—¡Tu vestido está listo! —La voz de Jania resonó por la habitación mientras irrumpía en los aposentos de Eira. Su anuncio, sin embargo, fue recibido con silencio. Frunciendo el ceño, Jania escudriñó la habitación y encontró a Eira sentada en un sillón junto a la ventana, con la mirada fija en la vegetación del jardín bañada por la luz menguante del atardecer.
—¿Estás bien? —preguntó Jania, acercándose y agachándose hasta que sus rostros quedaron al mismo nivel, con su ceja levantada llena de preocupación.
Eira suspiró, finalmente apartando la mirada de la ventana. —Estoy bien, solo... pensando. —Se levantó, alisando las arrugas de sus pantalones vaqueros—. Déjame ver el vestido.
—De acuerdo —dijo Jania arrastrando las palabras, todavía mirándola con sospecha, antes de volverse hacia la criada que estaba en la puerta—. Trae el vestido aquí.
La criada dio un paso adelante, sosteniendo cuidadosamente el vestido. Jania se lo quitó y lo sostuvo para que Eira lo inspeccionara.