Apesta

El despertador sonó en la quietud de la habitación, su tono agudo cortando el silencio y obligando a Eira a despertar. Se incorporó de golpe, golpeando con la palma de la mano el ofensivo aparato, silenciándolo con una mirada fulminante. El incesante timbre se sentía como uñas raspando el interior de su cráneo.

[Buenos días Maestra.]

[Ugh, buenos días.]

Débil, desorientada y todavía medio dormida, Eira pasó una mano por su enredado cabello y dejó escapar un suspiro frustrado.

Maldita sea. Ser adolescente apesta. Ir a la escuela apesta. Sin mencionar a todas esas malditas zorras mimadas y cretinos que tendrá que ver en la escuela.

Con un gemido, se dejó caer de nuevo en la cama, mirando fijamente el techo blanco y vacío como si contuviera todas las respuestas que buscaba. Contó los segundos en su cabeza, esperando la inevitable visita sobre la que Elma le había advertido la noche anterior.

Un minuto... dos minutos... tres, cuatro, cinco, seis, siete, y