El Expreso de Hogwarts avanzaba suavemente sobre los rieles, cortando la vastedad de la campiña inglesa bajo un cielo teñido de los cálidos colores del atardecer. Harry Potter, con las manos apretadas sobre su maleta, miraba por la ventana con una mezcla de nervios y una esperanza tenue que no terminaba de comprender. Era su primer año en Hogwarts, un mundo desconocido que prometía magia, aventuras... y, quizás, respuestas a tantas preguntas que no sabía cómo formular.
¿Y si todo esto no es más que un sueño? pensó mientras los árboles pasaban rápidos y borrosos. ¿Y si no encajo allí? La soledad, que había sido su sombra desde pequeño, parecía agitarse con más fuerza en aquel momento. Hermione Granger, sentada en un rincón del compartimento, tenía el ceño ligeramente fruncido sobre un libro abierto. No era un libro cualquiera, sino uno de esos textos que podrían parecer densos y aburridos para otros niños, pero para ella, cada palabra era una chispa de conocimiento que la hacía sentir un poco más cerca del lugar al que iba. Sin embargo, detrás de su apariencia decidida, había una corriente de ansiedad y una esperanza igual de profunda que la de Harry.No puedo permitirme fallar, se repitió mentalmente, pasando una mano nerviosa por el cabello. Hogwarts es mi oportunidad. No solo para aprender magia, sino para encontrar un lugar donde ser aceptada. La puerta del compartimento se abrió con un ligero chirrido, y una figura desordenada apareció en el umbral: un muchacho de ojos verdes intensos y cabello negro rebelde, con una expresión que mezclaba inseguridad y curiosidad.—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó Harry, con voz baja pero firme, evitando mirar directamente a Hermione, temeroso de interrumpir su concentración. Hermione levantó la vista, sorprendida por la pregunta, y luego asintió, cerrando el libro con cuidado.—Claro —respondió ella, su voz revelando un dejo de timidez, aunque por dentro se sentía aliviada de no estar sola. Mientras Harry se acomodaba, notó que Hermione lo observaba con atención, como intentando entender quién era ese chico que parecía tan distinto a todos los demás.¿Será tan perdido como yo? pensó Harry, con una pequeña sonrisa que no pudo ocultar. Las primeras palabras entre ellos fueron tímidas, ensayadas, como si ambos tuvieran miedo de revelar demasiado. Pero poco a poco, la conversación fue fluyendo, y con cada frase compartida, la barrera invisible entre dos extraños comenzó a desvanecerse.—¿Vienes de mucho tiempo? —preguntó Hermione, cerrando finalmente su libro y guardándolo en su regazo.—Desde hace un rato —respondió Harry, encogiéndose de hombros—. A veces siento que todo esto es más grande de lo que puedo entender. Hermione lo miró con comprensión, como si ella también llevara ese peso invisible.—Lo sé. Yo también lo siento. Pero quizás, en Hogwarts, encontraremos lo que buscamos. El tren continuaba su recorrido, y en ese compartimento pequeño, dos almas inquietas comenzaban a tejer un lazo que ninguno de los dos podía prever. Aquel instante, simple y efímero, sería el cimiento sobre el que crecería una amistad inquebrantable, y algo más profundo que todavía no se atrevían a nombrar.—¿Cómo te llamas? —preguntó Hermione, rompiendo un breve silencio mientras miraba a Harry con curiosidad genuina.—Harry... Harry Potter —respondió él con cierta incomodidad, como si decir su propio nombre le costara. Hermione parpadeó un par de veces y se quedó mirándolo, como si tratara de asegurarse de que lo había escuchado bien.—¿Harry Potter? ¿Eres el Harry Potter? —su voz tembló un poco de emoción contenida. Harry se encogió en su asiento.—Supongo que sí. Todos parecen saber más de mí que yo mismo —murmuró, bajando la mirada hacia sus zapatillas desgastadas. Hermione notó el cambio en su tono. Había leído sobre él, claro. Sabía lo que representaba, lo que había sobrevivido. Pero ahí, frente a ella, no había un héroe. Solo un niño solitario que parecía más confundido que orgulloso.—Perdona —dijo cen suavidad—. No quise incomodarte. Solo que... bueno, he leído todos los libros de historia mágica, y tu nombre aparece en todos. Pero no pensé que te verías tan... normal. Harry sonrió, por primera vez desde que se sentó. Fue una sonrisa pequeña, pero sincera.—Gracias, creo —dijo con un leve brillo en los ojos. Hermione también sonrió. Algo en ese momento le dio una extraña sensación de confianza. Como si hubiera conocido a Harry desde antes, aunque acabaran de encontrarse.—Soy Hermione Granger, por cierto. Mis padres son muggles, así que todo esto es nuevo para mí. He leído muchísimo para prepararme —dijo con tono orgulloso, pero sin la arrogancia que solía usar como escudo frente a otros.—¿Muggles? —preguntó Harry, frunciendo el ceño—. Todavía no entiendo bien qué significa eso. Hermione ladeó la cabeza, sorprendida.—¿No lo sabes? Es el término que los magos usan para referirse a personas sin magia. ¿No te lo explicaron? Harry negó con la cabeza.—Los Dursley —mis tíos— odian todo lo relacionado con la magia. Me dijeron que era una... rareza. Y hasta hace unas semanas, pensaba que eran solo cosas raras que me pasaban, no magia de verdad. Hermione lo miró con un dejo de tristeza. No era solo que él viniera del mundo muggle; era que había crecido sin saber quién era, y con personas que no lo aceptaban.—Pues si te sirve de consuelo —dijo ella con una sonrisa amable—, yo soy una rareza feliz. Y te entiendo más de lo que crees. A veces, saber muchas cosas no es suficiente para sentirse parte de algo. Harry la observó en silencio por unos segundos. En su interior, algo se aflojaba, como si aquella niña de rizos castaños y voz segura estuviera abriendo una ventana que llevaba años cerrada.—¿Crees que haremos amigos? —preguntó él, más a sí mismo que a ella. Hermione dudó un instante, pero luego asintió.—Lo estamos haciendo ahora, ¿no? La puerta del compartimento volvió a abrirse de golpe, interrumpiendo el momento. Un niño pelirrojo, con la cara llena de pecas y las mejillas sonrojadas por haber corrido por los pasillos, asomó la cabeza con una sonrisa curiosa.—¿Puedo sentarme aquí? Los demás compartimentos están llenos —dijo, sin notar el cambio de atmósfera. Hermione miró a Harry, y él asintió casi sin pensarlo. Algo en su pecho le decía que había espacio para más. Que tal vez, solo tal vez, este era el inicio de algo grande.—Claro, adelante —respondió Harry.—Soy Ron —dijo el chico mientras se dejaba caer en el asiento frente a ellos—. Ron Weasley.Hermione entrecerró los ojos con reconocimiento inmediato.—Weasley. ¿Eres hermano de Percy?—Desgraciadamente —murmuró Ron, haciendo una mueca—. Ya te estuvo hablando de sus insignias, ¿verdad? Harry rió, y Hermione también. Por primera vez en mucho tiempo, él se sintió parte de algo. No lo sabía aún, pero en ese compartimento del tren se acababa de formar un lazo que cambiaría el mundo mágico para siempre. Ron se dejó caer pesadamente sobre el asiento frente a Harry y Hermione, y empezó a sacar unos emparedados algo aplastados de su túnica.—¿Alguien quiere? Mamá hizo demasiados —dijo encogiéndose de hombros, mientras pasaba uno a Harry sin pensarlo demasiado.—Gracias —respondió Harry, sorprendido por el gesto. No estaba acostumbrado a que alguien compartiera con él sin motivo oculto. Hermione observó la interacción con una ceja alzada, claramente indecisa entre aceptar o rechazar por educación.—No, gracias. Ya comí antes de subir —dijo educadamente, pero con una ligera sonrisa.—¿Eres Hermione, verdad? —preguntó Ron mientras le daba un mordisco a su emparedado.—Sí, Hermione Granger. ¿Y tú eres Ron Weasley? Dije tu apellido antes, por tu hermano Percy.—Ugh, sí. Él nunca deja de hablar de reglas, y ahora que es prefecto, cree que puede caminar sobre el agua —replicó Ron con una mueca—. Y tú, Harry, ¿ya sabías que eres famoso? Harry hizo una pausa. Esa palabra... famoso. Le sonaba lejana, como algo que no le pertenecía.—Solo porque todos me dicen lo dicen —respondió con franqueza—. Pero yo no recuerdo nada de lo que pasó cuando era un bebé. Solo... cicatrices y silencio. Hermione bajó la vista por un momento. Sabía la historia, claro que sí. La había leído muchas veces. Pero escucharla de la voz de Harry la hacía diferente. Más humana.—Debe ser duro que todos esperen algo de ti sin siquiera conocerte —dijo ella en voz baja. Ron miró a ambos, masticando lentamente.—Supongo que eso es mejor que ser el sexto hermano y que todos esperen que seas como los anteriores —dijo sin drama, pero con sinceridad. Luego añadió, encogiéndose de hombros—. A mí nadie me espera nada, así que tengo libertad. Harry rió, y Hermione también. Por un instante, los tres compartieron ese raro sentimiento de incomodidad que se convierte en confianza: saberse distintos, pero iguales en lo esencial. El carrito de dulces apareció en el pasillo y, con una repentina emoción infantil, Harry se levantó y compró de todo.—¿Todo eso para ti? —exclamó Ron con los ojos muy abiertos.—Nunca me dejaban comprar dulces. Hoy... puedo —respondió Harry con una sonrisa tímida. Hermione observó cómo Harry colocó las ranas de chocolate, grajeas de todos los sabores y calderos de caramelo en medio de los tres.—¿Primera vez que haces algo solo por ti? —preguntó ella, casi en un susurro. Harry la miró por un momento, y luego asintió.—Sí. Y se siente bien no tener que pedir permiso. Ron ya tenía una rana de chocolate abierta y la tarjeta de Dumbledore en la mano.—¡Oye! Mira, se mueven. Son mágicas de verdad.—Claro que lo son —dijo Hermione—. Aunque desaparecen después de un rato. Las colecciones no duran mucho si no las encantas. Ron la miró de reojo.—¿Lo sabes porque lo leíste?—Sí —respondió Hermione con orgullo—. Leí Magia Moderna y sus Misterios dos veces antes de venir. Y parte de Historia de Hogwarts.Ron soltó una risa.—Genial. Tenemos a la enciclopedia andante con nosotros. Harry no dijo nada. Solo miró a Hermione, que parecía ofendida al principio, pero luego se relajó cuando lo escuchó reír también. Ella bajó la vista, pero una sonrisa tímida se dibujó en sus labios. Tal vez no se rían de mí como los demás, pensó. Cuando el cielo fuera del tren empezó a oscurecer, los tres niños seguían allí, hablando de hechizos, casas de Hogwarts, criaturas mágicas, y hasta de cosas comunes, como la comida favorita o lo difícil que era dormir antes de algo importante. En ese rincón del tren, entre risas, nervios y confesiones a medias, nacía algo silencioso y poderoso: una amistad destinada a resistir más de lo que ninguno de ellos podía imaginar. El tren comenzó a reducir la velocidad con un chirrido metálico que vibró en los huesos. Afuera, la noche ya había caído por completo, y la oscuridad era apenas interrumpida por las linternas flotantes de la estación de Hogsmeade.Los tres se pusieron de pie casi al mismo tiempo, nerviosos, emocionados, con una energía inquieta que los mantenía en silencio. Ron empujó su maleta con el pie, Hermione ajustó su bufanda cuidadosamente y Harry, por un momento, se quedó quieto. Muy quieto. Miraba por la ventana, el vaho empañando el cristal. Estoy a punto de llegar al único lugar donde tal vez pertenezco. ¿Y si no encajo? ¿Y si vuelven a mirarme como "el niño que vivió" y nada más? Sintió el estómago revuelto, y no solo por las ranas de chocolate. Hermione notó su expresión. Su voz fue suave.—¿Estás bien? Harry se giró, y ella estaba más cerca de lo que esperaba. Sus ojos eran cálidos y atentos. No de los que juzgan, sino de los que comprenden.—Solo... no sé qué esperar —dijo él, sincero. Hermione asintió despacio.—Yo tampoco. Pero... pase lo que pase, ya no estás solo. Harry no supo qué responder a eso. Pero algo en su pecho se aflojó. Como si por primera vez, alguien viera al niño detrás del nombre.—Gracias —dijo él, bajito, pero con peso. En ese momento, una voz grave se alzó entre el bullicio:—¡Primeroooos años! ¡Por aquí! ¡Vamos, los de primer año, seguidme! Un hombre gigante, con barba salvaje y ojos brillantes, agitaba un farol. Hermione soltó un pequeño "¡oh!" de sorpresa.—Debe ser Hagrid —dijo Ron con entusiasmo—. Mi hermano Charlie hablaba de él. Dice que es enorme pero buena gente. Salieron al andén con pasos acelerados, esquivando a otros niños, hasta quedar al borde de un lago negro como la tinta. Pequeñas barcas flotaban a la espera, oscilando suavemente.—¿Sin remos? —preguntó Hermione, con una mezcla de asombro y desconfianza.—Esto ya me gusta —comentó Ron, subiéndose a una barca sin pensarlo. Harry y Hermione lo siguieron. Cuando los tres estuvieron sentados, la barca se movió sola, guiada por la magia. El castillo apareció de pronto, imponente y dorado, como un sueño saliendo de las sombras. Sus torres recortadas contra el cielo estrellado, las luces encendidas en cada ventana, y el reflejo en el agua temblorosa les dio un aire casi irreal. Harry contuvo la respiración. Ahí está. Mi hogar. Y no sabía por qué, pero al mirar a Hermione, sintió que el destino le acababa de ofrecer no solo un lugar... sino una persona. Alguien con quien compartirlo todo. Hermione, como si pudiera leerlo, le devolvió la mirada y sonrió. No dijo nada. No hacía falta. Esa noche, mientras las barcas se deslizaban hacia la orilla y el castillo se alzaba más cerca, tres niños avanzaban hacia su futuro. Sin saber que, entre pasillos encantados y hechizos por aprender, les aguardaban pruebas imposibles, pérdidas irremediables... ... y un amor que no estaba escrito, pero que encontraría su lugar entre la historia.