La radio zumbaba con estática entrecortada, pero aún podía escucharse el caos en la voz del locutor:
“...Estados Unidos y la Unión Soviética han cruzado el punto de no retorno. Bombas nucleares han sido lanzadas en varias regiones del este... El mundo... el mundo ha cambiado...”
En un pequeño pueblo, rodeado de polvo, madera vieja y desesperación, las familias corrían. Una mujer arrastraba a sus dos hijos, buscando refugio entre los escombros. Uno de ellos, con la cara manchada de tierra, tropezó. La multitud lo separó.
—¡Mamá! —gritó entre lágrimas.
Ella lo buscó con desesperación hasta que finalmente lo encontró. Lo abrazó. Pero en el cielo… se encendió un segundo sol. Un destello blanco. Silencio absoluto.
Y luego…
Oscuridad.
Kakuzu despertó empapado en sudor, su pecho se agitaba con violencia. La luz del amanecer entraba por la ventana de madera astillada. Miró su mano temblorosa. Respiró hondo.
—Otra vez ese sueño… —murmuró.
Su hermano, Naoki, ya estaba de pie, ajustándose el vendaje sobre el cuello.
—¿Tuviste esa pesadilla otra vez?
Kakuzu sonrió con fastidio y sacudió la cabeza.
—No te preocupes, hermanito. Estoy bien. Ya estamos lejos de ese día.
Ambos salieron de su pequeña vivienda en el Bronx, un rincón abandonado de Nueva York. Saludaron a la vecina y caminaron por la gran avenida. La ciudad seguía “normal”: autos antiguos, cafés cerrados, gente ocupada... Como si nada hubiera pasado.
Como si la catástrofe nuclear nunca hubiera ocurrido.
En un pequeño cibercafé, la rutina era la misma. La dueña los recibió con una sonrisa sarcástica.
—¡Mis dos únicos clientes fieles! ¿Van a comprar otra botella de agua para quedarse tres horas?
—¿Y tú cuándo vas a aprender a sonreír sin arrugas? —respondió Kakuzu con picardía.
Naoki lo arrastró hasta el fondo, donde introdujeron una tarjeta metálica en una ranura oculta de la computadora. La pantalla parpadeó, y el sistema se desconectó de la red local.
“Bienvenidos, agentes de la Asociación.”
Una voz robótica les dio la bienvenida. La pantalla mostró su misión:
“Destino: Japón. Región norte de Tokio. Una anomalía ha exterminado un poblado rural entero. Se sospecha de una criatura hostil. Objetivo: eliminarla y borrar las huellas. Cualquier error será su responsabilidad directa.”
Kakuzu gruñó.
—¡¿Japón?! ¿Por qué no nos asignan misiones en Canadá, que queda al lado?
Naoki suspiró.
—Así trabaja la Asociación. No preguntes.
“Viaje autorizado mediante infiltración aérea. Roben una aeronave. Contacten con el agente en California. Luego tomen un barco al Pacífico.”
Una última advertencia parpadeó en rojo:
“La Asociación no los protege fuera del perímetro. Ustedes no son héroes. Son herramientas.”
Horas después, en un hangar secundario de Nueva York, los hermanos entraban sigilosamente. Era el 7 de noviembre del año 2001. La vigilancia era brutal desde aquel incidente meses atrás.
—Desde que cayeron las Torres, todo está más vigilado... —dijo Naoki en voz baja.
Esquivaron cámaras, neutralizaron guardias, y activaron sus habilidades. Naoki envolvió su cuerpo en vendas y manipuló la luz para volverse casi invisible. Un niño los señaló:
—¡Mamá, mira! ¡Es el Hombre Invisible! ¡Con cosplay!
Ambos se infiltraron en una pequeña aeronave. Las alarmas se dispararon. Disparos. Explosiones. Kakuzu usó una técnica de transmutación para redirigir el metal, Naoki liberó radiación concentrada. Todo el hangar colapsó.
Finalmente, escaparon.
En California, en un bar costero, un agente de la Asociación los esperaba.
—Ah… así que ustedes son “los peculiares”. Uno hecho de vendas, el otro con la lengua más suelta que una radio vieja.
—¿Tienes un problema con eso? —gruñó Kakuzu.
—Solo un consejo: mantengan el perfil bajo. No olviden por qué están aquí.
El viaje a Japón fue silencioso.
Allí, tomaron un tren hacia una zona montañosa.
Lo que encontraron desde lo alto era devastador: un bosque calcinado… y más allá, una ciudad abandonada, como congelada en el tiempo desde el día de la explosión.
Kakuzu cerró los ojos, Naoki apretó los dientes.
—¿Listo para nuestra primera misión oficial, hermano?
—No —respondió Kakuzu, encendiendo un cigarrillo viejo—. Pero igual lo haremos.
¡Gracias por leer el primer capítulo de La Segunda Realidad!Este proyecto significa mucho para mí. Si te gustó o tienes alguna teoría, me encantaría leer tus comentarios.¿Qué opinas de Kakuzu y Naoki? ¿Crees que lograrán su misión en Japón?Tu opinión puede ayudar a mejorar esta historia y a que más lectores la descubran.