Mientras tanto, las tormentas seguían azotando las tierras occidentales del reino de Brindlemark sin tregua. En Ankar y Velm, las aldeas eran consumidas por las llamas, y sus campos se habían convertido en un lodazal bajo el paso de las tropas invasoras. La bandera de Morvane ondeaba orgullosa sobre las torres improvisadas, erigidas con una velocidad que parecía casi sobrenatural. Aunque el rey Arin II había ordenado una movilización inmediata para detener el avance enemigo, ignoraba aún que la verdadera amenaza no se limitaba a las fronteras. Un cáncer silencioso se estaba extendiendo desde dentro, amenazando con destruir el reino desde sus cimientos.
En los pasillos del palacio, entre susurros y miradas furtivas, Lord Caden Veylor, Ministro de Guerra, sostenía reuniones clandestinas con una figura enigmática. La oscuridad de la noche lo envolvía mientras descendía a las cámaras inferiores del palacio, donde lo esperaba una figura con una máscara de plata pulida que reflejaba la luz de las antorchas, y una voz que parecía penetrar en la mente más que acariciar el oído.
—Han desplegado dos grupos hacia Ankar y Velm, con un estimado de cinco mil soldados para cada ciudad. La estrategia es clara: dividir nuestras fuerzas y debilitar nuestra defensa.
—Perfecto, No serán suficientes. En Ankar ya tenemos una guarnición de setenta mil soldados bien atrincherados y preparados para la batalla, mientras que en Velm hemos reunido una fuerza aún más formidable de ciento cincuenta mil hombres. Cuando las tropas del rey lleguen, serán como una nube de insectos que se estrella contra una pared de granito: no tendrán oportunidad. Serán aplastados por nuestra superioridad numérica y militar.
—Eso no es de mi incumbencia. Solo quiero lo que se me prometió: tierras, inmunidad y la supervivencia de Brindlemark… aunque sea bajo un estandarte diferente.
—Y así será si sigues cumpliendo con tus obligaciones, no hay lugar para la debilidad o el fracaso en este acuerdo.
Por otro lado, en la Sala Real de Grenthil, el rey Arin II se sentía cada vez más inquieto, sin saber que una amenaza se cernía sobre él en la sombra. Las noticias que llegaban desde las regiones atacadas eran alarmantemente inconsistentes y fragmentadas. Los espías reales enviados por Rendar Khal, el Archimago, regresaban con rostros demacrados y ojos desencajados, muchos de ellos sumidos en un silencio total o en un estado de shock profundo. Uno de ellos, un hombre que había sido brutalmente mutilado, sin lengua y con las manos cercenadas, fue el único superviviente de un escuadrón completo enviado a investigar las llanuras entre Ankar y Velm, un testimonio mudo del horror que se enfrentaba.
Rendar Khal se encerró en la Torre Real, estudiando los rastros de maná en el terreno, en un intento desesperado por desentrañar los misterios que envolvían a las fuerzas enemigas que se acercaban. La ausencia de noticias de sus espías, que aún no regresaban, aumentaba su ansiedad y lo impulsaba a buscar respuestas en la magia.
Se esforzaba por desentrañar el misterio, pero la falta de respuestas claras persistía. Las regiones afectadas emitían una interferencia mágica que bloqueaba su habilidad única de Mapeo, que le permitía percibir la topografía, la vegetación y la fauna de un territorio, así como las energías mágicas presentes, todo en tiempo real. Esta capacidad le habría proporcionado la información necesaria para diseñar una estrategia efectiva, pero la interferencia mágica lo mantenía en la oscuridad.
Continuó haciendo intentos desesperados, aunque sabía que la interferencia mágica era un obstáculo casi insuperable. Sin embargo, estaba dispuesto a considerar opciones que desafiaban las leyes del Reino. En su búsqueda de respuestas, recurrió a su esclava, una criatura espiritual semi-humana dotada de la capacidad de prever eventos futuros y percibir patrones ocultos. Esta habilidad le permitía anticipar posibles resultados y ajustar su estrategia en consecuencia, lo que podría ser la clave para superar la interferencia y encontrar una solución.
Al entrar en la habitación donde ella estaba confinada, la crudeza de su entorno y el trato que recibía revelaban la deshumanización a la que había sido sometida. La niña, reducida a una mera herramienta para explotar su don, se encogió al ver al mago, sus ojos reflejando un miedo profundo y resignado. La mirada de terror que le dirigió era un recordatorio desgarrador de la vida que había sido obligada a llevar, una existencia marcada por la explotación y la falta de compasión. En ese momento, era evidente que su valor se limitaba a su capacidad para prever el futuro, y que su propia humanidad había sido sacrificada en el altar del poder.
—Ya sabes qué se espera de ti; dime mi futuro y el de la nación ahora mismo, o sufrirás las consecuencias.
—Vas a morir, junto con toda esta nación, a manos de un hombre alto de cabello largo y ojos rojos carmesí, un guerrero formidable que estará acompañado por un mayordomo imponente, un hombre musculoso con barba y un traje impecable, pero cuya apariencia elegante oculta una fuerza y un poder formidables. Ambos son seres de una potencia abrumadora, y su llegada marcará el fin de todo lo que conoces.
—¿Qué acabas de decir? Eso es imposible. ¿Qué pasará con el ejército invasor? ¿Y cómo puedes estar tan segura de tu respuesta?
—Olvidas que nunca he fallado una predicción. Es mejor que le avises al rey, porque todo va a caer y se reducirá a cenizas esta misma noche. No hay escapatoria, y menos habrá esperanza para esta nación, solo la destrucción inminente.
La explosión sacudió la torre, y el sonido de las tropas de Morvane atacando resonó en el aire. Las defensas de la muralla estaban siendo superadas, y la situación parecía desesperada. No había tiempo para pensar, solo para actuar. La orden fue clara: avisar al rey y evacuar la ciudad de inmediato. Mientras corría hacia la salida, la escena era de caos y destrucción. Varios espías infiltrados en el reino acababan de asesinar a los ministros, y el rey, consciente del peligro, se preparaba para salir al frente y defender su nación con su propia vida.
En el corazón de la capital, la devastación era total. La ciudad se había convertido en un escenario de dolor y sufrimiento, donde las defensas habían sido brutalmente destruidas y la bandera de la nación yacía pisoteada en el suelo. Las tropas de Morvane continuaban su avance implacable, sin mostrar piedad hacia los defensores. Algunos lograron refugiarse en busca de seguridad, pero suplicaban por ayuda desesperadamente, conscientes de que si Morvane tomaba la capital y acababa con el rey, sería el fin de todo lo que conocían. Las tropas luchaban con valentía, pero la superioridad del enemigo era abrumadora, y la batalla parecía más un matadero que un campo de honor. La incertidumbre era palpable, y la pregunta que resonaba en la mente de todos era si había alguna esperanza de victoria en este conflicto desigual.
El rey Arin ll luchaba con honor y valentía en el corazón de su capital asediada, a pesar de saber que la batalla estaba prácticamente perdida. Un oponente formidable se plantó frente a él, un enmascarado que había logrado manipular al ministro de defensa a través del lord Caden y robar información crucial. La presencia del enmascarado era aterradora, y su risa resonaba con una intensidad que hacía retroceder a todos. El enmascarado desplegó sus alas, revelando su verdadera naturaleza: era un demonio. El rey Arin sabía que esta era la batalla por la supervivencia, y si caía, todo estaría perdido, pero si lograba vencer al demonio, el ejército enemigo se retiraría y la nación tendría una oportunidad de sobrevivir.