El enfoque de Elías, preciso e inquebrantable, se centra ahora en optimizar el entrenamiento de sus jóvenes alumnos. Reconoció que la resiliencia era solo la base; la verdadera eficiencia exige más. La comunicación, pensó Elías, analizando la interacción silenciosa entre sus estudiantes, es un sistema, una red. Como raíces, invisibles pero vitales. Comenzó a categorizar meticulosamente las sutiles señales que intercambiaban: una mirada compartida, un entendimiento susurrado. Más allá de las páginas desgastadas de libros recuperados, su mente, impulsada por una compulsión inherente por comprender, se sintió atraída por una nueva y tentadora frontera. Mecánica, reflexionó, observando los engranajes de una simple bomba de agua, las fuerzas ocultas que gobiernan el mundo tangible. Entonces, como una repentina explosión de datos en su conciencia, captó el concepto de tecnología, de televisión.
No era conocimiento adquirido de un libro, sino una descarga instintiva, un patrón inferido del tenue y distante zumbido del mundo más allá de su aldea. Teorizó sobre ondas invisibles, sobre imágenes y sonidos transportados por el aire, un concepto que armonizaba con su profunda comprensión de las corrientes invisibles de la naturaleza. La eficiencia exige conexión. Dispersión de información. Control, fluían sus pensamientos, procesando las implicaciones con una claridad escalofriante. Conjeturó, con fría y lógica certeza, que así como los gobiernos fueron los primeros en cartografiar territorios físicos, serían los primeros amos de estos dominios informativos invisibles.
Entonces, el destino, o mejor dicho, la previsible decadencia de los artefactos humanos, se presentó. Un viejo edificio olvidado a las afueras del pueblo, consumido durante mucho tiempo por el polvo y las telarañas, albergó una reliquia. Una computadora, la mente de Elías la identificó al instante, una máquina voluminosa y arcaica con una serie de luces parpadeantes y un teclado que parecía más un instrumento musical rudimentario que una herramienta de comunicación. Era un descarte, un vestigio olvidado del progreso en este tranquilo paisaje de Estados Unidos posterior a la Segunda Guerra Mundial. Subóptimo, concluyó, tocando su fría carcasa metálica. Pero una base. Un punto de datos en bruto.
Su cerebro cuántico vibraba con una actividad sin precedentes. Análisis: arquitectura del sistema. Entrada-salida. Consumo de energía. Rastreó meticulosamente sus cables, examinó los extraños y brillantes tubos de vacío y pasó los dedos por las polvorientas placas de circuito. Todo el aparato se desplegaba en su mente, un rompecabezas complejo pero finalmente descifrable. Redundancia, notó. Ineficiencia. Energía desperdiciada.
Comenzó a moldearlo y transformarlo. La naturaleza ofrece soluciones para todas las limitaciones. Imaginó reemplazar componentes eléctricos frágiles y de alto consumo energético con materiales más robustos de origen natural. Los desechos —pedazos de metal, fragmentos de vidrio, fragmentos de cerámica— no se clasificaron como basura, sino como posibles sustitutos. Su conocimiento de la química y la física, refinado por sus observaciones de rayos y agua corriente, se fusionó en teorías. Atmosférico potencial. Amplificación de corriente. Captación simbiótica de energía. Teorizó métodos para atraer corrientes eléctricas sutiles del aire o generar energía más eficiente utilizando recursos naturales fácilmente disponibles. La batería, ese denso y cerrado depósito de energía, seguía siendo un desafío significativo. Una fuente de energía autosuficiente, reflexionó, la máxima eficiencia. Sin embargo, pieza a pieza, minuciosamente, Elías comenzó a construir su propia computadora rudimentaria, infundida con la naturaleza, dentro del armazón de la vieja máquina.
En el instante en que cobró vida, una imagen tenue que ondeaba en la pantalla, fue una explosión sensorial para Elías. Nuevos datos. Un nuevo pilar de comprensión. Palabras, conceptos y una cascada de información inundaron su mente, un sistema fundamental de conocimiento que desconocía. Instintivamente, diseñó un fondo oscuro y minimalista para la pantalla, basando su estructura visual en principios matemáticos y los patrones celestes de las constelaciones. Era una estética derivada de la pura eficiencia, un lenguaje que su mente ya dominaba.
Aplicación: Difusión de conocimiento. Más rápido. Más eficiente. Obsesionado con el potencial de la herramienta, la mostró con entusiasmo a sus jóvenes subordinados. «Observen», instruyó con voz tranquila, sin la excitación humana que delataría su revolución interna, pero llena de una innegable y concentrada intención. Rosita, siempre ansiosa, fue la primera en interactuar; sus pequeños dedos encontraron con cautela el rudimentario teclado. Guiados por Elías, comenzaron a transferir parte del conocimiento de sus libros físicos a este formato digital. Densidad de información. Velocidad de acceso. Escalabilidad. Cada día, Elías mejoraba incansablemente la máquina, agregando materiales fibrosos para reforzar los componentes, ideando sistemas de refrigeración basados en corrientes de aire, casi como si la dotara de un «motor» biológico. Encontraba una peculiar y fría satisfacción al extraer la funcionalidad de algo tan específicamente defectuoso, en someter la tecnología a su voluntad precisa.
Elías continuó perfeccionando el entrenamiento físico de los niños. El liderazgo de Rosita floreció, sus movimientos se volvieron más fluidos y su comprensión del Ejercicio del Cardo se profundizó. Movimiento optimizado. Mínimo gasto energético. Máximo impacto. Elías, ahora integrando su comprensión de la mecánica y la intrincada interconexión de los sistemas vivos, mejoró el ejercicio. Incorpora conceptos básicos sobre la función del sistema nervioso en el tiempo de reacción y la física fundamental que rige la interacción del cuerpo con el planeta. «La gravedad», les indicaba, mientras su dedo trazaba una línea descendente en el aire, «es una fuerza constante. Usala. Comprende la palanca de tu extremidad, el punto de apoyo de tu articulación». Forjó nuevos materiales de entrenamiento con bambú y otras herramientas naturales, superando los límites de la eficiencia. No solo les enseñaba a moverse, sino a comprender la física inherente a sus propios cuerpos, el lenguaje silencioso de los huesos y los músculos. Estaba forjando un nuevo camino, combinando la sabiduría antigua y cruda de la naturaleza con el potencial naciente del ingenio humano, todo mientras su cerebro cuántico avanzaba, imaginando un futuro en el que su aldea rural podría aprovechar los susurros invisibles de los electrones para su ventaja estratégica.
¿Qué aplicaciones inmediatas imagina Elías para su computadora rudimentaria, y cómo esta nueva dimensión tecnológica comienza a influir en sus métodos de entrenamiento y sus planos generales para el pueblo?