Muy bien. El primer paso para arreglar las terribles habilidades de comunicación de su esposo era hacer que dijera lo que estaba pensando sin que ella tuviera que leerle la mente.
—Estás bien —dijo Edmund.
¡¿BIEN?!
¡¿Quién en su sano juicio halaga a una mujer diciéndole que está bien?!
—Su Majestad —Primrose curvó sus labios en una sonrisa, pero su voz era tan fría como el hielo—. Si quiere aprender a sonreír, lo primero que debe hacer es aprender a hacer sonreír a los demás.
Edmund se tensó.
—¿Cómo... cómo hago eso?
[Lo único que se me da bien es hacer que la gente huya de miedo.]
—Hay muchas maneras —dijo Primrose—. Una de ellas es dando cumplidos.
Edmund dudó.
—¿Como... lo que acabo de decir?
Primrose soltó una risa aguda y sarcástica.
—Ningún hombre le dice a una mujer que está bien y espera que ella sonría después de eso, Su Majestad.
Edmund dio un pequeño paso atrás. [¿Acaba... acaba de reprenderme? Pero... ¡mi esposa tiene razón!]