El Secreto para una Piel Perfecta

Cuando Primrose abrió los ojos, inmediatamente notó algo extraño.

Ya no estaba en la habitación de Edmund.

Parpadeó varias veces y miró fijamente el techo blanco sobre ella. Permaneció allí como una estatua congelada, preparándose para el inevitable dolor como el dolor crónico de espalda, la sensación de ardor en su intimidad, el agotamiento que la dejaría incapaz de caminar durante días.

Pero... nada.

No había dolor, ni molestias, ni dolores entre sus piernas. Era como si las intensas actividades de anoche nunca hubieran sucedido.

Lentamente, se sentó, sus dedos rozando la suave y sedosa tela que cubría su cuerpo. El largo camisón azul se sentía tan suave contra su piel, como si la hubieran bañado y vestido mientras dormía.

Aunque era extraño.

¿No se suponía que debería estar sufriendo ahora mismo?