y su mirada se tornó pensativa. "Aunque... no mentiré, sé que sentiré celos cuando tengas que hacer lo mismo con las chicas."

Fruncí ligeramente el ceño, observándola con atención. "¿Te preocupa algo en especial?"

Sofía mordió su labio inferior, dudando por un instante antes de responder. "No es que me arrepienta de haber aceptado esto, porque quiero estar contigo, sin importar cómo. Pero lo que pasó anoche... fue tan especial, Daniel." Sus ojos verdes me miraron con intensidad, su vulnerabilidad expuesta sin reservas. "Solo me asusta que, cuando pase con alguna de las demás, ese momento que compartimos se sienta menos único, que de alguna manera termine sintiéndome menos que ellas."

Tomé su rostro entre mis manos, asegurándome de que viera la sinceridad en mi mirada. "Sofía, lo que pasó entre nosotros no pierde valor solo porque comparto sentimientos con las demás. Cada una de ustedes es importante para mí de una manera diferente, y lo que tuvimos anoche... eso es solo nuestro. Nadie más puede quitarlo ni reemplazarlo."

Ella soltó una risa suave, como si mis palabras la reconfortaran un poco, pero aún había algo en su expresión que me decía que el miedo seguía ahí. Así que la abracé con más fuerza, besando su frente.

"Lo único que puedo prometerte es que siempre haré lo posible para que te sientas especial. Porque lo eres, Sofía."

Ella me miró por un momento antes de sonreír con dulzura y besarme con lentitud, como si estuviera sellando esa promesa en su corazón.

"Está bien", susurró contra mis labios. "Solo no me dejes de lado, Dani."

"Jamás lo haría", respondí sin dudar.

Nos quedamos así, disfrutando del calor del agua, de la cercanía y del amor que compartíamos, dejando que la mañana pasara con la certeza de que, sin importar lo que viniera después, entre nosotros dos nada cambiaría.

Después de un rato disfrutando del agua caliente y de la compañía del otro, salimos de la bañera y nos envolvimos en toallas. Sofía se tomó su tiempo para secarse el cabello mientras yo me vestía con calma, escuchando su risa suave de vez en cuando mientras arreglaba su melena rubia frente al espejo.

Un par de minutos después, llamaron a la puerta, y recibimos el desayuno que habíamos pedido antes. La mesa estaba servida con una variedad de frutas, café, pan y unos platos más elaborados que olían delicioso. Nos sentamos juntos en la cama, compartiendo el desayuno con una calma que se sentía casi irreal después de la intensidad de la noche anterior.

Mientras tomaba un sorbo de su café, Sofía me miró con curiosidad y dejó la taza sobre la mesa.

"Si las chicas no hubieran estado ocupadas... ¿habrías traído a otra de ellas aquí? ¿O a todas?"

Me reí ante su pregunta y negué con la cabeza.

"Si hubiera sido así, esta reunión habría sido muy diferente. Aunque..." La miré con una sonrisa divertida. "Para ser honesto, me alegra que estuvieran ocupadas. Gracias a eso, pude pasar tiempo a solas contigo, sin interrupciones, sin prisas."

Sofía apoyó su rostro en su mano, observándome con interés. "¿Y qué tiene de especial pasar tiempo a solas conmigo?"

"Que puedo seguir conociéndote más como mi novia, no solo como mi amiga."

Su expresión cambió, una pequeña sonrisa se formó en sus labios. "¿Y qué has aprendido hasta ahora?"

Me tomé un momento para mirarla con detalle antes de responder. "Que eres más sentimental de lo que dejas ver, aunque tratas de ocultarlo con bromas. Que tu lado competitivo no se limita solo al trabajo o a los juegos, sino también a la relación. Que te gusta sentirte especial, y que te preocupa perder esa sensación entre todas."

Sofía bajó la mirada por un instante, jugando con la comida en su plato.

"También aprendí que te pones nerviosa cuando te miro mucho tiempo", agregué con una sonrisa traviesa.

Ella levantó la cabeza de inmediato, fingiendo molestia. "¡Eso no es cierto!"

"Lo es, Sofía", reí, disfrutando de verla así, con esa mezcla de vergüenza y diversión. "Y me gusta verte nerviosa."

Bufó, rodando los ojos, pero su sonrisa no desapareció.

"Está bien, lo admito. Me gusta que me hagas sentir especial. Y lo de anoche... fue importante para mí, Dani."

"Para mí también", aseguré, extendiendo la mano para tomar la suya. "Y quiero que tengas claro que, pase lo que pase, esto que tenemos es nuestro. No tienes que competir con nadie para ser importante para mí."

Sofía entrelazó sus dedos con los míos y apretó mi mano con fuerza. "Entonces supongo que tendré que seguir asegurándome de que no me olvides tan fácilmente."

Sonreí, sintiendo una calidez en el pecho que pocas veces experimentaba.

"Como si eso fuera posible."

**

Después de terminar nuestro desayuno, nos quedamos un rato más en la cama, disfrutando de la tranquilidad y de la compañía mutua. Sofía jugaba distraídamente con mis dedos, pasando la yema de los suyos sobre mi palma, mientras yo la observaba con una sonrisa ligera.

"¿Qué?" preguntó al notar mi mirada fija en ella.

"Nada", respondí. "Solo... me gusta verte así. Relajada. Feliz."

Ella se mordió el labio, como si intentara contener una sonrisa, pero sus ojos verdes brillaron con una mezcla de ternura y picardía. "Pues deberías acostumbrarte. Porque pienso tenerte así muchas veces más."

Reí entre dientes y, sin decir nada, la acerqué a mí, besando su frente con suavidad.

Permanecimos así un rato, sin necesidad de hablar. Solo disfrutando de la presencia del otro.

Pero eventualmente, el tiempo seguía corriendo y sabíamos que teníamos que irnos. Nos levantamos y nos preparamos para salir. Mientras Sofía se vestía, no pude evitar observarla en silencio. La camisa blanca que había tomado prestada de mí le quedaba grande, deslizándose ligeramente por uno de sus hombros. Su cabello rubio, todavía algo húmedo por el baño, caía en suaves ondas alrededor de su rostro.

Ella notó mi mirada y me lanzó una sonrisa traviesa.

"Si sigues viéndome así, no vamos a salir de esta habitación en todo el día", comentó, pasando las manos por su cabello para acomodarlo un poco.

Me encogí de hombros con una sonrisa ladeada. "¿Y eso sería algo malo?"

Sofía rió suavemente y se acercó para darme un beso breve pero lleno de significado. "Será mejor que nos vayamos antes de que termine cambiando de opinión."

No me quejé.

Después de asegurarnos de que no olvidábamos nada, finalmente salimos de la habitación. Caminamos juntos por el pasillo, bajamos en el elevador y nos dirigimos hacia la salida del hotel-restaurante.

Mientras caminábamos hacia el auto, Sofía entrelazó sus dedos con los míos y apoyó su cabeza en mi hombro por un instante.

"Creo que necesito un fin de semana entero contigo después de esto", murmuró, con un tono que era mitad broma, mitad deseo genuino.

"Eso se puede arreglar", respondí, disfrutando del brillo en sus ojos cuando levantó la mirada hacia mí.

Ella sonrió y suspiró con satisfacción. "De verdad, gracias por esta noche, Daniel. Fue… mejor de lo que imaginé."

"Para mí también", le aseguré, apretando ligeramente su mano. "Y lo mejor de todo es que esto apenas comienza."

Sofía asintió y, por un momento, ambos nos quedamos en silencio, disfrutando del momento, de esa sensación de cercanía y entendimiento mutuo.

Pero justo cuando estábamos llegando al auto, un ruido repentino nos interrumpió.

"¡Sofía!"

El tono de la voz me puso en alerta de inmediato. No era un grito de enojo, pero sí de sorpresa y confusión. Sofía, por otro lado, se tensó de inmediato, como si la hubieran atrapado en medio de algo que no quería explicar.

Giramos al mismo tiempo y, para mi sorpresa, ahí estaba una mujer parada junto a la entrada del hotel. No era difícil adivinar quién era. Compartía ciertos rasgos con Sofía: el cabello rubio, los ojos verdes y una presencia elegante que se sentía incluso a la distancia.

Sofía parpadeó un par de veces, como si su cerebro estuviera tratando de procesar la escena antes de reaccionar.

"Mamá...", murmuró en un tono que mezclaba sorpresa y pánico.

La madre de Sofía.

Su madre cruzó los brazos y nos miró de arriba abajo. Su expresión no era exactamente hostil, pero tampoco parecía encantada con lo que veía.

"¿Quieres explicarme qué haces saliendo de un hotel con un hombre a esta hora de la mañana?" preguntó con una ceja arqueada.

Podía sentir el caos interno de Sofía sin necesidad de mirarla. Y para ser honesto, yo también estaba sorprendido. Había esperado conocer a su madre en algún momento, pero definitivamente no así.

"Esto se pondrá caótico...", murmuré para mí mismo, preparándome mentalmente para lo que estaba por venir.