Horas antes de que la capital de Brindlemark fuera arrasada por los invasores, yo seguía tendido en la misma llanura donde había derrotado al wyvern, con una sonrisa tonta en la cara y un rastro de baba en la barbilla. Seguía inconsciente, pero mi mente vagaba en un limbo de sueños extraños, donde no había muerte ni dolor… solo un chillido lejano que sonaba sospechosamente como mi tío cantando en la ducha, y el zumbido constante de algo que parecía un aspirador gigante succionando mi energía como si fuera un batido de fresa con un toque de locura. En mis sueños, podía ver a mi wyvern derrotado bailando salsa con un grupo de pollos disfrazados de superhéroes, mientras yo intentaba hacer un pedido de pizza por teléfono, pero mi boca no funcionaba y solo podía repetir “¡Wyvern! ¡Wyvern!” como un loro. ¡Qué locura!
Cuando finalmente abrí los ojos, se mentía como si hubiera sido atropellado por una manada de mamuts hechiceros que además de eso, tenían un pésimo sentido del humor y me habían dado una paliza con sus trompas mágicas. Mi cuerpo dolía como si hubiera sido golpeado con un mazo de cocina, mi alma dolía como si hubiera perdido mi Pokémon favorito y mi orgullo estaba adolorido como si hubiera sido derrotado en un concurso de comer tacos por un bebé de 2 años. A duras penas me incorporé, mirando con pereza y sospecha al centro de la cúpula de energía que seguía envolviendo al wyvern, que parecía estar sonriendo con malicia. Me pregunté qué había pasado mientras estaba inconsciente y si el wyvern había estado haciendo alguna fechoría mientras yo estaba fuera de combate. La cúpula de energía parecía estar pulsando con una energía oscura y misteriosa, y yo no tenía idea de qué podría pasar si la tocaba. ¡Genial, justo lo que necesitaba, más problemas!
—Gran sabio, dime si esa cosa que me está absorbiendo mi energía no es permanente, porque si es así, voy a tener que empezar a cobrarle renta al wyvern por el uso excesivo de mis recursos vitales.
—El proceso de consolidación del vínculo nominal está cerca de completarse.
La cúpula temblaba y palpitaba como un corazón oscuro que había sido alimentado con demasiada cafeína, mientras sus grietas comenzaban a abrirse en su superficie etérea y una luz interna, violácea y vibrante, se derramaba por los costados como si fuera un cóctel de neón en una fiesta rave. En ese momento, mi mente, generosamente alimentada por semanas de soledad y teorías degeneradas de reencarnación, se disparó como un cohete espacial hacia la luna, llevándome a lugares donde la cordura era solo un recuerdo lejano. La expectación era insoportable, ¿qué clase de entidad emergente sería Ciscare?
Espera… ¡no me digas que va a salir una waifu! ¡Una waifu dragona con cuernos, alas y actitud tsundere! ¡Oh, sí, por fin mi harem comienza! Imagina esas curvas súper suaves con una mirada de desprecio adorable y una voz que me llamara “Xiao Sama” antes de patearme el corazón. Estaba tan emocionado que me peiné el cabello con los dedos y me sacudí el polvo de la ropa como un idiota, listo para recibir a mi nueva “sirvienta” dragona. La idea de ser llamado “Sama” por una criatura tan poderosa y hermosa me hacía sentir como un verdadero rey, aunque probablemente solo sería un juguete para ella. La cúpula seguía temblando, y yo no podía evitar sonreír como un tonto mientras esperaba a que Ciscare emergiera.
La cúpula explotó, y una figura colosal emergió de la nube de energía oscura, pisando la tierra con un peso que hizo temblar todo a mi alrededor. Me cubrí la cara por reflejo… y cuando bajé la mano, lo vi. La figura medía más de dos metros de altura y tenía un cuerpo musculoso y fornido, con una estructura física impresionante. Su barba era blanca y espesa, y sus ojos eran de un color dorado que brillaban con una intensa inteligencia. Llevaba un traje negro de alta calidad, perfectamente planchado, con bordes plateados en las solapas y una corbata carmesí que parecía tener un significado particular. La figura parecía irradiar una presencia imponente y autoritaria, y su mirada parecía penetrarme hasta el alma. Su presencia era tan intensa que me sentí pequeño e insignificante en comparación.
—Mi señor, su humilde servidor Ciscare se presenta ante usted, listo para ofrecer su lealtad y dedicación incondicional. Estoy preparado para servirle con absoluta devoción y entregar mi vida si así lo requiere su voluntad. Espero serle útil y provechoso desde este momento en adelante, y me comprometo a cumplir con mis deberes y responsabilidades con la mayor eficiencia y profesionalismo posible. Mi objetivo es satisfacer sus necesidades y expectativas, y estoy dispuesto a trabajar incansablemente para lograrlo. Su liderazgo y guía serán mi prioridad, y me esforzaré por demostrar mi valía y lealtad en cada acción y decisión que tome. Estoy listo para recibir sus instrucciones y seguir su mando sin cuestionamientos, con la certeza de que su sabiduría y visión guiarán nuestros esfuerzos hacia el éxito.
Al escuchar sus palabras, me quedé con la cara en shock, incapaz de procesar la situación. Mi mirada se fijó en Ciscare, que seguía de rodillas, esperando una orden mía con una expresión de absoluta sumisión. La ironía de la situación me golpeó con fuerza, ya que mi mente estaba consumida por la imagen de un hombre musculoso de 2 metros de altura, cuando en realidad estaba esperando a una waifu dragona con actitud tsundere.
El dolor de la decepción era intenso, y mi rostro reflejaba una irritación profunda. Me sentí como si hubiera sido engañado por mis propias expectativas, y la realidad me golpeaba con fuerza. La figura imponente de Ciscare, con su traje negro y corbata carmesí, parecía burlarse de mis pensamientos, y su mirada dorada parecía penetrarme hasta el alma.
—…¡¡No eres una waifu!!
—¿Waifu? No entiendo a qué se refiere, mi señor.
Mi reacción fue de sorpresa y desconcierto ante la presencia imponente del mayordomo, cuya voz profunda y varonil contrastaba con la imagen que yo había idealizado de una mujer perfecta y hermosa. En su lugar, me encontré con un hombre musculoso de 2 metros de altura, cuya presencia física era intimidante y me hacía sentir pequeño e insignificante en comparación. La realidad de la situación me golpeó con fuerza, y sin decir una palabra, hice un gesto con la mano y Ciscare se levantó, siguiendo mis movimientos con la mirada. Me alejé rápidamente, sin querer enfrentarlo, intentando procesar la abrumadora diferencia entre mis expectativas y la realidad. La situación me parecía irreal, y no sabía cómo manejarla, así que simplemente me fui, dejando atrás la presencia imponente de Ciscare.
Mientras caminábamos por el campo y el camino que nos llevaba al pueblo cercano, la presencia imponente de mi subordinado me hacía reflexionar sobre la dinámica de nuestro vínculo. Me sentía abrumado por su estatura y complexión física, pero también comenzaba a considerar cómo podría aprovechar su presencia para beneficio mutuo. Una sonrisa astuta se dibujó en mi rostro al considerar las posibilidades de nuestra relación laboral y personal. Podría utilizar su presencia para protegerme o para impresionar a otros, pero también podría ser una oportunidad para crecer y aprender de él. La idea me pareció intrigante y decidí explorar sus posibilidades con mayor profundidad.
Después de varios minutos de caminar, llegamos al pueblo de Valm, un lugar lleno de vida y felicidad. La gente del pueblo sonreía y se saludaba con calidez, creando un ambiente acogedor. Sin embargo, a pesar de la alegría que emanaba de Valm, yo me sentía incómodo. La felicidad de sus habitantes me parecía casi…irreal. Mientras caminaba por el pueblo, lo primero que hice fue buscar un lugar donde comer, decidido a aprovechar al máximo mi apariencia humana, a pesar de ser un Rastrero. Ciscare me acompañaba, y varios niños se detenían a verlo y querían saludarlo.
La gente del pueblo no se privaba de hacer comentarios sobre nosotros. Algunos decían que Ciscare debía ser un noble o un caballero, mientras que a mí me tachaban de ser un simple sirviente o su esclavo. Me sentía tan abrumado por la situación que decidí demostrar quién es el Alfa. Con mi mirada fría y solo ver a Ciscare, él se arrodilló. Solo mi reflejo sabía que quería acabar con sus malos tratos.
—Observen, humanos insignificantes. Me presentaré ante ustedes con la dignidad que merezco. Yo soy Xiao, un ser de gran poder y sabiduría. Espero que se inclinen ante mí con el respeto y la reverencia que mi posición exige.
Después de mi grandiosa presentación, nadie pareció impresionarse. De hecho, la mayoría de la gente ni siquiera se detuvo a mirarme, lo que me hizo sentir como un payaso de circo que acaba de hacer un truco fallido. Ciscare, por otro lado, parecía estar a punto de estallar en ira, pero logré calmarlo antes de que destruyera todo el pueblo de Valm. Justo cuando parecía que la situación no podía empeorar, una chica de un restaurante cercano nos aplaudió con entusiasmo, como si hubiéramos ofrecido un espectáculo de teatro callejero.
—¡Bravo! ¡Eso fue increíble!
Después de sus palabras, nos invitó a pasar a su restaurante para disfrutar de un plato especial. Al entrar, todos me miraban con caras de pocos amigos, como si fuera un bicho raro que había aparecido de la nada. Me apresuré a pedir un plato similar al Kurri Kásico, un delicioso curry de pollo con arroz basmati y especias aromáticas que olía increíblemente bien.
—¡Excelente elección! El Kurri Kásico es uno de nuestros platos estrella. ¿Quieren probarlo con un toque de picante?
—Sí, por favor. Quiero sentir que mi boca está en llamas.
—¡Genial! Les prepararé una versión especial
Después de degustar el primer bocado del Kurri Kásico, me sentí transportado a un paraíso culinario. La combinación de sabores y texturas era sublime, y me hizo olvidar momentáneamente la extraña situación en la que me encontraba. Sin embargo, mi atención se desvió hacia Ciscare, quien estaba parado detrás de mí, su presencia imponente y su altura de más de 2 metros hacían que el restaurante pareciera pequeño. Me parecía extraño que no se hubiera sentado, pero supuse que, con su complexión muscular, probablemente no necesitaba sentarse para dominar el espacio.
Después de varias horas de disfrutar de los platos y la hospitalidad del restaurante, el sonido de explosiones y disparos irrumpió en el ambiente tranquilo. Aunque la comida es sagrada, no pude evitar sentir curiosidad por lo que estaba sucediendo fuera del local. Sin embargo, no me levanté de inmediato, decidido a terminar mi comida antes de investigar. Pero mi paciencia se agotó cuando un grupo de caballeros armados irrumpió en el restaurante, liderados por un hombre que parecía ser un coronel. Sus hombres se dirigieron hacia mí con una mezcla de curiosidad y desdén, mientras el coronel me miraba con una sonrisa despectiva.
En un movimiento rápido y desconsiderado, el coronel tiró mi plato de Kurri Kásico al suelo, destruyendo el delicado equilibrio de sabores y texturas que tanto había disfrutado. Mi aura se volvió negra, y un odio intenso se apoderó de mí. Aunque mi poder no parecía ser lo suficientemente fuerte como para impresionar a los presentes, mis ojos se llenaron de furia al ver mi preciado plato en el suelo. La risa de los hombres armados solo aumentó mi ira, y me preparé para responder de manera adecuada a la afrenta.
No sé cómo terminó ese palo de escoba a mi lado, ni por qué fue lo primero que mis manos tocaron en medio del caos, pero en cuanto mis dedos lo aferraron, supe que algo dentro de mí ya había tomado la decisión. No hubo pensamiento, solo instinto. Y en una fracción de segundo, lo levanté y lo partí con fuerza brutal contra la cabeza del coronel. El sonido fue seco, un golpe sordo que sacudió el aire como una campanada de guerra. El madero se quebró en dos, astillado, pero yo no me detuve. Con una mitad en cada mano, me lancé sin respiro contra los guardias que se abalanzaban sobre mí. Era uno contra todos, y no me importaba. Ya no estaba pensando en salir ileso, ni siquiera en ganar. Solo quería hacerlos pagar. Cada golpe era un desahogo. Cada cuerpo que caía era una forma de gritar sin abrir la boca.
Me movía como si el mundo entero fuera mi enemigo, como si la rabia me guiara más que la lógica, porque en ese instante, lo único que tenía sentido era romper algo, romper a alguien. Los fragmentos del palo chocaban contra carne y hueso, contra armaduras mal ajustadas, contra rostros que nunca volverían a levantar la mirada. No buscaba matar, pero tampoco me importaba si lo hacía. Mi respiración era entrecortada, mis músculos tensos, la adrenalina me devoraba por dentro como un incendio descontrolado. Fue entonces cuando el Gran Sabio me habló, con esa voz impersonal que parecía siempre tan distante, y me lanzó el dato como si no significara nada: ochenta mil soldados. Ochenta mil. No lo dudé. Le di una sola mirada a Ciscare y él entendió, porque conocía mi rabia, y sabía lo que significaba que me tiraran la comida.
Una simple bandeja derramada había despertado algo que ni yo entendía del todo. Mientras él se lanzaba hacia las tropas como una bestia sin correa, yo seguí con el coronel. Lo golpeé una y otra vez. No por estrategia, no por justicia. Por impulso. Por el asco de su mirada prepotente, por la manera en que pensaba que estaba por encima de todo. Él trataba de cubrirse, de responder, pero mis movimientos eran salvajes, desordenados, cargados de algo más que fuerza: de historia, de rencor acumulado, de un hambre que no era solo física. Uno de los extremos del palo ya estaba rajado, sucio de sangre, pero lo seguía usando igual, aunque me cortara las manos con las astillas. No me dolía. Ni siquiera lo sentía. Fue entonces cuando, de repente, una música comenzó a sonar desde el restaurante. una melodía intensa, vertiginosa, como si el mundo se burlara del momento.
Tal vez fue un accidente, tal vez una broma de mal gusto. Pero la oí, y algo en mí encajó. Mi cuerpo empezó a seguir el ritmo. No era una decisión. Era como si esa música hubiera estado esperando por mí. Cada golpe coincidía con un compás, cada paso era una nota más en una sinfonía de furia. Me convertí en parte del sonido, como si lo que ocurría no fuera real, como si todo fuera una escena orquestada solo para mí. El coronel, maltrecho, se levantó tambaleante, con la dignidad colgando de un hilo, y me enfrentó con la mirada, como si todavía creyera que tenía derecho a desafiarme. No habló. No hacía falta. Lo leí en su rostro: quería un duelo limpio, un uno contra uno. Y yo… yo le respondí con otro palazo directo a la cara. Cayó como una piedra sin peso, sin gloria, sin perdón. Y cuando su cuerpo golpeó el suelo, me di cuenta de que seguía de pie, sudando, jadeando, empapado de todo lo que había querido reprimir. El ritmo de la música seguía, y mi corazón la acompañaba, como si se negara a volver al silencio. Como si ese combate no hubiera sido solo físico, sino una parte de mí que necesitaba gritarle al mundo que ya no iba a aguantar nada más.