Pero algo había pasado.
Porque ahora dos hijos estaban de pie en un salón lleno de poder y luz, sosteniendo el peso de la traición en sus pechos, y preguntándose...
Si la sangre que los formó alguna vez fue verdaderamente suya.
Lu Ting Zhou permaneció inmóvil, la opulencia del salón de baile desvaneciéndose en un borrón silencioso. Sus dedos, que antes temblaban por los nervios, ahora se cerraban en puños—no por miedo, sino por algo mucho más frío. La traición tenía un peso, y ahora se asentaba pesadamente en su pecho, dificultándole respirar.
Lu Ting Cheng tampoco se movió. Miraba fijamente el suelo donde su madre acababa de estar, con la mandíbula tan tensa que podría romperse. Toda su vida había girado en torno a la disciplina, el control y demostrarse digno. Pero ahora, una verdad que nunca había imaginado se pudría en su sangre.
Vida robada. Vientre prestado. Legado fabricado.